PRECIPITARSE
Esperé una ayuda.
Llegó in extremis.
La lengua no era la mía,
mi país tampoco,
mi cultura la de la calle.
¿Actuaron correctamente?
¡Yo no soy médico señores!
No puedo opinar sobre
asuntos que desconozco.
Alguien me cogió
y me dijo que me fuera.
¡Así fue todo!
Luego llegó una cama,
un plato caliente.
¡Estos si llegaron
demasiado tarde!
Con veintitrés años
en una tierra extraña,
mi alma se escapó de mi cuerpo
(y eso que yo no pesaba casi nada).
Ahora ya no tengo hambre,
ni frío, ni duermo en la calle.
Ahora, que desde aquí arriba
todo se ve más claro,
que el sol ilumina hasta
las mentiras de los más cobardes,
me siento en paz conmigo mismo.
¡Me duelen los míos!
Sufro por los
que viven como vivía
yo cuando aún tenía vida.
Los veo allá abajo,
(hace pocas horas
yo era uno de ellos)
y me pregunto,…
¿Cuándo llegarán a precipitarse
en que no haya nadie más
que muera como yo?
El otoño llegó.
El frío se acerca lentamente,
con paso firme,
directo a congelar el tiempo.
¿Cuántas mantas
no serán necesarias?
¿Cuántos platos se servirán
de menos después
de la primera noche gélida?
¿Cuántos muertos hace falta
para abrir los ojos
de un país ciego?
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