El camarero se
acercó con una nota con el café:
Habitación
587. No me gusta ir con rodeos.
Tienes
un gran paquete y yo estoy cachonda.
Tú
decides. Yo ya voy a subir y ya estoy mojada.
Hasta
ahora si te atreves.
Acabé el café de
un sorbo quemándome el paladar. ¡Que importaba! ¿Cuántas veces una mujer
ardiente, fuera como fuera, se mojaba sin saber primero cuanto tienes en la
cuenta del banco? No me lo pensé y ansioso me fui hacia los ascensores. Empecé
a pensar en las mujeres que había en el comedor del hotel aquel día pero tengo
que reconocer que estaba bastante concentrado tomando notas de la importante
reunión de aquella mañana. Estaba tan absorto que no me fije en nadie.
¡Patético! Una mujer comiéndome con la mirada y yo sin darme de cuenta. ¡Mierda
de trabajo!
Llegué a la
puerta de la habitación que estaba entreabierta. Entré en un cuarto que estaba
totalmente a oscuras. Cerré la puerta y una mujer a la que no había visto, me
empotró contra la puerta y empezó a besarme apasionadamente. Agarró mis manos
contra la puerta mientras su lengua jugaba con la mía a un duelo en el que
quería salir victoriosa ella. Me dijo que no me moviera y soltó mis manos.
Obedecí. No estaba acostumbrado a obedecer pero me dejé llevar. Me quitó la
americana de golpe, violentamente. Arrancó mi camisa. Iba fuerte y se notaba.
Su perfume era embriagador y tenía grandes pechos pues, pese a que todo estaba
a oscuras, al besarme los note en mis pectorales y excitándome mucho.
Desabrocho mi
cinturón y mi pantalón. Los bajó junto a los boxer. Mi sexo estaba
completamente erecto. Todo seguía a oscuras. Me quitó lo que faltaba de forma
violenta. Suponía que ahora estábamos ambos en igualdad de condiciones ambos.
Empezó a morderme los pezones mientras su mano se deslizaba por mi sexo de
forma relajada (su boca y su mano tenían diferente ritmo. La boca arrasaba y
succionaba apasionadamente y su mano iba lenta, dulcemente y deliciosamente).
Toda aquella
situación me había excitado mucho. Ella contenía mi eyaculación y eso que yo no
podía parar de gemir. ¡Que locura! ¡Que inmenso placer! ¡Que delicia de boca!
¡Que deleite de mano!
No se cuanto
tiempo estuvo así, conteniendo mi derrame una y otra vez. Creía que no podría
aguantar y ella,… lo conseguía. No se como fue el momento en que ella aceleró
muy poco o sólo un poco y grité al llegar al orgasmo mas bestial de toda mi
vida. Las piernas me temblaban. No podía casi ni mantenerme de pie. Seguía con
la espalda en la puerta pero tenía la sensación de que me iba a caer mientras
unos escalofríos de placer me recorrían de cabeza a los pies una y otra y otra
vez de forma intensa. Ella seguía acariciando mi sexo pese al derrame. ¡ME
ENCANTABA QUE NO PARARA!
Un susurro cruzó
la habitación que decía: ahora te toca a ti.
La tumbé en el
suelo y con mi verga aún erecta pese a la corrida, se la metí tan dentro y tan
fuerte que al segundo empujón, de lo húmeda que estaba, se corrió de gusto.
Pero no paré, seguí ahí, dándole placer, empujando y viendo como aquella mujer
sin rostro, se volvía a correr con mi sexo una y otra y otra vez. Gemía. Me
excitaba. Me estaba poniendo más y más cachondo. No podía parar y cada vez la
metía con más fuerza. ¡Dios! ¡Era genial! No se cuanto tiempo pude disfrutar
del deleite de un sexo tan resistente, tan ardiente, tan cachondo, tan
agradecido. Estuvimos horas y fue intenso. Cuando llegué al segundo orgasmo
ella se había derramado infinidad de veces. ¡Que placer de hembra! Nos quedamos
extasiados los dos en el suelo. A la mañana siguiente sólo estaba yo, desnudo en
la habitación y una nota encima de mí pecho:
¡Gracias
por follarme tan bien!
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