Mi mundo se hizo pequeño. Aquella mañana,
cuando los rayos de sol traspasaron la ventana de par en par abierta lo vi
claro: yo no podía vivir más allí dentro.
Todo en mi había cambiado y yo,… ya no era yo.
Era una imitación mala de lo que había sido en un ayer no tan lejano, cuando
era joven, cuando ella no estaba en mi vida, cuando sabía lo que quería y
cuando.
Eso ya no era así. Ser marido tiene pegas.
¡Hay que amoldarse a la nueva vida para dos! Hasta que al convertirse en padre
hace que tu mundo se empequeñezca para ser parte del mundo de tus hijos que ya
deja de ser tu mundo (no es malo pero ya todo queda supeditado a ellos. No sólo
se pierde una parte de ti sino que, poco a poco, te acabas perdiendo tú por
entero).
El trabajo adecuado, para mí que aún puedo
elegir por ser uno de los mejores dentro de mi campo, era el que tuviera a mi
familia cerca para poder compartí con ellos hasta de la primera y última de
todas aquellas cosas, pequeñas o grandes, de la vida de mis retoños.
Ella se alejó o lo hice yo (ahora no lo
recuerdo bien). Nos limitamos ambos hasta el punto que un día, al menos yo,
cuando me miré en el espejo no me reconocí. ¡Yo no era mi reflejo! Pero me
había convertido en él.
Luego todo se precipito como una pequeña bola
de nieve que cae de una montaña y al llegar a la ladera es tan inmensa que es
imposible dejar de observarla. Intentar no acabar aplastado por ella era un
reto duro, no imposible.
Ahora, que todas las cartas quedaron visibles
sobre la mesa, que no hay ases en la manga, que la verdad se reflejó ante los
dos por igual y a la misma vez, las máscaras cayeron y la palabra separación
era la losa que pesaba sobre los cimientos derruidos de un matrimonio que
parecía ser una farsa mal elaborada. ¿Se puede fingir el amor?
Volver sobre los paso para encontrarme no me
parecía mala forma de empezar mi nueva vida. Eso aún estaba por ver. Lo
importante es que empezaba una nueva etapa y que en ella, intentaría volver a
ser ese yo que un día fui. No se trataba de volver a ser un joven sino de
seguir viviendo esa nueva vida destrozada por un amor que acabó, con el ímpetu
con el que decidimos componer juntos, ella y yo, un proyecto en común. Nuestro
tiempo juntos había acabado, para bien o para mal. Lo que venía ahora sería
complicado pero no imposible. ¡No hay nada imposible!
Mi mundo se había hecho muy pequeño. Aquella
mañana lo vi claro. Debía empezar a ensanchar mi mundo poco a poco y sin prisa.
Mi mundo volvería a su tamaño normal pero para eso, tendría que tener ganas de
volver a empezar desde cero y aunque no me aterraba el desafío,… no lo haría
nunca sin mis hijos en ese nuevo mundo mío.
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