miércoles, 4 de septiembre de 2013

"BLACK VELVET" (relato)


 
No me gustaba nada el fin del verano. Tener que volver a la ropa holgada, a las chaquetas, a las dobles o triples mangas me daba un bajón bestial. ¡¡¡ME ENCANTABA EL VERANO Y EL SOL!!!
 
Tampoco me gustaba para nada las macro fiestas que organizaban para el cierre de lugares que sólo estaban abiertos en verano como carpas y demás. Pero cuando mi amiga Laura me dijo que se organizaba una en un lugar muy especial para nosotros aquel verano, no dudé para nada en ir.
 
A parte de ser para nosotras un lugar mágico aquel verano, los organizadores habían tenido la brillante idea de que fuera de disfraces. ¡Me pareció una gran idea!
 
Laura y yo fuimos en busca de disfraces (al ser verano no fue tarea fácil encontrarlos). Laura se disfrazaría con bañador rojo y un flotador en forma ovalada (Laura tenía unos grandes y voluptuosos pechos como los de Pamela Anderson o más) como en la serie de Vigilantes de la Playa que habían vuelto a emitir por la tele. Yo, después de mucho buscar, encontré uno un tanto peculiar para el verano: de Caperucita Roja.
 
Fuimos a la fiesta que se organizaba en nuestro preciado chiringuito de la playa conocido como ÚLTIMO SUSPIRO que para aquella ocasión, había montado una gran carpa semiabierta para celebrarlo con todos aquellos que pasaran por allí disfrazados el maldito fin del verano (hasta decirlo dolía).
 
Laura y yo llegamos solas de las primeras a la fiesta. Tomamos un par de mojitos y disfrutamos de la música de baile. Poco a poco, la carpa se fue llenado de más y más gente con disfraces de lo más singulares y sobretodo,… muy fresquitos pues la noche, pese a ser septiembre, era muy caliente. Algunos venían disfrazados de policías pero sólo llevaban una corbata, un boxer azul donde llevaban enganchada la placa y el típico gorro. Había muchas enfermeras, muchas hawaianas, muchas sirenas sin apenas cola o como mucho pintada sobre una minifalda negra, muchos socorristas, muchos surferos, muchos tarzanes (se notaba que las personas no querían pasar nada de calor). Seguía bailando sin esperar nada y Laura ya se alejaba con uno de los tarzanes a pasar un buen rato a orilla de la playa. Eran las tres de la mañana cuando entró en la fiesta un lobo, un lobo negro (bueno, un hombre disfrazado de lobo). Su ropaje parecía grueso, impropio para los calores del verano. El me miró desde la lejanía pues yo estaba en el otro lado de la carpa opuesta a la entrada y vino directo hacía mí.
 
Se paró frente a mí y me dijo con una voz grave:
 
-         Bonito disfraz caperucita. ¿No me tienes miedo?
-         No se puede temer un lobo cuando ya sabes el final del cuento del que eres la protagonista.
-         ¡Chica lista! ¿Pero quien te ha dicho que este cuento está escrito?
-         ¿A no? Un lobo, una niña con una cestita,… Todo el mundo sabe como acaba.
-         Pero en este, en el de esta noche, no habrá ni abuelita, ni leñador,… solos tú y yo.
 
Su voz era hipnótica, hechizada. Me dejó sin palabras. Mi mente fantaseaba con descubrir quien era el hombre que se ocultaba tras el disfraz.
 
Empezó a sonar una canción dulce y que incitaba a bailar. Se pegó a mi cuerpo por detrás, aferrado a mis caderas con ambas manos, moviendo mi cuerpo al compás de la música. ¡Me dejé llevar! Su aroma que no sabía muy bien cual era pero que pervertía hasta mi olfato, su fuerza, su pasión, aquella voz tan sugerente, el no saber quien era, me excitaba de una manera extraña y bestial. La manera en la que él se movía, era un pecado, tan dulce y verdadero que me embriagaba por entero como si del mejor de licor de cereza recorriera mis venas haciendo arder hasta mi pensamiento. Deseaba que la canción no parara, que sus manos no se alejaran de mi cuerpo ni un milímetro. En ese mismo instante levantó un poco su máscara y su boca se estrelló de forma sigilosa con mi cuello. Creí desvanecerme por entero al sentir el primer roce de sus labios en mi piel. Quería sentirle de nuevo y el seguí bailando tras de mí, acercando mi trasero hacia él. Deseaba convertirme en loba y que me poseyera allí mismo. Parece que él leyó mi pensamiento y muy cuidadosamente, metió sus zarpas bajo mi falda negra de caperucita. No pude sentir sus manos y eso me incomodó. Quería sentir su tacto no el de su disfraz. Se quitó las manos de lobo y empezó a acariciar la piel de mis muslos muy lentamente desde atrás. Sentía cada roce y era como una descarga que me recorría por entero desde la cabeza a los pies. Deseaba sentirle más, sentirle siempre queriendo más, el me dejaría deseándolo.
 
Las luces se apagaron un instante y la luz negra lo inundó todo mientras desde cuatro cañones empezó a salir espuma. Dejé de sentir sus manos en mi piel justo cuando se apagaron las luces pero cuando empezó a surgir la espuma por los cuatro costados, su cuerpo se pegó al mió como si de sólo uno se tratara. Podía sentir su sexo abultado en mi trasero y no sabía como pues el tenía aún el traje de lobo puesto (quizás en ese breve instante que no le sentí tocarme, había arrancado su piel de lobo para dejar salir la bestia salvaje que tenía dentro a través de una bragueta improvisada para poseerme allí mismo).
 
Ladeo mi braguita y sentí su sexo adentrarse por entre mis nalgas. ¡¡¡ERA TODO UN ANIMAL!!! Allí, en mitad de una pista de baile, sin importarle los ojos que podrían llegar a verle, metió su berga en mi culo. Se movía primero lentamente, dejando que saboreara cada centímetro de su virilidad en cada pliegue de mi ano dándome un placer supremo. Yo quería que no parara y seguía arremetiéndome cada vez con más, con más, con más, y más y más y más fuerza. No se cuanto tiempo estuvo poseyéndome delante de los ojos oscurecidos de la gente entre luz negra y espuma. Recuerdo que yo creía morir de placer con cada embestida y que, aún así, no quería que dejara de follarme como un animal salvaje, sin pausas, sin besos, sin miramientos,… solo goce, placer, gemidos y gritos amortiguados por la música. Caí al suelo a cuatro patas y siguió penetrándome con su pene tremendamente erecto. No podía verle, había demasiada espuma a mi alrededor, pero su sexo seguía embistiéndome como un poseso cada vez más y más rápido, sin perder la fuerza, ni el vigor, ni las ganas. Después de mucho tiempo de estar a cuatro patas, noté como su leche caliente se derramaba dentro de mí y caía entre mis muslos. ¡Aquello era todo un lobo! Y yo deseaba ser su esclava caperucita en este nuevo cuento perverso y caliente que escribimos ambos durante toda la noche entre goce y ganas de ser poseída.

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