El dinero es
poder. El dinero es posición. El dinero es grandeza. El dinero los es todo.
Yo tenía una
buena relación con mi pareja, una hija que ya era independiente, una vida llena
de lujo y comodidades que ambos, tanto mi esposo como yo, nos habíamos ganado
con muchos esfuerzos desde jóvenes. Ahora, con los cuarenta recién cumplidos (él
con siete años más) podíamos vivir tranquilamente y disfrutar de todo lo que
nos diera la gana.
Pero el dinero,
en realidad, no proporciona la felicidad pese a significar tanto para muchos.
Tenerlo todo era a veces como no tener nada. Quizás fue este el motivo el que
me llevó a liarme la manta a la cabeza y hacer lo que hice.
Tenía cuarenta
años, como ya os he dicho, un puesto de trabajo en una gran empresa multinacional
en la que me respetaban y me temían por igual. ¡Yo mandaba! Eso me encantaba.
Un día,
desayunando, escuché una conversación entre unas jóvenes (chicas de veintipocos)
que estaban sentadas justo detrás de mí. Tengo que reconocer que no presto mucha
atención cuando me siento en una cafetería para tomar un café y relajarme un
poco. Mas ese día, yo formaba parte de aquella conversación de seis, siendo el
miembro mudo número siete de la mesa de al lado. No se percataron de que yo no
perdía ni un ápice de su conversación (estaba de espaldas a ellas). Hablaban de
chicos, de hombres con potencial, de sensaciones que se producían cuando
empezaba una relación, de los primeros besos apasionados, de los primeros
roces, del acercarse con miedo a uno sin saber si será rechazado. Las escuchaba
atenta. Mientras mi mente me trasportó a aquella época donde yo había sido
también una mujer joven, con esas experiencias sentidas a flor de piel. Un
escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Era increíble sentirse tan vital, tan
joven, tan llena de vida. Francamente, hacía mucho que no me sentía así. Habían
pasado ya casi veinte años.
Conocí a mi
marido Francisco (yo le llamaba Fran) cuando estudiaba en la universidad. Había
tenido un novio en el instituto, un gilipuertas que intentó anularme como mujer
con sus celos. Fran era diferente: no le asustaba mi forma de ver la vida, mis
ganas de vivirlas, mis logros aunque estuvieran por encima de los suyos. Fue
como un soplo de aire fresco tras mi otra relación. Al acabar la carrera, ambos
conseguimos trabajos pronto y al año de trabajar, nos casábamos. Nuestra hija,
Marta, llegó demasiado pronto a formar parte de nuestra familia (yo no deseaba
tener hijos tan pronto pero la llegada de Marta al año y medio de casados, fue
una bendición). Después de aquel “desliz” decidimos que nuestras vidas ya eran
perfectas siendo tres, y Fran, hizo lo oportuno para no volver a tener más
hijos.
Todo en nuestra
relación era cordial, siempre consultado, hablado, sin peleas, sin malas
interpretaciones. Formábamos una pareja francamente perfecta, envidiada por
todos.
En una cena de
altos ejecutivos de su empresa donde las parejas estábamos invitadas, escuché
algo que me hirió profundamente: “Las mujeres de más de treinta y cinco,
tienen que ser renovadas antes de llegar a los cuarenta. ¡Son lastre para
nosotros! Nosotros somos puro fuego y a ellas, empieza a apagárseles las pocas
ascuas que poseen en su interior”. No recuerdo quien lo dijo pero fue
algo que me pesó mucho mentalmente. Acababa de cumplir los treinta y seis y
aquellas risas reforzando aquella máxima de los machitos de alrededor, resonó
durante algunos días en mi cabeza.
Se lo comenté a
Fran y me dijo que no echara cuenta a sus palabras. Que, posiblemente, estaban
bebidos.
Al año
siguiente, en la misma reunión, ya había tres acompañantes más jóvenes, de
veinticinco años como mucho, tras tres divorcios. Yo tenía treinta y siete. Las
miraba y me decía a mi misma: “No fueron palabras de borrachos”.
Sabía que Fran no compartía aquella filosofía pero eso no me hizo dejar de
sentirme menos especial. No deseaba ser una jovencita de nuevo. Pero ansiaba más
que nunca, ser el centro de todas las miradas, deseada como antes.
Las chicas de la
mesa se marcharon y yo, me fui al trabajo con aquellas palabra resonando en mi
cabeza: primeros contactos, primeros besos, primeros roces,…
Estaba en mi
despacho y no era capaz de concentrarme. ¿Qué me pasaba? Me metí en una página
al azar de Internet y desde ella, se abrió una página de anuncios varios.
Empecé a mirar por hacer algo hasta que uno en especial, me llamó mucho la
atención:
“Grupo de jóvenes buscan a una stripper
NO profesional para despedida de soltero privada.
Buena remuneración. Total discreción.
Abstenerse menores de cuarenta”.
Aquel anuncio despertó
en mí unas ganas inmensas de formar parte de aquello. Recordaba a Jamie Lee
Curtis y su escena en la película Mentiras Arriesgadas en la que trataba de hacerse pasar por una
prostituta de lujo y tenía que bailar sensualmente para un hombre implicado en
un asunto sucio sin saber que era su propio esposo.
Yo me sentía
como ella: esposa y madre, también de una hija, pero con ganas de que la vida
le diera algo con lo que todo fuera más excitante.
Llamé al número
de teléfono con número oculto. Hablé con un chico y quedamos que no hacía falta
que nos viéramos, pero tenia que mandarle una foto de cuerpo entero. Le envié
la foto desde un correo que cree en aquel mismo instante con el nombre de
Natasha. A los cinco minutos recibí un correo suyo diciéndome que era la
seleccionada. Me dijeron el día, la hora y que, obviamente, me preparara lo que
yo deseara para el streptease. Lo dejaban a mi elección.
Tenía dos semana
para prepárame. Acudí al gimnasio en vez de tres días a la semana, cada día, de
lunes a domingo. Tenía buen cuerpo para mi edad pero deseaba dejarles sin
habla.
Elegí la canción
de Pereza titulada Todo
para montar mi “espectáculo”.
Me compré un
traje como de gángster femenino que vi en un sex shop on-line y pedí que me lo
entregaran en la oficina con la máxima cautela. Era un traje chaqueta ajustado,
de rallas, con falda por encima de las rodillas (cinco dedos por encima de las
rodillas pero sin ser minifalda). Me compré unas medias negras y un ligero para
sujetarlas (siempre me habían gustado los ligueros pero jamás me había atrevido
a comprarme uno).
Lo metí todo en
la mochila del gimnasio, junto a una camiseta de tirantes negra ajustada que
llevaría debajo del traje, un sombrero, una pistola de agua que había llenadode
tequila, unos tacazos de escándalo y un sombrero sensual que combinaba
perfectamente tanto con mi lencería negra y con mi disfraz.
En casa dije que
me iba a cenar con unas amigas. Cogí el coche y me cambié en un área de
servicio. Al llegar a la fiesta que se celebraba en un barco anclado en el
puerto, el chico con el que hablé me estaba esperando junto a la pasarela de
embarque (no tendría má de veintiocho
años, moreno, alto, con cuerpo atlético no muy fibrado, de piel morena, ojos
color gris claro y una boca, sensual con labios que apetecía besar. Vestía con
una camisa blanca preciosa que resaltaba su piel y un tejano azul oscuro
deliciosamente ceñido a su masculina figura). Me miró fijamente mientras yo
contenía mi fascinación por aquel hombre joven que tenía ante mí. Le costó
hasta presentarse. Lo había conseguido. ¡Lo había dejado sin habla! Cuando pudo
articular palabra me dijo que se llamaba Fabio. Me dio un sobre donde estaban
los mil euros acordados, me dijo que no sufriera que no habría cámaras y que
dentro eran sólo veintiún amigos todos más o menos de su edad. Que no me
tocarían Sólo mirarían (sinceramente me gustó que me calmara tanto antes de
lanzarme de cabeza al vacío y sin cuerda de sujeción).
Entramos pero
aún no debía actuar, era una sorpresa. Fabio se quedó conmigo todo el rato.
Intentaba no mirarme algo que no le cuadraba por lo poco que sabía de él.
Parecía atrevido, la idea de todo aquello había sido suya, decidido y ahora
parecía completamente desarmado.
Pasamos una
media hora en silencio. Le dí el Mp3 con la canción y me dijo que esperara
cinco minutos y que saliera.
Salí detrás de
una cortina. Todas las luces estaban apagadas y había una barra de striper,
justo colocada para mi espectáculo (no la había pedido pero deseaba que
estuviera). Empezó a sonar la música y los focos me iluminaron. Yo estaba de
espaldas y como si alguien ajeno a mí me poseyera desde dentro, empecé a
moverme como mi amada y admirada Lee Curtis. Me empecé a desabrochar mi
chaqueta dejando ver mi ceñido top que había debajo de forma sensual. Me dí la
vuelta de espaldas a ellos. Baje la cremallera trasera de la falda, mientras
les miraba y me miraban fijamente. La dejé caer al suelo y me salí de ella por
encima con movimientos muy sensuales. La cogí con la punta de mi tacón derecho
y la tiré donde estaban los amigos de Fabio. Él estaba al final de todo de las
sala y no podía dejar de mirarme. Me quemaba con sus ojos. Me quité la chaqueta
al ritmo de la música y se la lancé directamente a él. Vi como se la acercaba a
la cara y la olía. ¡Deseaba a aquel hombre! Y desde aquel momento, no dejé de
mirarle mientras seguía desnudándome ante él. Me quité el top, quedándome sólo
en ropa interior y liguero. Cuando bajé hasta abajo cogida a la barra y me
chupé uno de los dedos en plan niña mala mirándole fijamente, todos resoplaron
acalorados. Podía notar como sus miembros crecían en sus pantalones más bien
ajustados. Los de Fabio son los que yo miraba fijamente. Me acaricié todo mi
cuerpo como si me tocaran sus manos. Los pasé por encima de mi sujetador, por
mi braguita por al zona de mi sexo con cara de deseo extremo de verme poseída
por mi “amante”. Me quité el liguero. Luego me di la vuelta, desabroché mi
sujetador y sin dejar de taparme el pecho con timidez, les lancé aquella última
prenda al suelo. Habían pasado los cuatro minutos y poco que duraba la canción.
Me vitorearon, me aplaudieron y deseaban conocerme.
Fabio recogió mi
ropa y la llevó dentro, tras las cortinas, donde yo esperaba para vestirme. Se
dio la vuelta sonrojado, para que yo me vistiera tranquila. Me dijo que si no
quería, que no hacía falta que saliera a saludarles. Le dije que no me
importaba.
Una vez vestida,
salí y todos me dieron dos besos presentándose uno a uno. Podía ver aún el
deseo tanto en sus ojos como en sus entrepiernas. Aquello me gustaba. Jamás
creí que pudiera conseguir que mas de vente chicos jóvenes se empalmaran viendo
sólo un streaptese de una novata mujer de cuarenta. ¡¡¡PERO LES ENCANTÓ!!!
Después me
pidieron que me quedara pero les dije que no podía. Sabía de sobra lo que el
alcohol podía hacer en aquel ambiente cargado sexualmente.
Fabio me
acompañó de nuevo hasta la pasarela. Un golpe de viento movió un poco el barco
y estuve a punto de caerme de espaldas sobre él. Aquel movimiento fortuito me
hizo comprobar la virilidad duramente presa en su pantalón. Le mire fijamente. Él
me correspondió. Acercó su boca a la mía lentamente hasta que las dos se
estrellaron de forma arrasadora en un lascivo beso pasional. Él estaba en mi
espalda. Me volteo como si yo no pesara nada y empezó a desabrocharme la
chaqueta. Yo levantaba mi falda de forma apresurada. Estábamos en la parte
exterior del barco y cualquiera de sus amigos podría pillarnos en cualquier
momento auto invitándose a la fiesta privada que estábamos protagonizando de
forma lujuriosamente apresurada. Me cogió a peso, me puso contra la pared que
estaba a su espalda. Bajo su cremallera, y ladeando mis bragas, me metió su
verga de un golpe en mi sexo. Era todo morboso, lascivo, apresurado. Yo no
podía contener mis gemidos pero temía que me oyeran. Él me embestía una y otra
y otra vez, de forma violenta. Aquello me encantaba. Pude notar como ni él ni
yo pudimos contener el orgasmo más tiempo y nos derramamos casi a la vez.
Sin sacarla de
dentro de mí, me miró a los ojos y me dijo: “¡Quiero más!” Me acaba de robar
las palabras de mi boca. Fuimos hasta mi coche que estaba aparcado cerca del
barco. Nos metimos en la parte de atrás y con su verga aún dura, me escarranche
sobre él de espalda, sintiendo de nuevo como era estar hirviendo por dentro,
como era humedecerse por un hombre que nunca tenía suficiente. No podía dejar
de moverme. No podía controlar mis gemidos. No podía dejar de correrme sobre él
una y otra y otra y otra y otra vez. Sus gritos de placeres, sus manos
agarrando mis pechos con fuerza, todo me seguía alterándome más y más por
dentro pese a mis desfogues. Me puse frente a él y me dejé caer de espaldas
hacía adelante para poder notarlo aún más y más adentro. Él seguía duro y firme
para mí. Me pedía que no parara, que siguiera. Estaba disfrutándome viéndome
gozar como una loca. Yo no podía dejar de ver su ardor creciendo en su mirada
cada vez más y más. Me recostó en el asiento y a cuatro patas, me la metió
empujando mi cuerpo sin dejar de agarrar mis caderas para que todo el
movimiento lo pudiera controlar ahora él. Me dejé llevar. Sentía su pene
incasable taladrando mi sexo de forma arrasadora. Me desfogaba con mis
eyaculaciones que se encadenaban una tras otra, tras otra, tras otra. ¡¡¡JAMÁS HABÍA
TENIDO TANTOS ORGASMOS EN MI VIDA!!! El seguía duro, sin desfallecer. Me alcé,
me aproxime a su oreja, y mientras la lamía le susurré: “Córrete para mí”. Al
escuchar mis palabras entre gemidos entre cortados suaves, no pudo contenerse y
me dio toda su esencia de nuevo bañando mi interior con puro fuego lechoso.
Me besó y me
dijo que quería volver a verme. Le dije que no había ningún problema pero que
yo también quería seguir excitándole desde un escenario. Desde aquel día,
visito muchas fiestas privadas sin que nadie lo sepa, me desnudo y luego,
enloquezco de deseo, en los brazos de Fabio.
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