No recuerdo que
vi exactamente en ella cuando la contraté. Quizás su retentiva al almacenar
mentalmente datos, su agudeza intelectual, por lo extrovertida que parecía,… Lo
que sé es que sexualmente no me causó ningún sudor frío y eso me relajó. Tener
a una mujer cerca que no te deje concéntrate no es lo que quería, no para ser
mi ayudante personal.
Nuestro primer
año juntos fue un verdadero desastre: no llevaba a tiempo mi ropa a la
tintorería, no la recogía, se olvidaba de reservarme los vuelos de enlace, no
tenía presente si me faltaba algo a nivel personal para los viajes,... Cuando
estaba a punto de despedirla se presentó con un regalo para mi hijo por su
cumpleaños. ¡Yo ni siquiera me había acordado! Me abrazó al abrirlo inmensamente
sorprendido por el regalo. Cumplía sus siete años. Ese fue un gran error por mi
parte como padre que ella solucionó perfectamente haciendo que mi hijo me
envolviera entres sus brazos con tanta ternura por algo que yo había olvidado.
La miré, le sonreí y a partir de aquel momento fue cuando encajamos a la
perfección como equipo.
Coexistíamos
sólo como ayudante personal y jefe, nunca había habido nada más, aunque más de
uno lo insinuara. Ella pasaba de habladurías y yo era el jefe. Si alguien me
venía con niñerías de patio de colegio, lo echaba a la calle. ¡Éramos una
empresa seria! Si alguien no sabía estar en su lugar,… puerta.
Habíamos tenido
momentos de tensión muy fuertes en muchos momentos a lo largo de cinco largos
años pero eran cosas normales que se solucionaban porque las relaciones no son
fáciles. Hablarlo calmadamente era algo que había aprendido gracias a ella.
Poco a poco, nos fuimos acoplando más y más y más. Ella era ya para mí como una
hermana pequeña pues nos llevábamos de edad, catorce años largos (yo de febrero
y ella de diciembre).
Había empezado
el mes de diciembre de dos mil trece. Llevaba casi dos meses encerrado en mi
despacho. Estaba muy liado intentando de acabar unas nuevas estadísticas de
proyección a nivel internacional para presentar a unos posibles inversores. La
crisis nos estaba jodiendo de mala manera y había que tirar para adelante. ¡Yo
no me iba a rendir! No sin luchar.
Ella acababa de
cumplir sus años y se presentó a las diez de la noche en la empresa con comida
para llevar:
–
Aún no has cenado y llevas meses
encerrado en este despacho casi sin comer – me dijo.
–
Tranquila, no me voy a morir.
–
¡Eso no! No sin pagar las extras –
respondió riéndose y haciéndome reír a mí.
–
¿Qué traes ahí?
–
He ido a buscarte sushi para cenar pero como aquí no hay
un restaurante japonés en condiciones, he cogido el coche y me he ido a tu
restaurante favorito a buscarlo.
–
¿Pero si está a una hora de camino?
–
Lo sé,… ¡No me mereces! – me volvió
a hacer reír.
–
¡¡¡ESTÁS LOCA!!!
–
Ya te dije que mi garantía prescribe
a los cinco años y… hace dos días que caducó.
Tuve que reírme
por la tontería aunque no fuera muy buena.
–
Deja eso un momento y cena. – me
ordenó. Le hice caso.
Me senté en la
mesa que tenía en el despacho y empecé a comer el sushi que me había traído. Había elegido todo lo que más me gustaba
(nigiris de salmón, atún, izumidai y eby, hosomaki mixto (mitad
salmón y mitad de cangrejo), sashimi de
salmón y de atún, diablo, surimi
roll, geisha, tridente, eléctrico y kokoro).
Me puse un poco de wasabi,… lo
necesitaba. Ella se sentó en el pequeño sofá que había en el despacho. Iba
vestida diferente y ni me había dado cuenta hasta aquel momento:
–
¿Has quedado esta noche? Estás
diferente
–
Vaya manera de piropear que tienes
tú. – me contestó de forma imperativa medio en serio medio en broma.
–
Entiéndeme. Nunca te había visto tan
arreglada.
–
Sigue, sigue, sigue,… mmmmmmm. ¡Me
encanta que me digas cochinadas! – susurró gimiendo como Meg Ryan en la famosa
escena de cuando Harry encontró a Sally en que fingía un orgasmo.
–
Estás de psiquiátrico.
–
Posiblemente pero no soy yo la que
tiene todas las papeletas para ser candidato a un Alzheimer prematuro. ¡¡¡SE TE
OLVIDA TODO!!! Hoy es mi cumpleaños.
–
¡Felicidades! ¿Y qué se supone que
te he regalado? – respondí mientras me metía en la boca el nigiris de atún.
–
Un par de conjuntitos muy sexys de
ropa interior.
–
¡Si que soy generoso!
–
Tranquilo, no han sido nada caros.
Ya sabes que me quieres poco – estuve a punto de sacar el arroz del sushi por la nariz.
Se hizo un
silencio largo. Me toqué las sienes pues me dolía mucho la cabeza.
–
Has vuelto a cancelar el masaje otra
vez. Es por eso que tiene los dolores de cabeza.
–
Ya sabías que no iba a ir. No se
porque te empeñas en reservarme hora. No tengo tiempo. – dije un tanto enfadado.
–
Va,… túmbate en al mesa.
–
¿Qué dices?
–
Q-U-E T-E T-U-M-B-E-S
E-N L-A M-E-S-A
– hizo una pausa después de cada letra y cada palabra para que lo entendiera
bien.
–
¿Para qué?
–
¡Te quieres tumbar de una vez! Eso
si, quítate antes la americana, la corbata y la camisa. – me indicó muy seria.
Me quité la
americana, la corbata, la camisa y me tumbé en la mesa después de retirar los
restos de la cena.
Se arremangó las
mangas de su camiseta. Buscó en su bolso algo. Vertió algo frío en mi espalda y
empezó a masajearla. Al principio fue suavemente. Luego, un poco más rápido
sobretodo por la zona cervical. Me hacía daño pero lo compensaba con otro
movimiento que me aliviaba el dolor. Fue poco a poco, sin prisas, recorriendo
cada centímetro de mi espalda contracturada
por los nervios del trabajo. ¡Necesitaba aquel masaje! No sé si estuvo media
hora larga.
Después me pidió
que me diera la vuelta. No quería que la mirara mientras me masajeaba de
frente. Me tapó los ojos con su pañuelo del cuello. Masajeó mis manos, mis
brazos, mi cuello. Algo en mí, al tener la vista mermada, me hizo excitar. Mi
pantalón se abultó por la zona de la bragueta. Ella siguió como si no lo
hubiera visto. Media hora más de masaje en que mi sexo no pudo bajar sino que
fue creciendo. Estaba paralizado de vergüenza. Al acabar el masaje, se fue para
mi bragueta, y sacó mi sexo. Extendió con su mano por mi sexo el fluido de mi
propia erección. Empezó a acariciarlo suavemente dejando que se deslizara muy
lentamente. ¡No quería acelerar nada! Yo seguía sin poder moverme. Estaba
muerte de vergüenza y tremendamente empalmado, sin dejar de decirle
mentalmente: “No pares, no pares, no
ahora,…”. Ella parecía escuchar mis pensamientos porque no dejó de deslizar
su mano hacia arriba y hacia abajo de forma acompasada dejando que mis gemidos
de placer fueran en aumento. Estuve a punto de llegar una vez, y otra, y otra,
y otra, y otra. Ella aflojaba su ritmo. Evitaba que me corriera. Quería darme
más y más placer con sus delicadas y perversas manos. Seguía y seguía. Yo
necesitaba culminar pues pensaba que no podía aguantarme más de deseo. Ella no
me dejó llegar. Seguía reteniéndome una y otra vez. Cada vez más lento. Cada
vez con más placer. Cuando menos lo pensaba dejó la mano en el punto de no
retorno y bajó mi piel de golpe proporcionándome la mejor corrida de toda mi
vida. Mi cuerpo convulsionaba de placer y su mano, pese a correrme, no dejaba
de seguir y seguir sirviéndome más y más y más espasmos de placer, de deseo, de
goce infinito.
Limpio todo. Me
quitó el pañuelo de los ojos. Y muy seria me dijo:
–
Esto no ha pasado nunca. Se que lo
necesitabas y … sólo he hecho lo que creía mejor. Si dices algo,… me despediré.
¿Entendido?
Me incorporé sentándome en la mesa y
la besé en la boca apasionadamente.
–
¡Entendido! – respondí – Esto que te
he dado tampoco a pasado. ¿En paz?
–
¡Me parece perfecto!
Han pasado ya
diez días desde aquel momento y ahora más que nunca tengo que reconocerlo: ¡Es
la ayudante perfecta! No ha dicho nada, no ha actuado raro y sabe estar sin
excusas que valga. Se comporta como antes y eso me fascina. Pocas mujeres
harían algo así y volverían a saber cual es su lugar. ¡Jamás encontraré una
igual! Espero que jamás se marche de mi lado.
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