martes, 22 de octubre de 2013

LA HERMANA DE MI MUJER (relato)



Mi matrimonio lleva años muertos. Desde que nació mi primera hija, me había arrinconado mi mujer tanto, que dormía ya siempre en el sofá. Primero lo tome como algo práctico para que ella y la niña estuvieran cómodas y yo estuviera fresco cuando me fuera a trabajar. Pero llegó la segunda y la distancia entre ambos se hizo inmensa.

 

Mis hijas ya tenían diez y ocho años. Yo no podía aguantar más aquella situación y pactamos una separación amistosa. Me fui a vivir sólo a un apartamento de un amigo que me lo alquiló todo el tiempo que yo lo necesitara.

 

Después de un mes, mis amigos divorciados, me instaron a ir a un grupo de gente sin pareja (separados y divorciados la mayoría pero también había algunos solteros). Eran hombres y mujeres de nuestra edad que se juntaban, preparaban una comida y charlaban en vez de sucumbir como cuando jóvenes a la típica discoteca. Accedí pues llevaba muchos años que me sentía muy sólo y necesitaba al menos, hablar con alguien.

 

Aquel día se celebraba el cumpleaños de uno de los del “grupo” y había como una especie de picoteo, paella y pastel de cumpleaños. Luego había una zona donde poder sentarse y conversar. También había una pista de baile por si alguien se atrevía a marcarse unos pasos con la música que pondrían mas tarde. Me lo estaba pasando francamente bien cuando llegó la hermana de mi mujer. Venía con tres amigas más y llegaban justo a tiempo para empezar con la comida. Yo estaba en la otra punta de la sala y no me vio. No sabía que hacer. No estaba haciendo nada malo pues ella sabía que su hermana y yo nos habíamos tomado un tiempo. Como había muchas personas (unos cincuenta y tantos) esperaba que no me viera durante la comida y luego, con una excusa, me largaría para no incomodar a nadie (no sabía lo que le había contado su hermana ni que versión rebuscada habría inventando para hacerme a mí el malo de la película y a ella la buena). La comida trascurrió como si nada, entre charlas, risas y chistes malos (me lo estaba pasando increíblemente bien). Trajeron el pastel, cantamos cumpleaños feliz desafinando y las risotadas al abrir con los regalos me sentaron genial. Ahora, pese a que no quería, tocaba escabullirse sin ser visto. Vi que ella, mi cuñada, se levantaba como para ir al baño. Le dije a mis amigos que yo también iba al baño y, mientras ella estuviera dentro, yo me iría por la puerta principal sin ser visto (los baños estaban a la entrada justo delante de la puerta). Tenía que ir rápido. Cuando yo salí mirando atrás me tropecé con ella en la entrada. Nos quedamos los dos mirándonos sorprendidos sin decir palabra. Luego, no recuerdo cual de los dos, dijo un tímido ‘Hola’  al que el otro, cortésmente respondió ‘Hola’. Ambos entramos de nuevo y cada cual nos dirigimos para nuestro grupo de amigos.

 

Pasó el momento del café y unos se sentaron a conversar en unos sillones cómodos que había en la sala y otros a bailar animadamente. Mi cuñada se sentó en uno de los sofás y en otro un poco lejos de ella con mis amigos. Yo intentaba no mirarla pues me resultaba extraño todo. Ella me miraba distraídamente de vez en cuando. Mis amigos se levantaron a bailar y yo me quedé sentado tomando una copa, cuando vi que se acercaba hacia a mí. Era siete años mayor que yo y yo era siete años mayor que su hermana (entre ellas había catorce años de diferencia). Había cumplido los 52 pero se conservaba francamente bien. Pelo liso, castaño claro, con mechas doradas muy finas. Sus ojos eran azul claro, su figura delgada y esbelta (era mas alta que su hermana). Llevaba un tacón beige con plataforma que le estilizaba mas la figura. Un pantalón tejano claro y una blusa estampada que se trasparentaba un poco si la luz le daba adecuadamente. Se puso delante de mí y me pidió permiso para sentarse. Asentí con la cabeza.

 

No sé como empezamos poco a poco a hablar, primero muy cortados y luego de forma mas animada (no se parecían en nada. Ella era extrovertida, vivaz, divertida y muy seductora. Parecía que fuera imposible que ambas, mi esposa y ella, fueran hermanas. Eran la noche y el día. A mi mujer sólo le importaba el dinero y ahora, que la cosa no pintaba muy bien, pese al frío que había en la distancia de la cama también se agudizaba que el trabajo, no nos permitiera llevar el nivel de vida que había llevados hasta ahora). La gente empezó a marcharse y nosotros ni nos dimos ni cuenta. Seguíamos hablando como si fuéramos dos viejos amigos que se encuentran y tienen tantas cosas que contarse que les faltan horas.

 

Se nos hizo de noche y como ella había venido con las amigas pero estas ya se habían ido, me ofrecí a llevarla a su casa. Ella accedió.

 

Por el camino la charla siguió muy animada, hasta empezamos a contar chorradas que nos hicieron reír mucho a ambos.

 

Al llegar a su casa, dentro del coche, seguimos hablando y hablando y hablando. Parecía que nos habían dado cuerda a los dos y no podíamos dejar la charla. Ella en un momento dijo:

 

-         Siento lo que te está haciendo mi hermana.

-         Bueno, de momento es una separación amistosa. Tenemos que sentarnos a hablar y ver que camino tomamos. Necesitábamos espacio los dos.

 

Ella se quedó blanca, como si hubiera visto un fantasma. Le pregunté que qué le pasaba pero hasta la voz se le había helado (estaba claro que dentro de si misma se debatía en una batalla muy dura lo que era mejor o lo que estaba bien). Al final no se cual de ambas ganó pero me dijo:

 

-         Mi hermana te ha puesto una denuncia por malos tratos para quedarse con todo. Como la empresa empezó a ir mal y todo lo pusiste a su nombre, te va a dejar sin nada.

 

No sabía que responder. Cuando pude articular palabra dije con voz entrecortada:

 

-         Creo que te equivocas. Si me hubiera denunciado me hubiera llegado algo al domicilio…

 

Ahora caía en la trampa que me había puesto mi mujer. Al irme de casa y no personarme ante el juez, demostraba que a parte de ser mal marido era un mal padre. Todo pasaba a ella sin dejarme nada. ¡Poco me importaba lo material! Pero no iba a quitarme la custodia de mis hijas. Le dije: Tengo que irme’ y ella bajó del coche diciendo entre un susurro lastimoso: ‘Lo siento’.

 

Llamé a mi abogado y conseguí poner todo en orden. Tramitamos el divorcio y conseguí no perder el poder ver a mis hijas. La lucha fue larga y dura. Me dejó casi sin fuerzas.

 

Pasaron los meses.

 

Llegó fin de año y el grupo de divorciados, separados o sin pareja, volvió a organizar una reunión para celebrar la salida y la entrada al nuevo año. Todo nos vestimos con nuestras mejores galas y yo, que había pasado unos meses francamente duros, agradecí poder disfrutar de una despedida a lo grande de un año sinceramente lamentable. Me vestí con un elegante traje negro para la ocasión, con zapatos y cinturón a juego, camisa morada y corbata malva con reflejos morados más claros que la camisa (estaba claramente atractivo porque con tanto papeleo del divorcio, había perdido esos doce kilitos que me sobraban. En definitiva, había dejado tras de mí todo lo malo de mi antigua vida, hasta los kilogramos de más quedándome con lo mejor: la custodia compartida de mis niñas).

 

Mi cuñada también vino y cuando entró en la sala (que habían decorado para la ocasión como si fuera un palacete de lujo, con camareros, catering y demás), todos, absolutamente todos, tuvimos que girarnos a mirarla. ¡Estaba preciosa! Un vestido de tirante con pedrería con escote en forma de uve de color berenjena claro mezclado con reflejos en fucsia. La cintura ceñida y la parte de abajo del vestido, plisada de forma tan magnifica que cuando pasaba sonaba un delicioso ruidito que aún te hacía girarte más a mirarla. Llevaba unas sandalias de color plateado. El pelo liso y suelto. Me sentí afortunado de que cuando entrar viniera directamente hacia a mí y me diera dos besos el primero. Comimos el uno al lado del otro y en ningún momento salió a relucir el pasado. Ella no era mi cuñada era una amiga a la que me había encontrado en una preciosa fiesta de fin de año.

 

Todo fue perfecto en aquella noche: la compañía, la comida, la música, el baile, las campanadas,… todo. El año nuevo se abría ante nosotros con todas las esperanzas renovabas. Brindamos las copas y seguimos bailando. Poco a poco, la gente se fue retirando y nos quedamos muy pocos. Alguien comentó de dejar que recogieran el lugar e ir a un ático de lujo que había alquilado un amigo para una fiesta. Nos fuimos de allí y ella se vino en mi coche conmigo. El ático era una pasada: grande, luminosos, todo lleno de gente y lujo a un extremo que hacía mucho tiempo que no había visto. Entramos, saludamos al anfitrión que nos dio una copa de cava a cada uno. Eran las dos pasadas y nos sentamos los dos a charlar en un lugar apartado en la gran terraza del ático. Allí podíamos hablar tranquilamente. Hacía un poco de frío y me quité mi chaqueta que le ofrecí y aceptó cortésmente. ¡Era una gran mujer! Yo era menor que ella siete años y pese a que la diferencia no era mucho yo creo que siempre me había visto como un crío. Pero ahora no, ahora me miraba con ojos de mujer y yo a ella con ojos de hombre. Vino una corriente de aire y se le metió algo en el ojo. Cuando fui a ayudarla con un ligero soplido no pude resistirme y la bese. ¡Hacía mucho tiempo que no había besado a nadie! Su boca me devolvió el beso y creí que eso era lo mejor que podía brindarme la vida: sentirme deseado, de nuevo, por una mujer.

 

La abracé con fuerza y le dije ‘Gracias’ en un susurro que sólo ella pudiera oírlo. Quisimos retirarnos un poco más de la gente y nos fuimos al fondo de la terraza donde encontramos una entrada a una de las habitaciones del ático. No recuerdo quien llevaba a quien pero ambos sabíamos que aquello acababa de empezar y no nos íbamos a conformar con un beso. Cerramos las puertas de cristal que daban al balcón. Corrimos las cortinas y mi boca se posó en su cuello. Su aroma era embriagador. Su mano me acercaba más hasta que me besó de nuevo en los labios. Mientras nos besábamos apasionadamente, empezó a desabrocharme la camisa. Sus dedos se colaron por mi pecho jugueteando con cada centímetro de mi piel. Noté como todo yo, se sumía en un escalofrío tremendamente ardiente jamás sentido. Separó su boca de la mía y empezó a besar lo que habían recorrido con sus besos. Su lengua jugueteó efusivamente con mis erectos pezones. Sus manos, mientras, desabrocharon mi cinturón, mi pantalón, bajaron mi bragueta hasta llegar a mi sexo tremendamente duro. Bajó mi boxer y sacó mi pene. Empezó a pajearlo y me corrí al poco tiempo. ¡Hacía mucho que no sentía el contacto de una mujer! Le pedí disculpas y ella me cerró la boca con un beso. Mientras seguía besándome, cogió mis manos para indicarme como desabrochar su vestido. Bajé su cremallera y quité uno a uno los tirantes de sus hombros. El vestido se precipitó al suelo dejando ante mí un cuerpo de mujer completamente desnudo y ardiente. Se arrodilló ante mí para quitarme el resto de la ropa. Verla arrodillada ante mi me excitó como la primera vez (jamás me había pasado antes el recuperarme de aquella manera). Ella, cuando me hubo desnudado, empezó a besar mi sexo cuidadosamente. Yo gemía y me deleitaba con aquellos besos tan dulces. La ayudé a levantarse, quería saborear su cuerpo. Contra los cristales cubiertos por la cortina, empecé a lamer sus pechos y mordisquearlos lentamente. Ella gritaba de placer y eso me excitaba aún más. Mi mano se apoderó de su sexo y eso le gustó. Luego, los dedos, juguetearon primero con su clítoris y luego con sus agujeros. Ella jadeaba, suplicaba que no parara, gemía apasionadamente. Una de sus piernas me acercaba más a ella. La cogí y la levanté en volandas y le introduje mi sexo erecto fuertemente. ¡Fue fantástico! Sentir el húmedo sexo femenino por primera vez en mucho tiempo me hizo volverme loco de placer. Primero me movía lentamente pues temía volverme a correr rápido otra vez, pero cuando recordé lo que era poseer a una mujer y verla disfrutar por entero, no pude parar de moverme para ver como ella se corría con mi polla dentro una y otra vez. ¡Era una fiera! No estaba saciada y eso me gustaba. La dejé suavemente en la cama y cuando le saqué mi sexo chilló como si hubiera tenido el orgasmo más intenso del mundo al sentirme salir de dentro de ella. Me pidió que me tumbara y se montó a horcajadas sobre mí. Se movía de forma magistral. De delante a atrás con una fuerza increíble en su sexo que me proporcionaba un placer inimaginable. Luego en círculos alternando con los movimientos rítmicos. Si disfrutaba con aquella amazona encima de mí, más disfrutaba al oírla chillar y gritar de placer como una posesa. Me decía que siguieran empalmado, que no me corriera, mientras ella empalmaba un orgasmo con otro y con otro y con otro más. ‘¡Eres una fiera!’  Le dije entre gemidos susurrantes. ‘Si no quieres no me correré hasta que tú me lo digas pero no dejes de moverte así. ¡Eres una máquina!’. Eso la puso más caliente y más salvaje. No paraba de moverse cada vez más fuerte y cada vez más se corría una y otra vez. ¡Era insaciable! Una mujer insaciable. No se cuanto tiempo estuvimos yo aguantándome y ella poseyéndome pero hubo un momento en que me dijo,… ‘Correte conmigo’ y así lo hice. Al notar el calor de mi leche ella gimió de forma eufórica llena de éxtasis supremo. Yo grité de placer saciado hasta el infinito. ¡Era una diosa del sexo!

 

A la mañana siguiente estábamos los dos juntos en la misma cama. Las ganas no se habían calmado del todo y volvimos a recordar aquella noche memorable tres veces más durante el día con más intensidad cada vez. Me pareció estar viviendo un sueño pero me di cuenta, que en los sueño, nadie te grita que no te corras y yo me aguanté por ella, por verla disfrutar entre mis brazos, por hacerme disfrutar entre los suyos, hasta quedarnos saciados de deseo.

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