NO TENGO OLOR, NO EXISTO
Había musgo,
madera añeja,
hierba húmeda
recién iluminada
por la mañana.
Nacía el sol,
las rosas azules
recordadoras de imposibles,
bañaban con su aroma
toda la armonía
de las primeras
horas del día.
Lloraba la mariquita
mientras se bañaban
las carpas en el estanque cercano.
Cantaba el grillo,
mientras el viento lozano
le coreaba los cantos.
Miles de almas en concordia,
grandes y pequeñas,
con cuerpo, con vida,
y en medio de todas,
una sola, vacía.
Alguien yacía,
en un mundo de olores,
de colores, de formas, de sabores,
de cuerpos con algo más que esencia,
menos uno, inerte a todo.
Se recostó sobre su sombra,
replegando sobre sí mismo su cuerpo,
llorando amargamente con una grito
callado
muy adentro aullado a boca llena:
"¡No tengo olor! ¡No existo!"
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