No me gustaba
nada el fin del verano. Tener que volver a la ropa holgada, a las chaquetas, a
las dobles o triples mangas me daba un bajón bestial. ¡¡¡ME ENCANTABA EL VERANO
Y EL SOL!!!
Tampoco me
gustaba para nada las macro fiestas que organizaban para el cierre de lugares
que sólo estaban abiertos en verano como carpas y demás. Pero cuando mi amiga
Laura me dijo que se organizaba una en un lugar muy especial para nosotros
aquel verano, no dudé para nada en ir.
A parte de ser
para nosotras un lugar mágico aquel verano, los organizadores habían tenido la
brillante idea de que fuera de disfraces. ¡Me pareció una gran idea!
Laura y yo
fuimos en busca de disfraces (al ser verano no fue tarea fácil encontrarlos).
Laura se disfrazaría con bañador rojo y un flotador en forma ovalada (Laura
tenía unos grandes y voluptuosos pechos como los de Pamela Anderson o más) como
en la serie de Vigilantes de la
Playa que habían vuelto a emitir por la tele. Yo, después de
mucho buscar, encontré uno un tanto peculiar para el verano: de Caperucita
Roja.
Fuimos a la
fiesta que se organizaba en nuestro preciado chiringuito de la playa conocido
como ÚLTIMO SUSPIRO que para aquella ocasión, había montado una gran carpa
semiabierta para celebrarlo con todos aquellos que pasaran por allí disfrazados
el maldito fin del verano (hasta decirlo dolía).
Laura y yo
llegamos solas de las primeras a la fiesta. Tomamos un par de mojitos y
disfrutamos de la música de baile. Poco a poco, la carpa se fue llenado de más
y más gente con disfraces de lo más singulares y sobretodo,… muy fresquitos
pues la noche, pese a ser septiembre, era muy caliente. Algunos venían
disfrazados de policías pero sólo llevaban una corbata, un boxer azul donde
llevaban enganchada la placa y el típico gorro. Había muchas enfermeras, muchas
hawaianas, muchas sirenas sin apenas cola o como mucho pintada sobre una
minifalda negra, muchos socorristas, muchos surferos,
muchos tarzanes (se notaba que las
personas no querían pasar nada de calor). Seguía bailando sin esperar nada y
Laura ya se alejaba con uno de los tarzanes a pasar un buen rato a orilla de la
playa. Eran las tres de la mañana cuando entró en la fiesta un lobo, un lobo
negro (bueno, un hombre disfrazado de lobo). Su ropaje parecía grueso, impropio
para los calores del verano. El me miró desde la lejanía pues yo estaba en el
otro lado de la carpa opuesta a la entrada y vino directo hacía mí.
Se paró frente a
mí y me dijo con una voz grave:
-
Bonito disfraz caperucita. ¿No me
tienes miedo?
-
No se puede temer un lobo cuando ya
sabes el final del cuento del que eres la protagonista.
-
¡Chica lista! ¿Pero quien te ha
dicho que este cuento está escrito?
-
¿A no? Un lobo, una niña con una
cestita,… Todo el mundo sabe como acaba.
-
Pero en este, en el de esta noche,
no habrá ni abuelita, ni leñador,… solos tú y yo.
Su voz era
hipnótica, hechizada. Me dejó sin palabras. Mi mente fantaseaba con descubrir
quien era el hombre que se ocultaba tras el disfraz.
Empezó a sonar
una canción dulce y que incitaba a bailar. Se pegó a mi cuerpo por detrás,
aferrado a mis caderas con ambas manos, moviendo mi cuerpo al compás de la
música. ¡Me dejé llevar! Su aroma que no sabía muy bien cual era pero que
pervertía hasta mi olfato, su fuerza, su pasión, aquella voz tan sugerente, el
no saber quien era, me excitaba de una manera extraña y bestial. La manera en
la que él se movía, era un pecado, tan dulce y verdadero que me embriagaba por
entero como si del mejor de licor de cereza recorriera mis venas haciendo arder
hasta mi pensamiento. Deseaba que la canción no parara, que sus manos no se
alejaran de mi cuerpo ni un milímetro. En ese mismo instante levantó un poco su
máscara y su boca se estrelló de forma sigilosa con mi cuello. Creí
desvanecerme por entero al sentir el primer roce de sus labios en mi piel.
Quería sentirle de nuevo y el seguí bailando tras de mí, acercando mi trasero
hacia él. Deseaba convertirme en loba y que me poseyera allí mismo. Parece que
él leyó mi pensamiento y muy cuidadosamente, metió sus zarpas bajo mi falda
negra de caperucita. No pude sentir sus manos y eso me incomodó. Quería sentir
su tacto no el de su disfraz. Se quitó las manos de lobo y empezó a acariciar
la piel de mis muslos muy lentamente desde atrás. Sentía cada roce y era como
una descarga que me recorría por entero desde la cabeza a los pies. Deseaba
sentirle más, sentirle siempre queriendo más, el me dejaría deseándolo.
Las luces se
apagaron un instante y la luz negra lo inundó todo mientras desde cuatro
cañones empezó a salir espuma. Dejé de sentir sus manos en mi piel justo cuando
se apagaron las luces pero cuando empezó a surgir la espuma por los cuatro
costados, su cuerpo se pegó al mió como si de sólo uno se tratara. Podía sentir
su sexo abultado en mi trasero y no sabía como pues el tenía aún el traje de
lobo puesto (quizás en ese breve instante que no le sentí tocarme, había
arrancado su piel de lobo para dejar salir la bestia salvaje que tenía dentro a
través de una bragueta improvisada para poseerme allí mismo).
Ladeo mi
braguita y sentí su sexo adentrarse por entre mis nalgas. ¡¡¡ERA TODO UN
ANIMAL!!! Allí, en mitad de una pista de baile, sin importarle los ojos que
podrían llegar a verle, metió su berga en mi culo. Se movía primero lentamente,
dejando que saboreara cada centímetro de su virilidad en cada pliegue de mi ano
dándome un placer supremo. Yo quería que no parara y seguía arremetiéndome cada
vez con más, con más, con más, y más y más y más fuerza. No se cuanto tiempo
estuvo poseyéndome delante de los ojos oscurecidos de la gente entre luz negra
y espuma. Recuerdo que yo creía morir de placer con cada embestida y que, aún
así, no quería que dejara de follarme como un animal salvaje, sin pausas, sin
besos, sin miramientos,… solo goce, placer, gemidos y gritos amortiguados por
la música. Caí al suelo a cuatro patas y siguió penetrándome con su pene
tremendamente erecto. No podía verle, había demasiada espuma a mi alrededor,
pero su sexo seguía embistiéndome como un poseso cada vez más y más rápido, sin
perder la fuerza, ni el vigor, ni las ganas. Después de mucho tiempo de estar a
cuatro patas, noté como su leche caliente se derramaba dentro de mí y caía
entre mis muslos. ¡Aquello era todo un lobo! Y yo deseaba ser su esclava
caperucita en este nuevo cuento perverso y caliente que escribimos ambos
durante toda la noche entre goce y ganas de ser poseída.
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