DISCURSO
Yo me he aceptado amigo.
¡No me quedaba más remedio!
Luchar es duro.
Luchar contra uno mismo,…
un imposible.
Me aborrecía es esa
esquina llamada engaño.
Me contaminaba
con las toxicómanas palabras
que evocaban contra mi
unos aquí y otros allí.
¡No fue fácil!
Ahora tampoco lo es.
¡La batalla ha sido dura!
Las manos impregnadas
de sangre lo demuestran.
No hay muerto
pero un cadáver yace
en las profundidad
diez mil millas al este lo que fui.
¡No hay barco que conduzca
a un alma a su destino!
Vaga, se retuerce, parece
agonizar y morirse dos veces.
¡Así es volverse contra uno mismo!
¡Así es luchar contra uno mismo!
¡Así es ganarse a uno mismo!
Hay que matarse mellizmente
y sobrevivir sólo una.
Mas es al final cuando la vida,
después de ser arrebatada por duplicado,
cuesta que llegue a encontrarse
de nuevo con uno mismo.
Reunirlas a las cuatro
(alma, cuerpo, mente y espíritu),
es una ilusión quimérica.
¿Existe? ¡Seguro! ¡Claro que si!
Encuentra tu alma,
lucha por tu mente,
peléate por sobrevivir
a tu espíritu y por Dios,
elige uno que a mí me da igual,
mantén tu cuerpo diestro
para soportar las acometidas
de tu propio yo.
¡Esa es la batalla final!
La lucha conclusiva.
El valor de un muerto
es el único que no será juzgado.
¡Nadie contradice a los difuntos!
Muérete si así lo deseas
para obtener tu verdad.
Mas se consecuente de que jamás
tendrás replica de todo aquello
que después de ti se diga.
¡Los muertos no hablan!
Recuérdalo bien.
El bando elegido
(detrás o delante)
está en tu decisión.
Luego no hay vuelta atrás.
Tras tú vendrá el yo
y arrasará a su paso
(hay un nuevo Soberano
en tu mundo y quizás ya no seas tú).
Besa su mano y grítale la consigna.
Dejaste de mandar para servir.
¡He ahí tu inadmisible votación!
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