El despertador
no había sonado y llegaba tarde al trabajo. ¡Me encanta la puntualidad! Odio a
la gente que llega cinco, diez minutos tarde por norma. Para mí ni me respetan
ni demuestran que nuestra cita tiene algún valor ya sea por negocios o por
placer. Quizás parezca duro pero,… ¡Yo soy así!
Estaba muy
enfadado conmigo mismo cuando llegué a mi puesto de trabajo. ¡No podía
permitirme llegar ni un minuto tarde! Todo esta planeado al segundo en mi agenda
y cualquier pequeño desajuste, me haría ir mal todo el día. Repasaba
mentalmente mi agenda cuando Carla de Recursos Humanos salió no sé de donde y
me tiró un café encima de la camisa y la corbata. “¡Lo que me faltaba!” Pensé.
Quise gritarla pero,… sólo me salió un OSTIA
PUTA que resonó en la oficina casi vacía. ¡Eran las ocho de la mañana!
Me fui a mi
despacho mientras ella se disculpaba. Solía tener siempre un par de camisas de
repuesto, un par de corbatas y un traje gris pero justo aquella semana, lo
había llevado todo al tiente pues, aunque no las había utilizado aún, me daba
la sensación de que la ropa olía un tanto a cerrado, como a madera o no sé que
yo. “¡Vaya día me espera!” Me dije para mis adentros.
Me limpié con un
poco de agua y, como la reunión no era hasta la tarde, a las tres y media,
podría salir en algún momento de la mañana a comprar una camisa y una corbata
nueva.
La mañana se
alargó entre unas cosas y otras. Cuando quise darme cuenta, ya eran casi la una
largas. Las tiendas cerraban a y media así que corrí. Dos tiendas ya habían
cerrado pero en la tercera, la chica estaba justo en la puerta a punto de
cerrar y bajar la persiana. Le supliqué que me hiciera ese favor, que no podía
presentarme de aquella manera, que era una reunión demasiado importante. Ella,
accedió pero me dijo que cerraba delante, la reja y todo, y que entraríamos por
la puerta de atrás para que a nadie más se le ocurriera asaltarla en medio de
la calle (lo dijo con una sonrisa que tuve que corresponder de buen grado).
Entramos en un
bloque de al lado de la tienda que justo a la entrada tenía la entrada de la
tienda por el lateral. Me enseñó un par de camisas, un par de corbatas y pronto
elegí una pues no quería llegar tarde de nuevo a la empresa por segunda vez en
el día.
Sacó una plancha
de la trastienda y, cuando ya hube elegido la camisa, quito los plásticos, los
cartones interiores y los alfileres y planchó la camisa para que no tuviera
ninguna arruga (no se lo pedí pero lo agradecí profundamente). Cuando ya había
pagado e iba a irme, no se como sentir el rasgar del pantalón enganchado en
algún sitio. Me miré de la cabeza a los pies y no vi nada raro. Ella me dijo
que era la bora del pantalón. Mi segundo OSTIA
PUTA del día retumbo en aquella tienda de ropa de caballero con más fuerza
que el primero de la mañana. Se fue de nuevo a la trastienda y sacó un
costurero. No quería abusar de su amabilidad y le dije que mejor compraba un
traje nuevo. Ella me respondió que no hacía falta, que la cosería en un momento
y que podría irme tal cual. Se arrodilló delante de mí y con la aguja
enhebrada, empezó a coserme el bajo del pantalón. Tenía que haber pensado en
otra cosa pero desde aquella perspectiva sus pechos estaba tan claramente
visible a mis ojos que no puede dejar de mirarlos. Sentir el calor de sus labios
tan cerca de mi entrepierna, a la altura de mi sexo, me excitó aún más que sus
voluminosos y perfectos pechos. No pude contener la erección y ella se dio
cuenta de ello. Miro mi bragueta abultada, me miró a los ojos sonrojada y
siguió cosiendo sin decir ni una palabra. Yo quería pedirle perdón pero no me
salía. Pasaron cinco minutos muy lentos hasta que ella, cogió las tijeras y
cortó el hilo de coser. Yo quería salir de allí corriendo pero mi sexo se había
quedado con toda la sangre de mi cuerpo. La chica me miró a los ojos fijamente
y mientras bajaba mi bragueta. Sacó mi sexo y, como pidiéndome permiso con la
mirada accedí a que me hiciera lo que quisiera. Se lo metió en la boca y empezó
a comérmelo. No daba crédito a lo que me estaba pasando. Su lengua acariciaba
el frenillo de mi sexo y me volvía loco de gemidos de placer. Se metió mis
huevos en la boca y los succiono de forma deliciosamente deliciosa. Sus dedos
jugaban con mimo, con mucha suavidad entre la piel que iba de mis huevos hasta
mi culo. ¡QUE GOZABA! Creía que me iba a morir de placer. Si volvió a meter mi
polla en la boca y la chupaba cada vez con más intensidad. Cuando estaba a
punto de llegar, redujo y se apartó de mi sexo para mirarme fijamente (sabía
como jugar con mi deseo). Poco a poco fue repitiendo la succión con freno y mi
excitación iba cada vez, cada vez más en aumento. No se cuantas veces me
contuvo la corrida pero cuando por fin, la chupó y no paro un orgasmo increíble
recorrió todo mi cuerpo de la cabeza a los pies. Mi tercer OSTIA PUTA resonó en tres manzanas a la redonda. ¡¡¡QUE MAMADA!!!
Ella seguía chupándola, no quería dejar ni gota de mi leche dentro de mí. Los
escalofríos de placer seguir repitiéndose en mi cuerpo como pequeñas replicas
intensas tras un terremoto incontrolable de goce eterno. Quería recompensarla
con algo rapidito y ella me dijo: “Me lo debes pero otro día. Hoy no”. Salí de
la tienda relajado y tranquilo. No podía apartar de mi mente lo que había
pasado. ¡¡¡HABÍA SIDO LO MEJOR DE AQUEL HORRIBLE DÍA!!! Llegué a la empresa
justo a tiempo y eso que había comprado un café con leche para llevar en una
cafetería cercana. Me fui a la mesa de Carla y se lo dí. “¡Gracias por mancharme la camisa!”
Le dije. Ella me miraba sin saber lo que decir hasta que consiguió responder
un entrecortado Gracias incrédula de
lo que acababa de ver.
La tarde salió a
la perfección tanto la reunión como las composiciones posteriores del día. Cuando
salí a las siete, fui a la tienda de ropa y allí estaba ella. Entré y le dejé
mi teléfono con una nota que decía: “Elige
el lugar, elige el día, elige la hora y llámame”. Sonrió al leerlo y me
respondió en un susurro muy sugerente: “Descuida,…
así lo haré”. Mi sexo se volvió a poner firme con aquel susurro y espero
que no tarde mucho en llamarme para poder devolverle el gran favor que me hizo
no sólo arreglando mi día sino proporcionándome justo lo que necesitaba: un
momento de OSTIA PUTA memorable.
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