miércoles, 4 de junio de 2014

DOS TONTOS MUY TONTOS (VERSIÓN 2.0)



¿Es lo mismo ser tonto que hacerse el tonto? Hombre, yo pensaba que no pero ahora, francamente, empiezo a tener mis dudas.

Por fin, después de semanas sin entrevistas de trabajo, una hoy a las diez y media. Rellenaba el formulario de la empresa y esperaba, en recepción donde habían diez sillas a cada lado de la mesa alta en forma de media luna, a que me tocara mi turno. Desconocía cuantas personas estaban siendo entrevistadas en ese momento. Quince me dio por contar son los que esperábamos nuestro turno. Y yo era la última que había llegado. Fueron entrando más o menos, entre intervalos de veinte minutos cada uno. Estuve más de hora y media esperando a que me hicieran la entrevista. Una vez llegado mi turno, dije: “Tierra,… ¡Trágame!”

Hacía justo dos años y medio, que había ido a una entrevista muy cerca de allí (en la ciudad, no en el polígono industrial que es donde me encontraba para esta segunda entrevista). Dos entrevistas previas y entré en el primer curso de formación. ¡Me sentí contenta y feliz! ¡QUE ILUSA FUI! Durante aquella “formación” inicial, había personas de las que habían estado seleccionadas entre un montón de gente, que habían cogido y se habían levantado marchándose sin concluir la formación. Pensé: ‘¿Qué les pasa? ¿Por qué se marchan?’

El acceder a la segunda parte de la formación bastaba con haberse quedado a la primera sin salir huyendo. Así que en cierta manera, había superado otro “escalón” hasta el contrato final.

La segunda parte de la formación era más bien técnica. No íbamos a ser “comerciales” sino analistas de agua (francamente, agradecí no tener el calificativo de comercial, no por nada malo, sino porque tenía muy claro, por mis trabajos anteriores en administración, que no eran personas de fiar ni los de tu empresa ni los de fuera de esta. ¡Iban a la suya! Y vender para tener comisiones era su único lema y para ello valía todo, fuera lo que fuera, hasta hacerse pasar por homosexual (el día que me enteré de esto último, casi rompo a llorar del dolor de ver a alguien rebajándose así por uno puñado de euros más al mes)).

La tercera parte era la formación ya en la calle, la parte práctica. Pero claro, para ver si habíamos alcanzado los conocimientos necesarios, hacía falta hacerlo, según su experiencia, en un entorno de confianza. ¿Cuál podría ser ese entorno? ¡La familia! ¡Los amigos! Así que para el viernes y sábado de aquella semana, teníamos que encontrar de dos a tres familiares o amigos que nos quisieran hacer el inmenso favor de abrirnos las puertas de su casa, para mostrarles nuestros nuevos conocimientos sobre el agua y sus virtudes de salud.

Todo lo vi normal o en gran parte. No me parecía nada extraño hasta que el sábado por la mañana, apareció un tipo de lo más peculiar contándonos que era el MORNING y que se esperaba de nosotros como nuevos “trabajadores” de la empresa (ningún contrato se había firmado aún y ya llevábamos una semana y media dentro de aquel lugar “aprendiendo”). La empresa deseaba que realizáramos, al mes, 60 analíticas de agua que eso serían seiscientos euros a cobrar (ahí ya sonó por primera vez una alerta en mi cabeza. En la entrevista nos dijeron que había dos ofertas: administración y analista de agua. Las personas de administración harían jornada partida de ocho horas y cobrarían ochocientos cincuenta euros. Por el contrario, los analistas cobraba, por las sesenta visitas al mes, mil euros. La cosa, explicada por lo que parecía el represéntate o gerente de la empresa (ahora no recuerdo su cargo ni como se presentó) había bajado de mil a seiscientos. Aquello empezaba a oler raro). Pese a eso, ninguno se movió de su sitio. Llevábamos meses todos esperando una nueva oportunidad laboral y un poco de dinero no iba a cambiar que podíamos firmar un contrato de trabajo.

Luego nos habló de nuestra indumentaria. Sus palabras eran: ¡TENIS QUE IR CON TRAJE! Cuando en la entrevista se nos dijo que yendo de forma elegante, ya estaba bien. Repetía tanto la palabra TRAJE que parecía Barney Stinson en la serie Como Conocí A Vuestra Madre (¡Ponte traje! ¡Ponte traje! ¡Ponte traje!). ¿Desde cuando un analista debe llevar traje? Como mucho bata blanca. Además, se notaba que todos los que estábamos ahí, no nos podíamos permitir ningún gasto extra.

Después de parecer un vendedor sicótico de la planta de la sección de hombres de cualquier maxi pijo centro comercial, nos intento vender la moto de que lo que verdaderamente importaba, eran que las analíticas fueran bien. Si compraban o no, no era tan importante. Tenemos un buen producto y tarde o temprano, se darán cuenta de que lo necesitan para tener una vida mas sana y mejor (¡Hasta sonaba bien! Me dije en mi fuero interno. ¡Que estúpida era!).

Tras el fin de semana, llegó el lunes cuando salíamos a “analizar” el agua. ¡Que treta mas bien montada! El primer hombre que visitamos, se lo habían comprado diciendo que le regalaban un fin de semana. El hombre y su mujer en paro, estuvieron muy contentos de que les tocara ese fin de semana. En cuanto dijeron ‘estamos en paro’, mi compañero, al que yo acompañaba porque era novel en lo de las analistas, llamó a su referencia (otro compañero al que había de notificar la hora de entrada y de salida del domicilio) y oí por el interfono: ‘¿Cómo lo ves?’ él respondió que complicado. Desde el otro lado del teléfono se oyó un sonoro: ‘¿Parados?’ él respondió sí, los dos. Desde el otro lado del auricular se escucho: ‘¡Sal de ahí! No pierdas el tiempo. Pasa a la siguiente’. Después de preparar todo para la demostración, lo desmontamos todo a prisa corriendo con el señor de la casa gritando, con toda la razón del mundo, pues aquel niñato había sido un grosero (no oyeron la charla que había tenido como yo que estaba a su lado, pero su actitud, desde que le dijo que estaban parados, había sido incorrecta y despectiva). Salimos de allí yo muerta de vergüenza y pensando: ‘¡Bueno! ¿Pero esto qué es?’

Fuimos a la siguiente que no estaban. Luego haciendo preguntas a viandantes sobre un cuestionario para saber si le importaba su salud y diciéndoles que entrarían en el sorteo de una analítica gratis (todas eran gratis) o, posiblemente, un fin de semana en un hotel (no recuerdo cual pero si que sólo era la estancia, ni comidas ni nada más). Dos entrevista más por la tarde que acabaron a altas horas de la mañana (eran las doce y cuarto cuando aparecí de nuevo por mi casa desde las ocho de la mañana que me había ido al “trabajo”). No firmamos tampoco el contrato aquel día, ni al siguiente y me cansé de esperar.

Hoy, a unas poco razonables casi doce del medio día, cuando subía las escaleras, en la otra punta de ellas para entrevistarme estaba de nuevo, el sicópata de los trajes. Él se comportó tontamente, como si no me conociera (pese a que sabía lo que ponía en mi curriculum aunque no se acordara de mi rostro) y yo fingí que no sabía quien era, me hice la tonta.

El puesto era exactamente lo mismo que hacía dos años atrás pero, obviamente, mejorado (o eso decía “quitando” el factor de que yo sí que sabía de lo que hablaba pese a todo el paripé nuevo montado).

Al final, se quedó con mi curriculum y me dijo que ya me llamaría (aunque no creo que lo haga). Lo que no entendí es que una persona que parecía tener potencial, siga manteniendo su misma falta de profesionalidad laboral a todos los niveles. ¿Cómo lo sabía? Al salir dos personas estaban esperando abajo reclamando su sueldo (después de un mes, por lo que le dijeron a la recepcionista, ni habían firmado nada y había cobrado absolutamente, menos que nada). Otra chica, entraba reclamando ver al responsable, al que llamó por su nombre, pues el aparato que le habían vendido, había dejado de funcionar hacía una semana y aún no se había pasado el técnico (la reparación se garantizaba, por contrato, en 24 o 48 horas). En ese momento me alegré de salir de una pesadilla recurrente como la del día de la marmota de la película Atrapado En El Tiempo y volver a una realidad más verídica.

Cuando volvía a casa no paraba de pensar. ¿El hábito hace al monje? Por las pintas que llevaba aquel hombre bien podría pasar por un buen samaritano y todo. Sin embargo, era un ególatra, un timador, un embustero. ¿De qué servía un traje si se iba de déspota e inculto en casas ajenas? Francamente, lo único que me quedó claro, es que aquel hombre no abogaba por la salud y no lo había hecho jamás.

Duden de todos los que quieran venderle agua más pura y mejor. Si llevan un traje, no dejan de ser asnos peligrosamente coceadores con algo de pasta en sus bolsillos.

MORALEJA: Alguien dijo una vez: “No es la riqueza, ni los ancestros; sino una conducta honorable la que hace grandes a las personas”.

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