¿Es lo mismo ser tonto que hacerse el tonto? Hombre, yo
pensaba que no pero ahora, francamente, empiezo a tener mis dudas.
Por fin, después de semanas sin entrevistas de trabajo, una
hoy a las diez y media. Rellenaba el formulario de la empresa y esperaba, en
recepción donde habían diez sillas a cada lado de la mesa alta en forma de
media luna, a que me tocara mi turno. Desconocía cuantas personas estaban
siendo entrevistadas en ese momento. Quince me dio por contar son los que
esperábamos nuestro turno. Y yo era la última que había llegado. Fueron
entrando más o menos, entre intervalos de veinte minutos cada uno. Estuve más
de hora y media esperando a que me hicieran la entrevista. Una vez llegado mi
turno, dije: “Tierra,… ¡Trágame!”
Hacía justo dos años y medio, que había ido a una
entrevista muy cerca de allí (en la ciudad, no en el polígono industrial que es
donde me encontraba para esta segunda entrevista). Dos entrevistas previas y
entré en el primer curso de formación. ¡Me sentí contenta y feliz! ¡QUE ILUSA
FUI! Durante aquella “formación” inicial, había personas de las que habían
estado seleccionadas entre un montón de gente, que habían cogido y se habían
levantado marchándose sin concluir la formación. Pensé: ‘¿Qué les pasa? ¿Por
qué se marchan?’
El acceder a la segunda parte de la formación bastaba con
haberse quedado a la primera sin salir huyendo. Así que en cierta manera, había
superado otro “escalón” hasta el contrato final.
La segunda parte de la formación era más bien técnica. No
íbamos a ser “comerciales” sino analistas de agua (francamente, agradecí no
tener el calificativo de comercial, no por nada malo, sino porque tenía muy
claro, por mis trabajos anteriores en administración, que no eran personas de fiar
ni los de tu empresa ni los de fuera de esta. ¡Iban a la suya! Y vender para
tener comisiones era su único lema y para ello valía todo, fuera lo que fuera,
hasta hacerse pasar por homosexual (el día que me enteré de esto último, casi
rompo a llorar del dolor de ver a alguien rebajándose así por uno puñado de
euros más al mes)).
La tercera parte era la formación ya en la calle, la parte
práctica. Pero claro, para ver si habíamos alcanzado los conocimientos
necesarios, hacía falta hacerlo, según su experiencia, en un entorno de
confianza. ¿Cuál podría ser ese entorno? ¡La familia! ¡Los amigos! Así que para
el viernes y sábado de aquella semana, teníamos que encontrar de dos a tres
familiares o amigos que nos quisieran hacer el inmenso favor de abrirnos las
puertas de su casa, para mostrarles nuestros nuevos conocimientos sobre el agua
y sus virtudes de salud.
Todo lo vi normal o en gran parte. No me parecía nada
extraño hasta que el sábado por la mañana, apareció un tipo de lo más peculiar
contándonos que era el MORNING y que
se esperaba de nosotros como nuevos “trabajadores” de la empresa (ningún
contrato se había firmado aún y ya llevábamos una semana y media dentro de
aquel lugar “aprendiendo”). La empresa deseaba que realizáramos, al mes, 60
analíticas de agua que eso serían seiscientos euros a cobrar (ahí ya sonó por
primera vez una alerta en mi cabeza. En la entrevista nos dijeron que había dos
ofertas: administración y analista de agua. Las personas de administración
harían jornada partida de ocho horas y cobrarían ochocientos cincuenta euros.
Por el contrario, los analistas cobraba, por las sesenta visitas al mes, mil
euros. La cosa, explicada por lo que parecía el represéntate o gerente de la
empresa (ahora no recuerdo su cargo ni como se presentó) había bajado de mil a
seiscientos. Aquello empezaba a oler raro). Pese a eso, ninguno se movió de su
sitio. Llevábamos meses todos esperando una nueva oportunidad laboral y un poco
de dinero no iba a cambiar que podíamos firmar un contrato de trabajo.
Luego nos habló de nuestra indumentaria. Sus palabras eran:
¡TENIS QUE IR CON TRAJE! Cuando en la entrevista se nos dijo que yendo de forma
elegante, ya estaba bien. Repetía tanto la palabra TRAJE que parecía Barney
Stinson en la serie Como Conocí A Vuestra Madre (¡Ponte traje! ¡Ponte traje! ¡Ponte
traje!). ¿Desde cuando un analista debe llevar traje? Como mucho bata blanca.
Además, se notaba que todos los que estábamos ahí, no nos podíamos permitir
ningún gasto extra.
Después de parecer un vendedor sicótico de la planta de la
sección de hombres de cualquier maxi pijo centro comercial, nos intento vender
la moto de que lo que verdaderamente importaba, eran que las analíticas fueran
bien. Si compraban o no, no era tan importante. Tenemos un buen producto y tarde
o temprano, se darán cuenta de que lo necesitan para tener una vida mas sana y
mejor (¡Hasta sonaba bien! Me dije en mi fuero interno. ¡Que estúpida era!).
Tras el fin de semana, llegó el lunes cuando salíamos a
“analizar” el agua. ¡Que treta mas bien montada! El primer hombre que
visitamos, se lo habían comprado diciendo que le regalaban un fin de semana. El
hombre y su mujer en paro, estuvieron muy contentos de que les tocara ese fin
de semana. En cuanto dijeron ‘estamos en paro’, mi compañero, al que yo
acompañaba porque era novel en lo de las analistas, llamó a su referencia (otro
compañero al que había de notificar la hora de entrada y de salida del domicilio)
y oí por el interfono: ‘¿Cómo lo ves?’
él respondió que complicado. Desde el otro lado del teléfono se oyó un sonoro: ‘¿Parados?’ él respondió sí, los dos.
Desde el otro lado del auricular se escucho: ‘¡Sal de ahí! No pierdas el tiempo. Pasa a la siguiente’. Después
de preparar todo para la demostración, lo desmontamos todo a prisa corriendo con
el señor de la casa gritando, con toda la razón del mundo, pues aquel niñato
había sido un grosero (no oyeron la charla que había tenido como yo que estaba
a su lado, pero su actitud, desde que le dijo que estaban parados, había sido
incorrecta y despectiva). Salimos de allí yo muerta de vergüenza y pensando: ‘¡Bueno! ¿Pero esto qué es?’
Fuimos a la siguiente que no estaban. Luego haciendo
preguntas a viandantes sobre un cuestionario para saber si le importaba su
salud y diciéndoles que entrarían en el sorteo de una analítica gratis (todas
eran gratis) o, posiblemente, un fin de semana en un hotel (no recuerdo cual
pero si que sólo era la estancia, ni comidas ni nada más). Dos entrevista más
por la tarde que acabaron a altas horas de la mañana (eran las doce y cuarto
cuando aparecí de nuevo por mi casa desde las ocho de la mañana que me había
ido al “trabajo”). No firmamos tampoco el contrato aquel día, ni al siguiente y
me cansé de esperar.
Hoy, a unas poco razonables casi doce del medio día, cuando
subía las escaleras, en la otra punta de ellas para entrevistarme estaba de
nuevo, el sicópata de los trajes. Él se comportó tontamente, como si no me
conociera (pese a que sabía lo que ponía en mi curriculum aunque no se acordara
de mi rostro) y yo fingí que no sabía quien era, me hice la tonta.
El puesto era exactamente lo mismo que hacía dos años atrás
pero, obviamente, mejorado (o eso decía “quitando” el factor de que yo sí que
sabía de lo que hablaba pese a todo el paripé nuevo montado).
Al final, se quedó con mi curriculum y me dijo que ya me
llamaría (aunque no creo que lo haga). Lo que no entendí es que una persona que
parecía tener potencial, siga manteniendo su misma falta de profesionalidad
laboral a todos los niveles. ¿Cómo lo sabía? Al salir dos personas estaban
esperando abajo reclamando su sueldo (después de un mes, por lo que le dijeron
a la recepcionista, ni habían firmado nada y había cobrado absolutamente, menos
que nada). Otra chica, entraba reclamando ver al responsable, al que llamó por
su nombre, pues el aparato que le habían vendido, había dejado de funcionar
hacía una semana y aún no se había pasado el técnico (la reparación se
garantizaba, por contrato, en 24 o 48 horas). En ese momento me alegré de salir
de una pesadilla recurrente como la del día de la marmota de la película Atrapado
En El Tiempo y volver a una realidad más verídica.
Cuando volvía a casa no paraba de pensar. ¿El hábito hace
al monje? Por las pintas que llevaba aquel hombre bien podría pasar por un buen
samaritano y todo. Sin embargo, era un ególatra, un timador, un embustero. ¿De
qué servía un traje si se iba de déspota e inculto en casas ajenas?
Francamente, lo único que me quedó claro, es que aquel hombre no abogaba por la
salud y no lo había hecho jamás.
Duden de todos los que quieran venderle agua más pura y
mejor. Si llevan un traje, no dejan de ser asnos peligrosamente coceadores con
algo de pasta en sus bolsillos.
MORALEJA: Alguien dijo una vez: “No es la riqueza, ni
los ancestros; sino una conducta honorable la que hace grandes a las personas”.
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