miércoles, 4 de junio de 2014

PIRÁMIDE (relato)



Ser mujer y trabajar en un sex-shop no es fácil al principio. ¿Dónde me he metido? Es lo primero que pensé en cuanto firmé el contrato por tres meses. Pero no había nada más y nada podía ser peor que no tener trabajo.

La primera semana fue rara. Casi nadie entraba. Pensé que era por mi culpa.

A la semana siguiente no es que hubiera una avalancha de clientes en masa, pero poco a poco, fui dándome cuenta de que todos los que van a un sex-shop tienen el mismo miedo que una mujer que acaba de empezar a trabajar allí (al menos la primera vez).

Los tres meses pasaron volando. Durante aquel tiempo me había dedicado, en las horas que no había clientes, a memorizar nuestro catalogo y a curiosear, los productos que nos dejaban de muestra para informar mejor al cliente que deseara algo en concreto.

Mi jefe, no me podía ofrecer continuidad en la tienda. Pero me dijo que si quería hacer media jornada en la tienda y media jornada preparando Tupper sex. ¿Qué le iba a decir? Mi contrato sería de comercial de juguetes eróticos durante tres meses más.

El primer Tupper sex que hice fue un verdadero triunfo. Todas las mujeres de la reunión (veintidós mujeres de alrededor de los treinta y tantos) compraron bolas chinas (negras, rosas, verdes, rojas, lilas,… pero las mejores del mercado) y algún tanguita comestible. Mi jefe quedó impresionado con esa primera venta. ‘Hacía mucho que nadie conseguía vender tanto en un Tupper sex. ¡Buen trabajo!’ me dijo. De echo me comentó que hacía tiempo ponían un límite de compra pero que como estaba el mercado, sólo pedían que cada una de las que iba, comparara algo de forma simbólica por el desplazamiento de la chica (lo mas barato eran unos preservativos por dos o tres euros si eran fluorescente o no).

Fui haciendo mis ventas aquí y allí y la racha de buena suerte seguía. Yo estaba muy contenta. Por fin volvía a ser válida en el mundo laboral. ¡Me sentía la mar de bien!

Llegó junio y faltaba un mes para finalizar mi segundo contrato cuando mi jefe me llamó a su despacho:

        Laura, tengo que pedirte un favor – pensé que volvería a reducirme las horas o vete a tu saber que.
        Si, dígame Pedro.
        Tengo unos clientes muy especiales que quieren un Tupper sex algo diferente.
        ¿Qué quiere decir algo diferente?
        Son un grupo de hombre…
        ¡¡¡¿¿¿¿QUÉEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE???!!! – no le dejé terminar la explicación. – Yo no hago Tupper sex para hombres. ¡Lo siento! ¡¡¡NO!!!
        Espera Laura, un momento, escúchame.
        ¡¡¡QUE NO!!! ¡¡¡QUE NO!!! ¡¡¡QUE NO!!!
        ¡LAURA! ¡UN MOMENTO POR FAVOR! – su tono de voz seco me detuvo pero en eso no iba a ceder lo más mínimo.
        Diga lo que diga, no voy a ir.
        ¡VALE! Tranquila. Escúchame, son mis amigos Gays, así que no te van a hacer nada. Ya les he dicho que si accedía a ello, era porque iba a estar la mar de tranquilo de que a ti no te iba a pasar nada malo. ¿Vale? Ahora puedes irte y pensártelo si quieres hacerlo o no.

Me dirigía a la puerta para irme y me dí la vuelta:

        ¿Cuándo sería? ¿En qué productos están interesados?
        Sería el próximo viernes noche a eso de las ocho.
        ¿Las horas serán nocturnas?
        ¡Por supuesto!
        ¿Y en qué están interesados?
        En las pirámides. – Las pirámides era un nuevo producto que había salido a la venta que sólo llevábamos una de muestra porque eran caras. Tenían diez velocidades y para disfrutar en pareja, eran un verdadero descubrimiento. A solas, también se podía gozar mucho de ellas. Estaban hechas con un material agradable al tacto y su forma, daba un placer increible.
        ¡Vale! Pues allí estaré. ¿Cuántas quiere que me lleve?
        Son 27 los asistentes así que 28.
        ¿Cree que voy a vender ventisiete pirámides en una noche? ¡Son muy caras! No van a compara tantas.
        Se ve que no conoces a muchos hombres homosexuales que yo diga.
        ¡Pues no! No conozco a muchos (‘salvo los de la tele iba’ a decir pero me callé pues esos, realmente, no contaban).
        Ellos saben lo que quieren y desean ese nuevo producto – me dijo de forma clara y concisa.
        ¡Ok! ¿Alguna cosa más?
        Si,… hay una pequeña cosita que...
        ¿Qué? ¿Digame?
        Quieren que vayas disfrazada.
        ¡¡¡¿¿¿¿QUÉEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE???!!! – me quedé blanca.
        Sus fiestas siempre tiene algo especial y para esta, quieren que lleves un disfraz de los que vendemos en la tienda. ¡Laura! ¡¡¡SON GAYS!!! Nadie te faltará el respeto.

Pese a todo tenía mis reservas con ese último punto pero después de mucho pensarlo, accedí.

El viernes llegó arrasando y yo muerta de miedo. No tenía todas conmigo de que todo lo de que eran gays fuera un montaje para vete tú a saber que. ¡No me fiaba!

Lo peor vino elegir cuales de los modelitos de disfraces que teníamos en la tienda, me tenía que poner (‘Si alguien piensa que esto no es currarse un puesto de trabajo, que baje Dios y lo vea’, pensé para mis adentros). Pensar dejar claro que era fuerte pero tanto el de mujer militar, como el de policía, como el de dominatrix con látigo y todo, tapaban más bien poco. Al final me decidí por uno de colegiala que más o menos, tapaba más que los otros (tenía una pinta diferente y demasiado provocadora pero… eran Gays. ¡No me va a pasar nada).

Cuando llegué puntual a su casa, me cambié rápidamente a escondidas en el coche, me hice un par de coletas y entre con mi supermaletón de productos.

Me recibieron de forma cordial y debo de reconocer que todos mis temores se esfumaron de seguida. Eran personas muy dulce, encantadoras, y como había dicho mi jefe, que sabían lo que querían. Todos menos uno. Había un hombre que su mirada, la sentía traspasarme desde el momento que puse un pie en la fiesta.

Fui mostrando mis productos uno a uno. Todos miraban, curiosos, lo que traía. Aquel hombre no. Tenía su mirada clavada por entero en mí y no se perdía ni uno de mis movimientos. Empecé a sentirme un poco molesta.

Cuando mostré, por curiosidad, las vaginas vibratorias, todos sonrieron con comentarios que tenían alergia a aquellas cosas. Todos reían. Todos menos él. Estaba claro, aquel hombre, si le iban los hombres, sin lugar a duda era bisexual. Ese pensamiento empezó a gustarme en cierta manera. Era un hombre alto, corpulento, elegantemente vestido, serio, con ojos profundos, pelo negro y una exquisita nuez tan bien marcada, que daban ganas de morderla. Empezaba a desear que no dejara de quitarme ojos ni una vez más.

Mostré el producto deseado y todos se sintieron la mar de contentos con él. Hice corto de pirámides, pero por suerte, tenía unas cuantas más en el coche. Salí a buscarlas mientras ellos habían puesto un poco de música y me invitaron a quedarme para bailar, para pasar un rato entre amigas (me hizo gracia como lo dijeron). Me dirigí al coche pensando que  aquel día fue apoteósico para mí en cuestión de ventas pese al modelito sexy que tenía que llevar puesto ya que las miradas de aquel caballero, habían provocado en mí una excitación que no había sentido jamás al ser observada. Fui a abrir el capó cuando alguien, me cogió de la cintura, empotrándome con su cuerpo. Si duda era aquel hombre, del que no conocía ni su nombre. Sentí su miembro grande preso en el pantalón. Podía zafarme, salir corriendo, pero lo que deseaba sinceramente, era demostrarle la parte de niña mala que me había hecho adoptar aquel disfraz. Moví mi trasero sobre su bragueta, dejando que la faldita se levantara un poco por cada lado de forma traviesa. Cogí su otra mano y empecé a lamer sus dedos de forma muy sugerente con mi lengua. Empecé a escuchar sus gemidos. Sin darme la vuelta, bajé su cremallera, y empecé a masturbarle con mi mano mientras no paraba de moverme, apretando su sexo con mi trasero. Eso lo estaba volviendo loco de deseo. Voltee un poco la cabeza y le dije: ‘He sido una niña muy mala’. Eso le turbo, le trastornó, sacando hacia fuera, su parte más salvaje. Me tumbó sobre el capó del coche, ladeo mi braguita, y empezó a penétrame como jamás lo había hecho nadie hasta entonces. Sentía sus embestidas, rápidas, salvajes, sin control alguno. Podía sentir su sexo entrar y salir volviéndome loca cada vez y cada vez y cada vez un poco más. No podía controlar mis gemidos. El no podía controlar sus ganas. Siguió follándome cada vez más y más y más fuerte. Me derramé con un grito que se sintió en toda la calle. Al poco tiempo, pude notar todo el calor de su leche esparcirse en mis adentros consiguiendo que volviera a gritar con otro tremendo orgasmo que me recorrió por entero de la cabeza a los pies.

Acabamos los dos rendidos, tumbados encima del capó de mi coche. Me dijo su nombre pero no lo recuerdo. No era cortés que los clientes pensaran que ese era un servicio más de nuestra tienda. Me pidió volver a verme pero no le di mi número correcto.

Cuando volví al trabajo, me toco quedarme en la tienda. Una mujer entró que quería sorprender a su marido con algo diferente. Le dije: ‘Llévese el disfraz de colegiala. ¡Se volverá loco!’.  Me gustaría haberle dicho que lo había comprobado de primera mano pero creo que eso era mejor guardarlo para mí como una anécdota morbosamente y placenteramente, muy excitante.

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