SILENCIO VACÍO DE UNA OLA
Frente a frente,
desnuda, abierta
en pos de tu fuerza,
marché hacía a ti sin miedo.
Tremenda bruma.
Tremenda espuma.
Tremendas rocas.
Tremendas olas.
Tremendo mar.
En el infinito vacío
nacido entre la cúspide
sobre un suelo de agua
con sabor a sal,
me metí por última vez.
El silencio duró poco.
El arriba y el abajo
se unieron demasiado pronto,
sin dejarme escapar
de mi funesto destino.
Mi prisión perduró un segundo,
la condena rauda un instante,
el entierro relegado a la infinitud.
Perdí de vista el sol,
las nubes, los pájaros del cielo.
Todo aquello que debía estar
por encima de mi cabeza
daba paso a agua, sólo agua,
agua por los cuatro costados.
Todos a una me
hicieron perder el norte.
Dejé de saber quien era,
donde estaba.
Dejé de ser consciente
de que me mataba.
El oleaje se tornó abrazo,
el abrazo se tornó mortaja,
la mortaja me arrastró al fondo.
(¡Qué efímero es siempre el fin!).
Allá abajo, en lo más profundo
de lo más profundo del mar,
reposaré por toda la eternidad.
Siendo el agua mi tesoro,
mi única patria, mi último hogar.
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