jueves, 31 de octubre de 2013

SE ME OLVIDÓ TU DÍA (escrito)


 

Creí que algo así no se olvida jamás (cuando el corazón se rompe de manera tan dura para siempre, la mella parece que durara toda vida. Mas no es así. Después de trece duros años me olvidé de ese día, de ti, de tu forma tan repentina de decir adiós).

 

Nunca creí que este día llegara y no por faltar a algo prometido, o por creer que con mi falta de memoria o la falta de memoria de mi corazón incompleto, pudiera estar escribiendo esto. Pero no,… no es así. ¡Llegó el día! Y me siento muy mal por ello.

 

Cuando mi madre me tuvo que recordar el cumpleaños del abuelo me dije,… ‘¡No! ¡No puede ser!’  A mi no se me pasa ninguna fecha. Llamé al abuelo, a tu padre, lo felicité por su ochenta y nueve años. Al colgar te recordé y me vino a la cabeza ese fatídico veintiséis de octubre de dos mil. ¡Había tanto planeado por aquella fecha! Tres bodas, una justo al mes siguiente, dos muy lejos de tu casa y tu, por no faltar a ninguna de ellas y poder cumplir con todas tus sobrinas, te pasaste todo el año trabajando durante dos años (ahora me pregunto si eso fue lo que al final te superó,… el no tener tiempo ni para ti por querer tener tiempo para todos los tuyos).

 

¡No lo merecíamos! ¡Yo hoy no me lo merezco! Tengo un sabor agridulce en la boca. Mis manos tiemblan y siento un vació inmenso por dentro. ¡Pensaba que te recordaría siempre!

 

Para mi no te has ido y no es algo que diga ahora por quedar bien. Aquí, en mi casa, en casa de mi madre, no ocultamos tus fotos y siempre estamos hablando de ti. Es un recuerdo constante de alguien que significó tanto que ni con su marcha pudimos arrancar de nuestras vidas. Incluso mi niño, ni precioso sobrino que ni siquiera pudo conocerte, habla de ti en presente como si estuvieras aquí en este momento (de pequeño no paraba de mirar al cielo y reírse. ¡Yo se que ese eras tú! Haciéndole cucamonas a nuestro pequeño cachorrito y protegiéndolo desde el más allá).

 

Las lágrimas se precipitan ahora en mis ojos culpables por olvidarme de tu día. La presión en el pecho aumenta y no hay consuelo para mi despiste.

 

Querría decirte tantas cosas, excusarme de forma que fuera más creíble pero sólo se hablar con la verdad. ¡Me olvidé! No de ti tío que me quería como a su hija, segundo padre, sino de esa fecha en que mi corazón dejó de estar completo pues un pedazo enorme se fue para siempre.

 

 

Te quiero tito y te tengo tan presente, que el día de tu muerte, me ha gustado olvidarlo a medias.

 

Tuya, tu sobrina,

 

 

DENEB

miércoles, 30 de octubre de 2013

LA NOTA (relato)


 
El camarero se acercó con una nota con el café:
 
Habitación 587. No me gusta ir con rodeos.
Tienes un gran paquete y yo estoy cachonda.
Tú decides. Yo ya voy a subir y ya estoy mojada.
 
Hasta ahora si te atreves.
 
Acabé el café de un sorbo quemándome el paladar. ¡Que importaba! ¿Cuántas veces una mujer ardiente, fuera como fuera, se mojaba sin saber primero cuanto tienes en la cuenta del banco? No me lo pensé y ansioso me fui hacia los ascensores. Empecé a pensar en las mujeres que había en el comedor del hotel aquel día pero tengo que reconocer que estaba bastante concentrado tomando notas de la importante reunión de aquella mañana. Estaba tan absorto que no me fije en nadie. ¡Patético! Una mujer comiéndome con la mirada y yo sin darme de cuenta. ¡Mierda de trabajo!
 
Llegué a la puerta de la habitación que estaba entreabierta. Entré en un cuarto que estaba totalmente a oscuras. Cerré la puerta y una mujer a la que no había visto, me empotró contra la puerta y empezó a besarme apasionadamente. Agarró mis manos contra la puerta mientras su lengua jugaba con la mía a un duelo en el que quería salir victoriosa ella. Me dijo que no me moviera y soltó mis manos. Obedecí. No estaba acostumbrado a obedecer pero me dejé llevar. Me quitó la americana de golpe, violentamente. Arrancó mi camisa. Iba fuerte y se notaba. Su perfume era embriagador y tenía grandes pechos pues, pese a que todo estaba a oscuras, al besarme los note en mis pectorales y excitándome mucho.
 
Desabrocho mi cinturón y mi pantalón. Los bajó junto a los boxer. Mi sexo estaba completamente erecto. Todo seguía a oscuras. Me quitó lo que faltaba de forma violenta. Suponía que ahora estábamos ambos en igualdad de condiciones ambos. Empezó a morderme los pezones mientras su mano se deslizaba por mi sexo de forma relajada (su boca y su mano tenían diferente ritmo. La boca arrasaba y succionaba apasionadamente y su mano iba lenta, dulcemente y deliciosamente).
 
Toda aquella situación me había excitado mucho. Ella contenía mi eyaculación y eso que yo no podía parar de gemir. ¡Que locura! ¡Que inmenso placer! ¡Que delicia de boca! ¡Que deleite de mano!
 
No se cuanto tiempo estuvo así, conteniendo mi derrame una y otra vez. Creía que no podría aguantar y ella,… lo conseguía. No se como fue el momento en que ella aceleró muy poco o sólo un poco y grité al llegar al orgasmo mas bestial de toda mi vida. Las piernas me temblaban. No podía casi ni mantenerme de pie. Seguía con la espalda en la puerta pero tenía la sensación de que me iba a caer mientras unos escalofríos de placer me recorrían de cabeza a los pies una y otra y otra vez de forma intensa. Ella seguía acariciando mi sexo pese al derrame. ¡ME ENCANTABA QUE NO PARARA!
 
Un susurro cruzó la habitación que decía: ahora te toca a ti.
 
La tumbé en el suelo y con mi verga aún erecta pese a la corrida, se la metí tan dentro y tan fuerte que al segundo empujón, de lo húmeda que estaba, se corrió de gusto. Pero no paré, seguí ahí, dándole placer, empujando y viendo como aquella mujer sin rostro, se volvía a correr con mi sexo una y otra y otra vez. Gemía. Me excitaba. Me estaba poniendo más y más cachondo. No podía parar y cada vez la metía con más fuerza. ¡Dios! ¡Era genial! No se cuanto tiempo pude disfrutar del deleite de un sexo tan resistente, tan ardiente, tan cachondo, tan agradecido. Estuvimos horas y fue intenso. Cuando llegué al segundo orgasmo ella se había derramado infinidad de veces. ¡Que placer de hembra! Nos quedamos extasiados los dos en el suelo. A la mañana siguiente sólo estaba yo, desnudo en la habitación y una nota encima de mí pecho:
 
¡Gracias por follarme tan bien!

martes, 29 de octubre de 2013

VOY A LLORARTE UNA ÚLTIMA VEZ (poema)

 
VOY A LLORARTE UNA ÚLTIMA VEZ
Voy a llorarte una última vez
y cuando la última lágrima caiga
me olvidare de tu nombre,
me olvidare de ti.

Dejaré atrás los absurdos recuerdos
de un pasado sin sentido
que fue lo único que queda
de este largo camino.

Recompondré mi corazón por si,
algún día, otro quisiera, en un
intento imposible,
hacerlo latir de nuevo.

¡Dejaré de amarte!
¡Olvidaré haberte querido!

Romperé de una vez con este amargo quejido...
¡Y seré libre!

Algún día, no se cuando, volveré a vivir
y espero que esto sea lo único que me quede
de un amargo verano, de una noche sin fin.

lunes, 28 de octubre de 2013

HORAS (poema)


 
HORAS

 

En este mundo se vive sólo

por el hecho de seguir el compás

que un reloj construido al azar

por la mano torpe del que nunca

supo vivir la realidad.

 

No existe medida

para poder calcular

qué nos queda

ni cuanto vivimos.

 

Más absurdamente miramos y

contamos hacia delante,

aunque no nos movamos.

 

Creemos que será

mejor mañana

sin saber que es

ese mañana.

 

Construimos un mundo

por dejar de nosotros

pedazos de nuestro cuerpo

incrustados a unos muros

que nunca serán nuestros.

 

Buscamos vagamente

un pasar que nos pasó de largo.

Y no esperamos por que

esperar no está de moda.

 

¡Todo es deprisa!, como sí la vida

nos fuera pisando los talones,

haciéndonos correr más,

cada vez más deprisa.

 

¡No paramos!

¡No respiramos!

¡No callamos!

¡No gritamos!

¡No necesitamos ayuda!

 

¡Y al final siempre caemos!

Si logramos volver a caminar,

seguiremos yendo deprisa

sin sentido hacia adelante

por que el reloj marca el tiempo,

las horas pasan

y en algún lugar creemos

que nos esperan.

domingo, 27 de octubre de 2013

¿QUÉ ES SER OPERADOR DE RADIOLOGÍA?

* Protección radiológica de los trabajadores (Diplomas, licencias y acreditaciones de personal): La formación de las personas encargadas de dirigir y operar las instalaciones se considera un elemento fundamental para conseguir que el funcionamiento de las instalaciones nucleares y radiactivas se realice en condiciones de seguridad adecuadas, que garantice la protección de los trabajadores de las propias instalaciones y de los miembros del público.

 

Para asegurar que se obtiene un grado de formación aceptable la legislación española requiere que las personas cuya actividad puede afectar a la seguridad o la protección radiológica de las instalaciones obtengan una licencia concedida por el Consejo de Seguridad Nuclear.

 

Para la obtención de los distintos tipos de licencias que otorga el CSN se requiere que los solicitantes obtengan conocimientos suficientes en materia de seguridad y protección radiológica en general. Asimismo, se requiere un grado de conocimiento adecuado sobre funcionamiento, normas y procedimientos de actuación, riesgos existentes y medidas de protección de las instalaciones específicas en que van a realizar su actividad.

Los solicitantes de licencias de personal deben demostrar que no poseen ningún impedimento desde el punto de vista médico para el trabajo en presencia de radiaciones ionizantes. Para ello, deben presentar un certificado de aptitud para el desempeño del trabajo con riesgo de exposición a radiaciones ionizantes, expedido por un Servicio de Prevención de Riesgos Laborales (Art. 39 del RD 783/2001 de 6 de julio, por el que se aprueba el Reglamento sobre protección sanitaria contra radiaciones ionizantes) o un Servicio Médico Especializado (Disposición transitoria tercera del RD 783/2001 de 6 de julio, por el que se aprueba el Reglamento sobre protección sanitaria contra radiaciones ionizantes).

 

Las personas que van a dirigir el funcionamiento de instalaciones nucleares o radiactivas deben estar en posesión de una licencia de supervisor. Para quienes vayan a operar directamente estas instalaciones la licencia será de operador.

 

En el caso de las instalaciones radiactivas, las licencias de operador y supervisor se conceden por un periodo de cinco años, transcurrido el cual debe procederse a su renovación. Las licencias se conceden a cada individuo con carácter personal e intransferible y con validez para un campo de aplicación (radioterapia, medicina nuclear, radiografía industrial, etc.). Posteriormente,  cada licencia se registra en una instalación concreta en la que la persona que la obtuvo ejerce su actividad. El CSN tiene un registro de licencias de personal en el que figura la información sobre todas las personas que tienen licencia en nuestro país y las instalaciones en que trabaja cada uno. (Enlace web: http://www.csn.es/index.php?option=com_content&view=article&id=4181&Itemid=238&lang=es).

 

* CÁNCER: El cáncer es una enfermedad provocada por un grupo de células que se multiplican sin control y de manera autónoma, invadiendo localmente y a distancia otros tejidos. En general tiende a llevar a la muerte a la persona afectada, si no se somete a un tratamiento adecuado. Se conocen más de 200 tipos diferentes de cáncer, los más frecuentes son los de piel, pulmón, mama y colonrrectal (http://es.wikipedia.org/wiki/C%C3%A1ncer).

 

* RADIOTERAPIA: La radioterapia es una forma de tratamiento basado en el empleo de radiaciones ionizantes (rayos X o radiactividad, la que incluye los rayos gamma y las partículas alfa). (Enlace web: http://es.wikipedia.org/wiki/Radioterapia).

 

 

Encontrar por el mundo buenas o malas personas es toda una lotería. Hay veces, que no sabes por que, aparece alguien en tu vida que, sin saber como ni porque no, te ayuda a veces sin ni saber tu nombre, como si te conociera de toda la vida.

 

Otras muchas no y de estas mismas, aunque no lo merezcan, son de las que voy a hablar en este escrito de hoy.

 

Cuando oyes la palabra CÁNCER un escalofrío recorre tu cuerpo de la cabeza a los pies. Da igual si es benigno o maligno o si hay tratamiento. Tu primera reacción siempre es la misma: ‘¡Voy a morir!’  Sientes que tu vida pasa por delante de tus ojos en ese mismo instante como si ya estuvieras con un pie en el otro barrio. No escuchas, no quieres escuchar. Te gustaría acabar con tu sufrimiento, con la amargura que harás a los tuyos por tu enfermedad y lo primero que se apodera sin querer de ti es… ‘¡¡¡DESEO MORIRME YA!!! Así,… no sufrirán’. Da igual tu dolencia o tu predisposición para curarte o no. ¡Los tuyos te quieren! No quieren, de hecho no están preparados para que te vayas.

 

La depresión poco a poco se apodera de ti. Primero la operación tras la biopsia inicial. Salir de hospital para saber que grado y hasta donde. Pensar que te miente los que te rodean (no me dicen la verdad, recelos a aceptar que lo hacen por tu bien todo). Luego los resultados, el tratamiento (largo o corto) y padecimiento tras los días que hay que esperar para saber si funciona de verdad.

 

El camino de la recuperación es largo y quien diga lo contrario miente. El tiempo en un hospital, sea por una urgencia, sea por un ingreso, sea por un tratamiento, se hace eternamente más largo que fuera de este (si, teoría de la relatividad y todo lo que queráis pero esta comprobado: el tiempo parece hacerse insoportablemente eterno).

 

Tu amigos te apoyan y te alientan a que sigas adelante (un bache, una roca en el camino, la tiene cualquiera). Tus familiares están ahí, siempre han estado, para las duras y para las maduras y ahora no te van a abandonar. Te animas durante un instante y decides empezar con el tratamiento por ellos.

 

Empiezas la radioterapia (treinta y tres sesiones) y ya en la primera te encuentras con personas que están pasando por lo mismo que tú pero que callan pues no te conocen. Te asustas, sería tan fácil darte la vuelta e irte. ¡Estás sólo ahí! Te sientes sólo.

 

Entras en un vestuario para cambiarte. Te hacen poner una bata que te dicen que tienes que traer todos los días. Ya estás marcado con unos “tatuajes” para las coordenadas para que los operarios de radioterapia puedan colocar la radiación en el lugar pertinente para realizar mejor el tratamiento.

 

Estás allí tumbado, semidesnudo. Sientes pequeños ruidos aquí y allí durante diez minutos. ¡Listo! Vuelves al vestuario, te cambias, te vas para casa y hasta el día siguiente (todo eso hay que repetirlo durante mes y medio largo).

 

Un día, un día cualquiera en el que aún no llevas muchas sesiones, oyes en el vestuario de al lado que una chica se ha mareado. Uno de los operarios acude mientras el otro, que parece no tener dos dedos de frente, le aconseja a su compañero que saque a esa persona del vestuario (creo que se ha olvidado de las normas básicas de primeros auxilios: PAS: Proteger, Avisar, Socorrer. Me asusto pues no se quien es la chica pero está claro que uno de ellos no está por la labor ni de protegerla, ni de avisar a nadie y menos de socorrer a esa persona. ¿Y si es alguien que se mareo tras la radio? ¿A este “gente” le da igual lo que te pase? ¿Qué clase de personajillo es ese tío para tratar a una persona, a una mujer, a un ser humano enfermo como si fuera un estorbo?).

 

Me voy a casa con un nudo en el estómago. ¡No quiero que me trate esa persona! No si no va a tratarme como merezco.

 

Al día siguiente, una mujer en silla de ruedas que venía acompañada o eso parecía, viene sola. La entran y le pregunta por la chica que la acompañaba. Era ella la que se puso mala ayer y la que le “estorbaba” al gilipuertas del operario (me dan ganas de poner una queja y que su supervisor sepa como trata a las personas).

 

El día después a ese, la mujer vuelve acompañada por esa chica. ¡Me alegro por ella! Se la ve de mejor cara y eso que yo ni siquiera la vi cuando estaba mareada sólo escuchaba lo que pasaba a mi alrededor. Entro yo y poco después ella. Están el vestuario de a lado y alguien ha dejado un olor fuerte dentro del mismo. El operario deja la puerta abierta el que parece tener un poquito de más cabeza (parece,… luego demostrará que no la tiene). La chica se queda dentro del vestuario esperando y el sin corazón del otro día le dice a su compañero: ‘¿Pero por qué se queda ahí dentro?’  Parece, y no se porque, como si aquella chica le molestara. No es fea, ni se la ve mala persona y trata a la mujer que acompaña con mucha dulzura. ¿Qué coño le molestará al gilipuertas?

 

Cuando la mujer sale de su turno yo me he remoloneado mas en el vestuario y escucho que el otro operario, el que parecía un hombre, le dice: ‘¡No hace falta que vengas más!’  Si yo hubiera sido ella le hubiera cruzado la cara con un golpe. Ella sólo dice que si molesta y le dicen que no (pues no lo parece por como la tratáis). Se va y se la nota enfadada. El operario que parecía tener dos dedos de frente le dice: ‘¡Adiós señora Fulanita!’  La chica se gira y le dice: ‘¿Cómo?’  Él responde: ‘He dicho adiós señora Fulanita’. Y la chica le responde: ‘Es que no se llama así. Ella es la señora Menganita’ (acababan de hacerle el tratamiento escasamente cinco minutos antes y no se acodaban de su nombre. ¡¡¡SERÁN INÉPTOS!!! La chica de la entrada se conoce los nombres de todos nosotros y nos saluda a la entrada tanto a enfermos como a acompañantes. ¡Es una gran mujer! No sólo por eso ya que no tiene obligación de saberlos o de saludar pero lo hace y es de agradecer. Sin embargo estos “operarios” que sólo tiene el título para demostrarlo, se “chulean” a todas y cada una de las personas que pasan por sus manos cinco veces por semana. ‘¿Estos son los que van a ayudarme con mi recuperación?’  Me digo. Pues si el cáncer que tengo no me mata seguro que el Cáncer de su falta de empatía con el enfermo y sus allegados, acabará por hacerme enfermar del todo hasta morir de deterioro de cariño por el prójimo sin importar quien sea este prójimo ni el dinero que puede llegar a ganar).

 

MORALEJA: Neill Lawson: "La ley nunca podrá obligar a nadie a amar a su prójimo; pero, por lo menos, se le hará más difícil expresar su odio."

viernes, 25 de octubre de 2013

ILUMÍNAME (escrito)


 

 

Faltan quince minutos para las dos de la tarde. Aparco mi coche en la calle Velázquez para ir a correos a buscar un paquete en la oficina de mi zona. Las luces de la calle están encendidas (parece algo raro pues aunque hay nubes, no hace más iluminación). Las palabras crisis, recortes, ajuste de cinturón se agolpan en tromba en mi mente una tras otra. Saco el móvil y empiezo a hacer fotos pues no me lo puedo creer (podría ser un espejismo, me digo, pero una cámara no miente). ¡Las luces están encendidas!

 

Camino hasta la esquina y me doy cuenta que también están encendidas las de la calle de Lorca. Vuelvo a hacer otra fotografía para cerciorarme que es cierto. ‘¿Desde cuando llevarán encendidas?’ me pregunto. Nuevas palabras se agolpan de nuevo a mi mente: contaminación lumínica, gasto innecesario, falta de comida para los más pequeños.

 

Sigo caminando mirando las fotos del móvil, apilándolas, volviéndolas a su tamaño normal y no me lo puedo creer. Podrían llevar toda la noche y se podrían pasar todo el día encendidas. Recuerdo la nueva subida del recibo de la luz y mi desesperación va en aumento.

 

Recojo el paquete en la oficina y vuelvo a mi coche. Las de la calle Lorca se han apagado ya. Miro a un lado y a otro. ¿Alguien ha estado pendiente de una mujer haciendo fotos a unas farolas con el móvil? ¿Alguien se ha “chivado”? ¿Pero porqué? Creo que la paranoia se apodera de mí pero es lógico pensar en lo malo cuando no puedes confiar en nada ni en nadie (eso es lo que últimamente nos han enseñado en todos los miedos: no confíes ni en tus padres, ni en tu sombra, ni en ti).

 

Las de la calle Velázquez siguen encendidas y son las dos y un minuto de la tarde. Entro en la calle en dirección a mi coche y la iluminación tiembla hasta que se apaga. Pienso que las casas de esa calle son preciosas, que la gente es afortunada y sobretodo, que podía haber alguien del ayuntamiento utilizando la luz de la propia calle con un empalme y que al ver que alguien fotografiaba las farolas encendidas, las han apagado para no ser descubierto. Siento que alguien me observa y no parece haber nadie al menos por la calle. ¡No puedo más! Mi mente me está agotando la energía.

 

Sólo eran luces me digo pero en el trasfondo podría haber tanto o no haber francamente nada. ‘¡Eran luces!’ Me repito, pero francamente es angustia, dolor de ver que no hay salida, que todo parece igual o peor que cuando todo esto empezó.

 

Sería bueno dejar de sospechar de todo y de todos. Sería bueno confiar un poco más en la gente y ver corruptos y corruptores por todos sitios. Sería bueno ser felices. Sería bueno que hubiéramos aprendido la lección pero a fin de cuentas, nadie nos ilumina de forma que el aprendizaje sea certero y preciso. Las luces sólo iluminan las calles, de día o de noche. La iluminación que nosotros necesitamos no depende precisamente del Ayuntamiento, pero es la que corre más urgencia para dejar de parecer locos que caminan por la calles de la ciudad y hacen fotos con el móvil para poder averiguar que es verdad y que es una gran mentira.

jueves, 24 de octubre de 2013

NANA A MI HIJO (poema)


 
NANA A MI HIJO

 

Duerme mi sueño,

duerme mi vida,

duerme pedazo de mi corazón.

No sé donde estás,

ni sé quien te cuida,

ni quien no quiere

que te tenga mi amor.

Vuela mi mundo,

vuela sin ti,

entre lágrimas negras,

llantos escondidas,

sangrados mensuales

que me destrozan la vida.

 

Duerme mi sueño,

duerme mi sol,

duerme trocito

de mi dulce amor.

Tu padre también

te espera y desespera

con nuestra desesperación.

Hay amor, para él y para ti,

para tenerte junto a nosotros,

para que vengas a formar

de esta vida hasta ahora de dos.

 

Duerme mi sueño,

descansa donde estés.

Lucharé por ti,

por tenerte conmigo,

por abrazarte algún día,

por darte todo mi amor,

por hacerte realidad mi sueño.

 

Mama te espera y te esperará.

Papa te desea y te deseará.

Duerme mi niño.

Duerme mi amor.

 

FRENAR EN SECO (realidad vivida)


 

Lunes. Son las siete y suena el despertador. Vestirse rápido. Coger el coche. Media hora de camino para llegar a la primera parada. Recoger a una mujer que es como una madre para ir al médico. Viaje de tres cuartos de hora largos (encontramos una retención que nos demostró lo insolidaria que es la gente que sale tarde de casa y que para llegar tarde, tiene que hacer varias infracciones GRAVES para llegar a trabajar demostrando la poca calidad humana que poseen). Entramos en el hospital (espera de rigor pese a tener la hora programada). Entrar con la oncóloga (mi viejita tiene cáncer). Escuchar a la doctora que no le levanta ni el jersey para mirarle la zona (ella es la que tiene una carrera no yo). Volver a su casa pero, como la noche la pasó mala entre toses y estornudos, primero hay que pasar por urgencias. Que nos cojan para pedir tanda para la doctora (hay treinta y cinco personas delante de nosotras). Esperar. Luego ir a la sala de espera y volver a esperar. No hemos desayunado ni su hija ni yo. Se escapa a buscar un croissant que nos comemos esperando. La cogen después de un largo rato. La visitan. La oscultan. Le recetan medicamentos que hay que comprar. Vamos a la farmacia y los compramos. Luego al dentista a cambiar la hora (una hora suya que contradice con una mía). Nos dan hora para el miércoles a las nueve y media. Volver a su casa. Calentar el primer plato y prepara el segundo contra reloj (tendría que irme a las dos de la tarde y son y cuarto y aún no he salido de su casa). Volver a mi hogar. Comer rápido. Ducharme. Vestirme. Salir corriendo hacia la radioterapia en el Hospital donde hemos estado esta mañana. Llega la ambulancia que la trae (por seguridad y porque yo pueda comer sin prisas). La bajan y ya la cojo yo. Han dejado la máquina y van tarde (van una hora tarde). Esperamos y charlamos (no quiero que oiga a los demás pacientes y sus quejas sobre la sangre que salía de aquí o de allá antes de que les comunicaran que tenían cáncer. A ella no se lo hemos dicho. Sólo sabe que le quitaron un “quiste” y poco más. Todo lo que hacen ahora es por precaución no porque encontraran algo. Una mentira piadosa, lo sé, pero necesaria. Mi viejita no sólo tiene cáncer sino un problema de movilidad y equilibrio de una enfermedad que desconozco que le surgió hace cinco años. Tiene un poquito de depresión pues sabe que esa enfermedad es degenerativa e irá a más). Nos cogen y entramos. La desvisto. Se la llevan. Diez minutos tengo para mí. Escribo. La traen. La visto. La llevo para su casa. Llegamos y la llevo al baño (movilidad reducida así que todo es un poco más lento que para una persona normal). Salgo y por la hora, voy a buscar a mi madre a la salida del trabajo para evitarle la caminata hasta casa. Tengo que esperarla en la puerta. Sale, bajamos, recogemos a mi padre y lavamos el coche. Vuelvo a dejarlos en casa. Regreso a casa de mi viejita a darle la cena. Come poco. Esta muy cansada. Le doy sus pastillas y la preparo para dormir. Le pongo el pijama, el pañal para que no tenga que moverse de la cama. La tumbo. Voy a recoger el aseo y me llama asustada. Le ha venido ganas de vomitar (ascos por los mocos que hay en su pecho). Devuelve en la cuña. Su cara está blanca y toda ella tiembla. Yo aguanto el tipo. Su marido llega asustado a la habitación y empieza a recriminarle cosas que no vienen al caso (está asustado pero eso no justifica sus palabras). Le digo con voz firme que salga de la habitación y la deje recuperarse cinco minutos. Se larga, por suerte, sin darme replica (lo agradezco. No tengo yo el día para replicas de ningún tipo). Sigo el protocolo tras un vómito. Espero un rato y con una cañita, le hago que beba un poco de agua. Espero. La tolera. Un par de buches más con tiento. Los tolera (eso es buena señal). Me espero. Le doy las pastillas que le tocan pues todas estaban enteras en el vómito con sorbitos pequeños de agua. Me espero. Su cara ha cambiado. Ya tiene color y no tiembla. Llamo a su esposo. El también la ve bien. La dejo dormir. Le doy besos y le digo que se porte bien (sonríe y eso me llena de alegría pese a que son las diez de la noche pasadas). Llego a mi casa a las diez y media largas. Ceno. Me vuelvo a duchar. Me quedo dormida en el sofá.

 

Martes. El despertador ha sonado (uno en cada mesilla de noche) pero no los he escuchado. Estaba reventada del día anterior (los hospitales, aunque sólo sean de visita, cansan mucho). Llamó para decir que llegaré un poco tarde. Llego, le ayudo a levantarse. La visto. Le hago hacer el ventolin con la cámara (es lo que le recetó la doctora de urgencias junto a un antibiótico). Ha pasado mejor noche que la anterior. Le pongo la corrientes en las piernas para activarlas (parece que no pero algo hacen). Preparo la comida de ese día y del día siguiente pues el miércoles nos toca dentista. Sirvo la comida. Comen. La siento en el sofá para que repose. Lavo los platos. Le doy la medicación. La llevo al baño. La preparo para la siesta y dejo todo preparado para cuando venga la ambulancia. Dan las dos en el reloj cuando cierro la puerta. Otra vez voy tarde. Llego a casa. Como rápido. Me ducho. Vuelvo a la radio (me he tenido que traer el ventolin y la cámara porque no me ha dado tiempo). Hacemos la cámara en la sala de espera. Entramos. La desvisto. Diez minutos para mí. La traen y la vuelvo a vestir. De vuelta a casa. La dejo y me voy a la biblioteca pues mis sobrinas quieren que les escriba un cuento para el colegio (una nueva tarea impulsada por los maestros para incentivar la lectura y la composición de una frase). Una hora y poco más y de vuelta a casa de mi viejita. La cena. Prepararla para la cama. Hoy esta con mejor cara pero cansada. El antibiótico empieza a hacer efecto. Empieza el temblor (¡Señor! No hagas que vomite hoy). Mis suplicas son escuchadas y la dejo bien, tumbada en la cama, con el pañal puesto, dispuesta para dormir. Salgo a las nueve y media. Llego a casa a las diez. Ceno. Me ducho. Escribo el relato para mi blog. Son las doce cuando lo cuelgo y me voy a la cama.

 

Miércoles. A las ocho en pie. Vestida para ir a buscarla a su casa y llevarla al dentista. Llegamos a la hora (nueve y media) pero nos hacen esperar como siempre (es una buena dentista pero una hora y media de espera es excesivo. Me gustaría hablarle de organización del tiempo pero veo que sería un trabajo inútil. Ella sólo entiende de dientes y dinero. Más gente más pasta y da igual la espera que haya que hacer. ¡Patético!). Le hacen la endodoncia. Mientras, su hija mayor que nos acompaña, está en el whatsapp con la hermana menor (son sólo dos hijas las que tiene mi viejita: una lesionada por un atropello (la mayor) y la otra con dos niñas pequeñas). La hermana menor dice que la volvamos a llevar a urgencias para que le pongan la máscara (no tiene tantos pitos como el lunes y no entiendo la recriminación que empieza a subir de tono incluso por escrito). Salimos del dentista y nos acercamos a comprar fruta (será algo rápido pues mi cuerpo empieza a decirme que necesita tomar algo. Noto que me faltan las fuerzas y el mareo va y viene sutilmente). La hermana menor llama alterada. Se oye una discusión a media voz. Hay que llevarla a urgencias aunque todo vaya según nos dijo la doctora (no lleva ni dos días de tratamiento). Llegamos al centro sanitario. Le toman nota. Nos hacen esperar. La espera es desesperante. Estoy sentada con ella delante, su hija a mi lado y todo se mueve. El mareo va en aumento. Me digo a mi misma,… ‘No puedes caerte, no puedes caerte, no puedes caerte’. ¡Me he escuchado! Obedezco. No me voy a caer. Recupero el control de mi cuerpo. La de urgencias no está en la consulta y hace mucho que nos esperamos. La hija se dirige al mostrador. Está en el centro sanitario pero no saben donde. Después de dos horas de espera, nos vamos sin que la atienda (no todos los médicos son iguales por suerte). Llegamos a casa tarde. Preparo el segundo plato y sirvo el primero. Comen. La siento en el sofá. Lavo los platos. La llevo al baño. La dejo recostada en el sofá hasta que llegue la ambulancia (necesita descanso). Son las dos y cuarto de la tarde. Corro hacia a mi casa (no debería correr pero sino no llego). Como. Me ducho. Me voy de nuevo para el hospital. La espero y cuando la bajan de la ambulancia, la cojo y la llevo para dentro. Hoy, más o menos, van sobre el horario previsto. Entramos. La desvisto. Se la llevan y yo tengo que salir pues en el vestuario apesta a colonia (me entran hasta ganas de vomitar del horrible olor a perfume raro). Espero fuera los diez minutos. Me abren para volver a entrar para vestirla. La visto y me da vueltas todo. Mis manos están heladas. Todo el cuerpo esta recubierto por un sudor frío. ‘No te caigas’, me digo. ‘Ahora no’. Mi cuerpo ya no escucha. El trote ha sido duro y ya no puede más. Recuesto mi cabeza en sus piernas mientras ella está en su silla de ruedas. Le digo que estoy un poco mareada cuando todo me da vueltas (no quiero asustarla). Esperamos pero alguien abre la puerta del vestuario. Es uno de los operarios de la radio. ‘Está mareada’ dice mi viejita. Cuando puedo semi incorporarme le pido por favor que la saque y que llamen a la ambulancia (la tenía que llevar yo pero no tengo fuerzas ni para aguantarme en pie). Cuando mi viejita la sacan, llega una doctora, que al verme, me dice que me tumbe en el suelo con las piernas hacia arriba (sinceramente estoy a punto de perder la consciencia pero no me caigo. Pese a no haber caída, el frenazo que hace mi cuerpo es en seco). La tensión está baja (9-5). El aparato del azúcar no funciona bien. Después de tres cuartos de hora tumbada, puedo incorporarme un poco (el operario de la máquina dice que ya tengo una postura mas digna. Quiero reírme por el comentario pero no me sale). Salgo fuera y me dicen que espere un poco antes de irme con el coche. Mi viejita está aún fuera. La ambulancia del traslado no ha llegado aún. Me siento frente a ella y le digo que no ha sido nada (pero sigo un poco mareada). Me espero hasta que llega su ambulancia. Veo como la montan y le doy un beso. Voy para mi coche y enciendo el aire acondicionado a tope (no hace mucho calor pero necesito despejarme). El mareo es leve y me atrevo a encender el motor y volver a casa. Llego al ascensor. Me tumbo en la cama. Llamo a su hija mayor para informarla. Me quedo dormida. Son las diez cuando abro los ojos. Ceno algo. Me ducho y empiezo a escribiros como es la vida de alguien que parece que a veces corra más que su propio cuerpo. ‘¡No seáis como yo!’  Os digo. Vivir un poco más lento para no tener que frenar en seco.

martes, 22 de octubre de 2013

LA HERMANA DE MI MUJER (relato)



Mi matrimonio lleva años muertos. Desde que nació mi primera hija, me había arrinconado mi mujer tanto, que dormía ya siempre en el sofá. Primero lo tome como algo práctico para que ella y la niña estuvieran cómodas y yo estuviera fresco cuando me fuera a trabajar. Pero llegó la segunda y la distancia entre ambos se hizo inmensa.

 

Mis hijas ya tenían diez y ocho años. Yo no podía aguantar más aquella situación y pactamos una separación amistosa. Me fui a vivir sólo a un apartamento de un amigo que me lo alquiló todo el tiempo que yo lo necesitara.

 

Después de un mes, mis amigos divorciados, me instaron a ir a un grupo de gente sin pareja (separados y divorciados la mayoría pero también había algunos solteros). Eran hombres y mujeres de nuestra edad que se juntaban, preparaban una comida y charlaban en vez de sucumbir como cuando jóvenes a la típica discoteca. Accedí pues llevaba muchos años que me sentía muy sólo y necesitaba al menos, hablar con alguien.

 

Aquel día se celebraba el cumpleaños de uno de los del “grupo” y había como una especie de picoteo, paella y pastel de cumpleaños. Luego había una zona donde poder sentarse y conversar. También había una pista de baile por si alguien se atrevía a marcarse unos pasos con la música que pondrían mas tarde. Me lo estaba pasando francamente bien cuando llegó la hermana de mi mujer. Venía con tres amigas más y llegaban justo a tiempo para empezar con la comida. Yo estaba en la otra punta de la sala y no me vio. No sabía que hacer. No estaba haciendo nada malo pues ella sabía que su hermana y yo nos habíamos tomado un tiempo. Como había muchas personas (unos cincuenta y tantos) esperaba que no me viera durante la comida y luego, con una excusa, me largaría para no incomodar a nadie (no sabía lo que le había contado su hermana ni que versión rebuscada habría inventando para hacerme a mí el malo de la película y a ella la buena). La comida trascurrió como si nada, entre charlas, risas y chistes malos (me lo estaba pasando increíblemente bien). Trajeron el pastel, cantamos cumpleaños feliz desafinando y las risotadas al abrir con los regalos me sentaron genial. Ahora, pese a que no quería, tocaba escabullirse sin ser visto. Vi que ella, mi cuñada, se levantaba como para ir al baño. Le dije a mis amigos que yo también iba al baño y, mientras ella estuviera dentro, yo me iría por la puerta principal sin ser visto (los baños estaban a la entrada justo delante de la puerta). Tenía que ir rápido. Cuando yo salí mirando atrás me tropecé con ella en la entrada. Nos quedamos los dos mirándonos sorprendidos sin decir palabra. Luego, no recuerdo cual de los dos, dijo un tímido ‘Hola’  al que el otro, cortésmente respondió ‘Hola’. Ambos entramos de nuevo y cada cual nos dirigimos para nuestro grupo de amigos.

 

Pasó el momento del café y unos se sentaron a conversar en unos sillones cómodos que había en la sala y otros a bailar animadamente. Mi cuñada se sentó en uno de los sofás y en otro un poco lejos de ella con mis amigos. Yo intentaba no mirarla pues me resultaba extraño todo. Ella me miraba distraídamente de vez en cuando. Mis amigos se levantaron a bailar y yo me quedé sentado tomando una copa, cuando vi que se acercaba hacia a mí. Era siete años mayor que yo y yo era siete años mayor que su hermana (entre ellas había catorce años de diferencia). Había cumplido los 52 pero se conservaba francamente bien. Pelo liso, castaño claro, con mechas doradas muy finas. Sus ojos eran azul claro, su figura delgada y esbelta (era mas alta que su hermana). Llevaba un tacón beige con plataforma que le estilizaba mas la figura. Un pantalón tejano claro y una blusa estampada que se trasparentaba un poco si la luz le daba adecuadamente. Se puso delante de mí y me pidió permiso para sentarse. Asentí con la cabeza.

 

No sé como empezamos poco a poco a hablar, primero muy cortados y luego de forma mas animada (no se parecían en nada. Ella era extrovertida, vivaz, divertida y muy seductora. Parecía que fuera imposible que ambas, mi esposa y ella, fueran hermanas. Eran la noche y el día. A mi mujer sólo le importaba el dinero y ahora, que la cosa no pintaba muy bien, pese al frío que había en la distancia de la cama también se agudizaba que el trabajo, no nos permitiera llevar el nivel de vida que había llevados hasta ahora). La gente empezó a marcharse y nosotros ni nos dimos ni cuenta. Seguíamos hablando como si fuéramos dos viejos amigos que se encuentran y tienen tantas cosas que contarse que les faltan horas.

 

Se nos hizo de noche y como ella había venido con las amigas pero estas ya se habían ido, me ofrecí a llevarla a su casa. Ella accedió.

 

Por el camino la charla siguió muy animada, hasta empezamos a contar chorradas que nos hicieron reír mucho a ambos.

 

Al llegar a su casa, dentro del coche, seguimos hablando y hablando y hablando. Parecía que nos habían dado cuerda a los dos y no podíamos dejar la charla. Ella en un momento dijo:

 

-         Siento lo que te está haciendo mi hermana.

-         Bueno, de momento es una separación amistosa. Tenemos que sentarnos a hablar y ver que camino tomamos. Necesitábamos espacio los dos.

 

Ella se quedó blanca, como si hubiera visto un fantasma. Le pregunté que qué le pasaba pero hasta la voz se le había helado (estaba claro que dentro de si misma se debatía en una batalla muy dura lo que era mejor o lo que estaba bien). Al final no se cual de ambas ganó pero me dijo:

 

-         Mi hermana te ha puesto una denuncia por malos tratos para quedarse con todo. Como la empresa empezó a ir mal y todo lo pusiste a su nombre, te va a dejar sin nada.

 

No sabía que responder. Cuando pude articular palabra dije con voz entrecortada:

 

-         Creo que te equivocas. Si me hubiera denunciado me hubiera llegado algo al domicilio…

 

Ahora caía en la trampa que me había puesto mi mujer. Al irme de casa y no personarme ante el juez, demostraba que a parte de ser mal marido era un mal padre. Todo pasaba a ella sin dejarme nada. ¡Poco me importaba lo material! Pero no iba a quitarme la custodia de mis hijas. Le dije: Tengo que irme’ y ella bajó del coche diciendo entre un susurro lastimoso: ‘Lo siento’.

 

Llamé a mi abogado y conseguí poner todo en orden. Tramitamos el divorcio y conseguí no perder el poder ver a mis hijas. La lucha fue larga y dura. Me dejó casi sin fuerzas.

 

Pasaron los meses.

 

Llegó fin de año y el grupo de divorciados, separados o sin pareja, volvió a organizar una reunión para celebrar la salida y la entrada al nuevo año. Todo nos vestimos con nuestras mejores galas y yo, que había pasado unos meses francamente duros, agradecí poder disfrutar de una despedida a lo grande de un año sinceramente lamentable. Me vestí con un elegante traje negro para la ocasión, con zapatos y cinturón a juego, camisa morada y corbata malva con reflejos morados más claros que la camisa (estaba claramente atractivo porque con tanto papeleo del divorcio, había perdido esos doce kilitos que me sobraban. En definitiva, había dejado tras de mí todo lo malo de mi antigua vida, hasta los kilogramos de más quedándome con lo mejor: la custodia compartida de mis niñas).

 

Mi cuñada también vino y cuando entró en la sala (que habían decorado para la ocasión como si fuera un palacete de lujo, con camareros, catering y demás), todos, absolutamente todos, tuvimos que girarnos a mirarla. ¡Estaba preciosa! Un vestido de tirante con pedrería con escote en forma de uve de color berenjena claro mezclado con reflejos en fucsia. La cintura ceñida y la parte de abajo del vestido, plisada de forma tan magnifica que cuando pasaba sonaba un delicioso ruidito que aún te hacía girarte más a mirarla. Llevaba unas sandalias de color plateado. El pelo liso y suelto. Me sentí afortunado de que cuando entrar viniera directamente hacia a mí y me diera dos besos el primero. Comimos el uno al lado del otro y en ningún momento salió a relucir el pasado. Ella no era mi cuñada era una amiga a la que me había encontrado en una preciosa fiesta de fin de año.

 

Todo fue perfecto en aquella noche: la compañía, la comida, la música, el baile, las campanadas,… todo. El año nuevo se abría ante nosotros con todas las esperanzas renovabas. Brindamos las copas y seguimos bailando. Poco a poco, la gente se fue retirando y nos quedamos muy pocos. Alguien comentó de dejar que recogieran el lugar e ir a un ático de lujo que había alquilado un amigo para una fiesta. Nos fuimos de allí y ella se vino en mi coche conmigo. El ático era una pasada: grande, luminosos, todo lleno de gente y lujo a un extremo que hacía mucho tiempo que no había visto. Entramos, saludamos al anfitrión que nos dio una copa de cava a cada uno. Eran las dos pasadas y nos sentamos los dos a charlar en un lugar apartado en la gran terraza del ático. Allí podíamos hablar tranquilamente. Hacía un poco de frío y me quité mi chaqueta que le ofrecí y aceptó cortésmente. ¡Era una gran mujer! Yo era menor que ella siete años y pese a que la diferencia no era mucho yo creo que siempre me había visto como un crío. Pero ahora no, ahora me miraba con ojos de mujer y yo a ella con ojos de hombre. Vino una corriente de aire y se le metió algo en el ojo. Cuando fui a ayudarla con un ligero soplido no pude resistirme y la bese. ¡Hacía mucho tiempo que no había besado a nadie! Su boca me devolvió el beso y creí que eso era lo mejor que podía brindarme la vida: sentirme deseado, de nuevo, por una mujer.

 

La abracé con fuerza y le dije ‘Gracias’ en un susurro que sólo ella pudiera oírlo. Quisimos retirarnos un poco más de la gente y nos fuimos al fondo de la terraza donde encontramos una entrada a una de las habitaciones del ático. No recuerdo quien llevaba a quien pero ambos sabíamos que aquello acababa de empezar y no nos íbamos a conformar con un beso. Cerramos las puertas de cristal que daban al balcón. Corrimos las cortinas y mi boca se posó en su cuello. Su aroma era embriagador. Su mano me acercaba más hasta que me besó de nuevo en los labios. Mientras nos besábamos apasionadamente, empezó a desabrocharme la camisa. Sus dedos se colaron por mi pecho jugueteando con cada centímetro de mi piel. Noté como todo yo, se sumía en un escalofrío tremendamente ardiente jamás sentido. Separó su boca de la mía y empezó a besar lo que habían recorrido con sus besos. Su lengua jugueteó efusivamente con mis erectos pezones. Sus manos, mientras, desabrocharon mi cinturón, mi pantalón, bajaron mi bragueta hasta llegar a mi sexo tremendamente duro. Bajó mi boxer y sacó mi pene. Empezó a pajearlo y me corrí al poco tiempo. ¡Hacía mucho que no sentía el contacto de una mujer! Le pedí disculpas y ella me cerró la boca con un beso. Mientras seguía besándome, cogió mis manos para indicarme como desabrochar su vestido. Bajé su cremallera y quité uno a uno los tirantes de sus hombros. El vestido se precipitó al suelo dejando ante mí un cuerpo de mujer completamente desnudo y ardiente. Se arrodilló ante mí para quitarme el resto de la ropa. Verla arrodillada ante mi me excitó como la primera vez (jamás me había pasado antes el recuperarme de aquella manera). Ella, cuando me hubo desnudado, empezó a besar mi sexo cuidadosamente. Yo gemía y me deleitaba con aquellos besos tan dulces. La ayudé a levantarse, quería saborear su cuerpo. Contra los cristales cubiertos por la cortina, empecé a lamer sus pechos y mordisquearlos lentamente. Ella gritaba de placer y eso me excitaba aún más. Mi mano se apoderó de su sexo y eso le gustó. Luego, los dedos, juguetearon primero con su clítoris y luego con sus agujeros. Ella jadeaba, suplicaba que no parara, gemía apasionadamente. Una de sus piernas me acercaba más a ella. La cogí y la levanté en volandas y le introduje mi sexo erecto fuertemente. ¡Fue fantástico! Sentir el húmedo sexo femenino por primera vez en mucho tiempo me hizo volverme loco de placer. Primero me movía lentamente pues temía volverme a correr rápido otra vez, pero cuando recordé lo que era poseer a una mujer y verla disfrutar por entero, no pude parar de moverme para ver como ella se corría con mi polla dentro una y otra vez. ¡Era una fiera! No estaba saciada y eso me gustaba. La dejé suavemente en la cama y cuando le saqué mi sexo chilló como si hubiera tenido el orgasmo más intenso del mundo al sentirme salir de dentro de ella. Me pidió que me tumbara y se montó a horcajadas sobre mí. Se movía de forma magistral. De delante a atrás con una fuerza increíble en su sexo que me proporcionaba un placer inimaginable. Luego en círculos alternando con los movimientos rítmicos. Si disfrutaba con aquella amazona encima de mí, más disfrutaba al oírla chillar y gritar de placer como una posesa. Me decía que siguieran empalmado, que no me corriera, mientras ella empalmaba un orgasmo con otro y con otro y con otro más. ‘¡Eres una fiera!’  Le dije entre gemidos susurrantes. ‘Si no quieres no me correré hasta que tú me lo digas pero no dejes de moverte así. ¡Eres una máquina!’. Eso la puso más caliente y más salvaje. No paraba de moverse cada vez más fuerte y cada vez más se corría una y otra vez. ¡Era insaciable! Una mujer insaciable. No se cuanto tiempo estuvimos yo aguantándome y ella poseyéndome pero hubo un momento en que me dijo,… ‘Correte conmigo’ y así lo hice. Al notar el calor de mi leche ella gimió de forma eufórica llena de éxtasis supremo. Yo grité de placer saciado hasta el infinito. ¡Era una diosa del sexo!

 

A la mañana siguiente estábamos los dos juntos en la misma cama. Las ganas no se habían calmado del todo y volvimos a recordar aquella noche memorable tres veces más durante el día con más intensidad cada vez. Me pareció estar viviendo un sueño pero me di cuenta, que en los sueño, nadie te grita que no te corras y yo me aguanté por ella, por verla disfrutar entre mis brazos, por hacerme disfrutar entre los suyos, hasta quedarnos saciados de deseo.