Llevaba días
intentando coger la bici y escaparme hacía el bosque. Aquel fin de semana de
tres días, no podía pasar sin que cumpliera mi propósito.
Era lunes y
teníamos fiesta en el trabajo por la segunda pascua. Desayuné rápido. Deseaba salir
cuanto antes a respirar aire puro.
Estar en la
ciudad tiene sus cosas malas. Para poder conseguir algo de aire puro, de viento
fresco, de libertad, de bosque, hay que pedalear mucho. Llevaba ya más de una
hora y media. El sol empezaba a quemar. Pese a ello, decidí coger un camino
empinado, con una subida pronunciada, que me conduciría a lo más alto de la
montaña donde tendría unas vistas envidiables de la ciudad.
Pese a ser
fiesta no me encontré con muchas personas (estaba claro que el calor había hecho
que la playa ganara en aquel día tan soleado).
A mitad de la
subida empecé a notar mi baja forma física (iba al gimnasio pero los años ya se
notaban y yo ya pasaba de los cincuenta). No quería rendirme y seguí pedaleando
con todas mis fuerzas para poder llegar hasta arriba.
Cuando por fin
lo conseguí, una visión me cautivo la mirada. Una joven y preciosa
excursionista, rubia, con precioso ojos azules, con una falda corta de flores
rosas pequeñas que se abría un poco por delante, con una deliciosa camiseta de
tirantes blanca, se refrescaba en la fuente. Me quedé cautivado por aquella
visión. Las gotas de agua de la fuente, habían manchado su camiseta
trasparentando su precioso sujetador blanco de encaje. No podía dejar de
mirarla y ella, se percató de mis miradas. Lejos se sonrojarse, me guiñó un
ojo. Madre mía, aquella chica me haría perder el poco juicio que me quedaba
tras el ejerció físico.
Deseaba
acercarme pero contemplarla me fascinaba tanto que la dejé hacer. Empezó a
refrescarse las piernas una a una, dejando correr el agua por sus muslos y
extendiéndolas de arriba hasta abajo con sus manos, como si de un suave masaje
fresco le produjera un placer exquisitos. Ahora no me miraba pero sabía que la
miraba y eso le gustaba. Noté como sus pezones empezaban a erizarse de goce y
eso me hizo notar mi sexo inflado hasta el límite aprisionado en mi pantalón.
Si ella hubiera
leído mi mente en ese instante, no se si hubiera seguido esparciendo aquella
agua por su cuerpo.
Siguió sin
reservas mojando sus brazos, su cuello, su cintura subiendo un poco su camiseta
dejando visible su ombligo. Yo no podía contener más mis ansias de poseerla.
Solté la bicicleta que cayó de golpe al suelo. Me abalancé sobre ella y la
empotré contra la fuente. Aquello le encantó. Arqueó un poco su espalda y yo,
ladee su tanga y bajé mi pantalón asestándole mi viril verga en lo mas profundo
se sus sexo. Estaba tan mojada por dentro que no me costó entrar toda hasta el
fondo. ¡¡¡LE ENCANTÓ SENTIRME TAN ADENTRO!!! No podía controlar mis embestidas
que iban aceleradas pero sin perder el control. Gemía, ella me acompañaba en
los gemidos. Me encantaba verla gozar. Eso me excitaba más y más. Saqué mi sexo
fuera de todo y se lo volví a meter una y otra vez. ¡¡¡COMO GRITABA DE GOCE!!!
Podía sentir cada centímetro de mi sexo en cada milímetro del suyo entrar
entero, salir entero, disfrutando ambos como dos locos ansiosos de más.
Volví a
embestirla como si fuera de nuevo un caballo desbocado y seguí y seguí y seguí
hasta que escuché de sus labios: “Me
corro, me corro, me corro”. A mí no me dio ni tiempo a decir que yo también
me iba y mi leche inundó todo su sexo por entero.
Cuando acabamos
me miró y me dijo: “Ya te dejo la fuente
para ti sólo. Se nota que estás muy acalorado”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario