Era el fin del verano y los de la empresa,
con la vuelta de las vacaciones, decidieron que fuéramos todos de cena. El día
elegido, unos compañeros de Madrid, Valencia, Sevilla y Málaga estaban por la
oficina y los invitamos a acompañarnos. Al final, entre unas cosas y otras,
éramos cincuenta personas: treinta y cinco hombres y quince mujeres (una de
ellas yo).
Me compré un precioso vestido veraniego para
la ocasión de un precioso amarillo pálido, con unos tirantes muy estrechos (se
podía llevar sin sujetador y yo había decido no llevar), no muy largo (me
quedaba cuatro dedos por encima de las rodillas), con unas pequeñas florecillas
rosadas que lucían como dulces detalles distribuidos de forma sorprendente.
¡Era perfecto para una noche febril! La última noche de un mes de agosto muy
caliente.
Me vino a buscarme Alex, un compañero de
Madrid con el que hablaba mucho por teléfono cuando surgían problemas contables
en la empresa. ¡Era un hacha! Y encima increíblemente simpático (pese a ser un
contable de cuarenta y cinco años). Después fuimos a recoger a Marco, Cristina
y a Angelo. Llegamos al restaurante que tenía un ambiente demasiado sobrio para
gente joven como nosotros pues todos, más o menos, exceptuando Alex, teníamos
entre treinta y treinta y cinco años. La cena fue genial: revuelto de ajetes,
espárragos y gambas de primero. De segundo medallones de ternera en salsa de
ostras para unos y para otros, cazoleta de rape al horno con almejas. El postre
era una delicia: brownie de chocolate con nata y fresas. El vino tinto, blanco
y el cava se brindaron junto a cada plato y después de una hora y media larga,
todos salimos en busca de un lugar más festivo donde poder bailar y pasárnoslo
muy bien.
Alguien sugirió una discoteca con varios ambientes
en la ciudad. Unos deseaban volver a casa (muy pocos) y otros no. Nos dividimos
en varios coches para no tener que coger tantos. Alex vino conmigo pero al
montarnos en el coche de Nacho, tuve que sentarme sobre sus piernas como si
fuera una niña. Me daba un poco de vergüenza pero a él,… no le importó. Estuvo
bromeando todo el camino de que si pesaba mucho, que si se le habían muerto las
piernas por mi culpa,… Yo no podía dejar de reírme al igual que el resto de los
que íbamos en el coche.
Aterrizamos en la zona a eso de las doce y
media. Aparcamos el coche, nos dimos un buen paseo de diez minutos largo y
cuando llegamos a la discoteca,… ¡¡¡Cerrada!!! A todos nos dio un ataque de
risa. Volvimos a los coches y buscamos cualquier lugar que estuviera abierto
para tomar algo. Me tuve que subir de nuevo a las piernas de Alex pero esta vez
quise ponerme sin apenas rozarle para no hacerle daño. Me dijo que no fuera
tonta y que me sentara sin miedo. Puso la mano en mi espalda y me ayudó a
sentarme bien sobre él. El vestido voló un poco con el aire que entró por la
ventanilla cuando me aposenté de nuevo y fue mi trasero el que acabó encima de
él con la única protección de mi cullote blanco. Esperé que él no se diera
cuenta pero si que lo hizo y sin querer, sentí su erección involuntaria. Sentir
su sexo me excitó y mis pezones se pusieron muy erectos. Él se dio cuenta.
Deslizó sus dedos por mi brazo izquierdo que era el que estaba más oculto a los
ojos de los demás ocupantes del coche y mi piel se erizó de placer. Era algo
verdaderamente excitante estar dedicándose caricias sin que nadie se estuviera
dando cuenta. ¿Y si fuéramos más lejos? ¿Se darían cuenta? Aquella idea
sobrevoló un instante en mi mente hasta que de forma estratégica, bajé la
bragueta de su pantalón y él, que vio por donde iban los tiros, liberó su virilidad
creciente de su boxer. Alex ladeo mi culotte y introdujo con mucho cuidado su
pene en mi sexo. Fue francamente morboso sentir que nadie se estaba dando
cuenta de que me estaba follando delante de sus propios ojos. Nos movíamos poco
pero cada bache, cada curva, cada frenado nos proporcionaba un placer extremo
tanto a él como a mí.
Llegamos a donde habíamos cenado y fingí un
pequeño mareo para me que dejaran a solas con Alex en el coche. El medio engaño
salió bien y cuando salieron todos del coche, Alex se abalanzó como un animal
salvaje sobre mí follándome como un macho salvaje en periodo de apareamiento
poseído por entero por todas las feromonas de una hembra dispuesta a todo y
preparada. Con cada embestida me resarcía de las que no puedo asestarme cuando
todos estaban dentro del coche con nosotros. Gemíamos como dos bestias feroces
que deseaban más, y más, y más el uno del otro. Los cristales se empañaron y
aquello atrajo varios curiosos a mirar por la ventana. Pudimos ver entre vahos
como se masturbaban pegados a los cristales del coche viéndonos follar como
posesos. ¡Aquello me excitaba! Aquello me mojaba más y deseaba tener a aquellos
dos hombres devorándome los pechos mientras Alex seguía follándome. Alex se
sentó en medio del asiento de atrás y me quitó el vestido y el culotte por fin.
El se quitó los pantalones y me hizo montarle como una amazona. Sin darme
cuenta, había bajado las ventillas traseras del coche y aquellos dos hombres
que antes estaban detrás del cristal, estaban allí, mordiéndome los pechos,
masturbándose a placer y dándome un deleite máximo indescriptible. Deseaba que
no pararan. Deseaba que siguieran. Deseaba más y más. La mano de uno de ellos
llego a mi trasero. Me lo agarraba con fuerza mientras seguía comiendo el
pecho. De golpe y porrazo metió los dedos en mi trasero mientras el otro, me
acariciaba el clítoris volviéndome enloquecida de goce. El miembro de Alex
seguía duro como una piedra embistiéndome cada vez con más fuerza. Sentí como
los tres llegaban uno a uno extasiados de placer a desbordarse de deseo, dos
sobre mis pechos y Alex,… dentro de mí.
Fue una noche muy caliente, muy morbosa,
increíblemente extasiante. Volví a casa con Alex en su coche ya recuperada del
todo y eso que los tres se lo curraron mucho el hacerme disfrutar a placer.
Antes de subir, él como si me hubiera leído el pensamiento, me arrinconó en el
portal de mi piso y contra la pared, me penetró por detrás proporcionándome
verdaderos espasmos de placer que recorrieron mi cuerpo de la cabeza a los
pies. ¡Creí morir de éxtasis! Un nirvana infinito de gemidos me llevaba a
disfrutar cada vez más de aquel momento inesperadamente e indescriptiblemente
fogoso que volvía a vivir. Alex se derramó por mi culo y me empotró contra la
pared casi sin sentido. ¡Fue genial! Jamás había disfrutado tanto del sexo como
aquel día. Sólo deseo poder disfrutar más muy pronto tanto si Alex está como si
no.
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