martes, 10 de junio de 2014

SUBIDA EMPINADA (relato)





Llevaba días intentando coger la bici y escaparme hacía el bosque. Aquel fin de semana de tres días, no podía pasar sin que cumpliera mi propósito.

Era lunes y teníamos fiesta en el trabajo por la segunda pascua. Desayuné rápido. Deseaba salir cuanto antes a respirar aire puro.

Estar en la ciudad tiene sus cosas malas. Para poder conseguir algo de aire puro, de viento fresco, de libertad, de bosque, hay que pedalear mucho. Llevaba ya más de una hora y media. El sol empezaba a quemar. Pese a ello, decidí coger un camino empinado, con una subida pronunciada, que me conduciría a lo más alto de la montaña donde tendría unas vistas envidiables de la ciudad.

Pese a ser fiesta no me encontré con muchas personas (estaba claro que el calor había hecho que la playa ganara en aquel día tan soleado).

A mitad de la subida empecé a notar mi baja forma física (iba al gimnasio pero los años ya se notaban y yo ya pasaba de los cincuenta). No quería rendirme y seguí pedaleando con todas mis fuerzas para poder llegar hasta arriba.

Cuando por fin lo conseguí, una visión me cautivo la mirada. Una joven y preciosa excursionista, rubia, con precioso ojos azules, con una falda corta de flores rosas pequeñas que se abría un poco por delante, con una deliciosa camiseta de tirantes blanca, se refrescaba en la fuente. Me quedé cautivado por aquella visión. Las gotas de agua de la fuente, habían manchado su camiseta trasparentando su precioso sujetador blanco de encaje. No podía dejar de mirarla y ella, se percató de mis miradas. Lejos se sonrojarse, me guiñó un ojo. Madre mía, aquella chica me haría perder el poco juicio que me quedaba tras el ejerció físico.

Deseaba acercarme pero contemplarla me fascinaba tanto que la dejé hacer. Empezó a refrescarse las piernas una a una, dejando correr el agua por sus muslos y extendiéndolas de arriba hasta abajo con sus manos, como si de un suave masaje fresco le produjera un placer exquisitos. Ahora no me miraba pero sabía que la miraba y eso le gustaba. Noté como sus pezones empezaban a erizarse de goce y eso me hizo notar mi sexo inflado hasta el límite aprisionado en mi pantalón.

Si ella hubiera leído mi mente en ese instante, no se si hubiera seguido esparciendo aquella agua por su cuerpo.

Siguió sin reservas mojando sus brazos, su cuello, su cintura subiendo un poco su camiseta dejando visible su ombligo. Yo no podía contener más mis ansias de poseerla. Solté la bicicleta que cayó de golpe al suelo. Me abalancé sobre ella y la empotré contra la fuente. Aquello le encantó. Arqueó un poco su espalda y yo, ladee su tanga y bajé mi pantalón asestándole mi viril verga en lo mas profundo se sus sexo. Estaba tan mojada por dentro que no me costó entrar toda hasta el fondo. ¡¡¡LE ENCANTÓ SENTIRME TAN ADENTRO!!! No podía controlar mis embestidas que iban aceleradas pero sin perder el control. Gemía, ella me acompañaba en los gemidos. Me encantaba verla gozar. Eso me excitaba más y más. Saqué mi sexo fuera de todo y se lo volví a meter una y otra vez. ¡¡¡COMO GRITABA DE GOCE!!! Podía sentir cada centímetro de mi sexo en cada milímetro del suyo entrar entero, salir entero, disfrutando ambos como dos locos ansiosos de más.

Volví a embestirla como si fuera de nuevo un caballo desbocado y seguí y seguí y seguí hasta que escuché de sus labios: “Me corro, me corro, me corro”. A mí no me dio ni tiempo a decir que yo también me iba y mi leche inundó todo su sexo por entero.

Cuando acabamos me miró y me dijo: “Ya te dejo la fuente para ti sólo. Se nota que estás muy acalorado”.

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