Me mordió la
boca y así empezó todo. Un hombre cualquiera hubiera optado por un beso pero el
no. Con sus dientes mordisqueó el labio inferior de mi boca. ¡Me encantó esa
clase de placer! ¡Me fascino esa clase de dolor!
En mi vida
siempre había pensado que el daño infligido a un cuerpo no era bueno. Da igual
lo enamorada, lo borracha o lo predispuesta que una persona estuviera para
probar algo nuevo. ¡El dolor era dolor! No comprendía que eso pudiera ser
placentero. Pero, a su lado, hasta la tortura física más leve no era doliente
sino algo que me extasiaba mi cuerpo por entero.
El mordisco en
el labio sólo fue el primer paso. Sus manos apretaron mis pechos hasta ese
punto que el sufrimiento y el goce se confunden tanto que el gemido se
sobrepone por entero al grito. Sus piernas abrieron mis piernas con un
movimiento magistral. ¡No podía contenerme! No quería. Su rodilla subía por
entre las mías hasta mi sexo y lo apretaba hacía a mi. ¡Era exquisito! Sentir
aquello rodilla aflojando y embistiendo me proporcionaba una complacencia que
no puedo describir. Mi sexo se humedeció muy rápido y aún estaba vestida de la
cabeza a los pies. Necesitaba que me penetrara, que me proporcionara múltiples
orgasmos sintiendo su fuerte sexo satisfaciéndome por entero. Pero el sabía
algo que yo desconocía. Me susurro al oído:
- A una mujer se
la puede volver loca de deseo sin clavarle tu polla.
Tenía mucha razón.
Sus manos fueron buscando centímetros de mi piel que yo ni siquiera conocía. Su
boca profanó partes de mi cuerpo que no yo sabía que poseía. ¡Yo era una mujer
normal! Él no era un hombre nada corriente.
Lo que llegue a
desfrutar ese día no puede ser descrito con palabras (todas ellas se quedarían
cortas). El placer, el goce, el perder el conocimiento al llegar al orgasmo era
algo que no había experimentado JAMÁS hasta que él apareció en mi vida.
Ahora no
recuerdo como lo conocí, ni donde, ni como acabamos así.
Él me llama. Yo
voy. Me devora. Me destroza por entero. Me hace morir de placer. Luego se
marcha y yo me quedo con ganas de más. ¡Ese es el secreto! No hay otro.
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