Hoy era el día que me tocaba cuidar de mi sobrino. Me desperté
temprano para poder coger pronto el coche y poder ir a pasar más tiempo con él.
Llegué a su casa y aún dormía. Su padre me abrió la puerta.
– ¡Buenos días cuñada! – me dijo mientras evitaba que sus dos
preciosos perritas intentaban tirarse encima de mi para juguetear. Ellas si que
se habían despertado con ganas de pasarlo bien.
Me fue enseñando lo que tenía que darle de desayunar, lo que
tenía para media mañana y lo que tenía que darle para comer. A la hora de la
merienda ya estaría su madre en casa pero por si retrasaba, tenía también la
fruta preparada en la nevera.
Por fin oí su preciosa voz llamarme desde su cuarto.
– Tita, tita, tita,…
– Ya voy Paulo – le dije mientras me iba directa a su habitación
para darle un beso y un gran abrazo.
– ¿Hoy todo el día conmigo tita verdad? – me dijo frotándose los
ojos con la voz llena de alegría.
– Si mi vida. Hasta que mama venga estaré contigo.
– ¿Iremos a ver el tren?
– ¡Claro que si mi niño! Iremos al puente a ver pasar los
trenes.
Su padre se fue a trabajar y nos pusimos a desayunar cereales
con leche y cacao.
Después de desayunar, le cambié el pijama por ropa de paseo.
Cogí mi mochila y metí galletitas, dos zumos, unos batidos de chocolate y agua
por si nos entraba sed.
– Tita, no te olvides de
Verdi – me dijo mi sobrino.
– ¿Quién quien es Verdi, Paulo? – le pregunté.
– Mi tren tita, mi tren. Verdi es mi tren. A el le gusta también
ver a sus hermanos mayores en el puente.
Bajamos por el ascensor y fuimos a pasear. Hacía un día precioso
de otoño y el sol brillaba en lo alto de un cielo azul precioso.
Caminamos hasta llegar al puente y esperamos a que pasaran los
trenes.
– No pasa ninguno tita – me dijo mi sobrino un poco
entristecido.
– ¿Te gustaría que lleváramos a Verdi a la estación para ver los
trenes en el andén? – le dije para animarlo.
– ¡Si! Verdi y yo queremos ver la estación.
Paseamos junto a la vía un rato hasta llegar a la estación.
Cuando estamos allí e iba a comprar un par de billetes para poder ir al andén,
Paulo se soltó de mi mano y empezó a correr.
– Paulo para,… ¿Dónde vas? – le dije un poco asustada.
– Tita ven, corre,… Verdi quiere que vengas.
– ¿Verdi? ¿Pero dónde estás Paulo? – asomó la cabecita por una
pequeña puerta que había de madera antigua.
– ¡Aquí tita! En el andén de Verdi.
¿El andén de Verdi? Me metí por la pequeña puertecita de madera
y acabé en una estación preciosa. Tenía el techo de cristal y en el andén había
un tren verde como el de mi peque echando humo por la chimenea de la máquina de
vapor.
– ¿Podemos subir? ¿Podemos subir tita? – me preguntó todo
ilusionado.
Un hombre vestido de revisor se acercó, con una bandera roja en
la mano y un silbato especial. Vino hacía a nosotros y nos dijo:
– ¡Buenos días Paulo! Me llamo David. ¿Cómo estás? Verdi estaba
esperándote para salir de viaje.
– ¡Hola David! Mi tita Fany no encontraba la entrada y no quería
ir sin ella.
– Me parece muy bien. Ya sabes que los niños pequeños no pueden
viajar solos aunque sea en su propio tren. – dijo David con una sonrisa
agradable en los labios.
David se acercó a mi y me dio un billete de tren azul que
brillaba mucho y ponía Billete especial
para un viaje en Verdi para Paulo y su tita Fany con letras doradas preciosas.
– No pierda el billete Fany. ¡Es un billete mágico! – dijo David
agradablemente.
Subimos al vagón de Verdi. ¡Era precioso! Tenía una moqueta
suave en el suelo de color azul y las paredes con cuatro ventanales muy grandes
que llenaban todo de luz. Había asientos con una mesa en medio en dos de las
ventanas del vagón. Las paredes del vagón eran de color azul cielo y había
estanterías con libros, juguetes y mucho espacio para divertirse.
Se abrió la puerta que conducía a la máquina y vino hacia nosotros
el maquinista que vestía de color gris, con rallas rosadas muy claritas, con
peto oscuro y gorra.
– ¡Buenos días Paulo! Soy Tomás el maquinista. ¿Dónde quieres
que vayamos hoy? – dijo con voz grave pero agradable.
– ¡Hola Tomás! Quiero llevar a mi tita Fany a dar un viaje por
los alrededores de Barcelona. – dijo mi sobrino con una sonrisa en los labios.
– Ningún problema,… ¡¡¡Vamos allá!!!
Sonó un pitido de la máquina después de cerrarse la puerta por
dónde había salido el maquinista y al rato empezamos a movernos.
Al cabo de un rato salimos de la estación y Paulo y yo nos
sentamos en una de las mesas cerca de uno de los ventanales.
– ¡Mira tita mira! – me señalaba cuando salíamos de la estación
y empezábamos a ver pasar los árboles deprisa, los prados enormes y verdes. Su
cara estaba llena de alegría y felicidad.
– ¿Te gusta mucho Paulo? – le pregunté a mi pequeño.
– ¡Todo es precioso! Ya verás cuando lleguemos a Barcelona.
– ¿Tu ya has visto Barcelona con tu tren Verdi? – le pregunté a
mi sobrino.
– ¡No tita! Verdi siempre dice que hay que viajar con alguien
cuando se es pequeño. Yo quería que fueras tu conmigo. Pero en sueños, Verdi y
yo hemos visto muchos lugares desde el cielo.
– ¿Desde el cielo Paulo? ¡Pero si es un tren! – dije un poco
sorprendida.
– Verdi es un tren especial y sus vías,… son invisibles y viajan
por el cielo. – me respondió con una sonrisa pícara en los labios.
Al poco rato noté como subíamos poco a poco hacía arriba como si
estuviéramos en una montaña rusa. ¡Estábamos en unas vías invisibles surcando
el cielo!
Vimos el mar con el precioso hotel el forma de vela y el puerto
lleno de barcos. Luego fuimos hasta dónde estaba construyéndose la preciosa
Sagrada Familia y la vimos desde el aire. ¡Era increíble! Aquellos picos nos
señalaban con gracia y simpatía.
El tren nos condujo a ver también el maravilloso Park Güell.
¡Era mágico! Había tanto colorido, tantas formas diferentes en un espacio tan
pequeño desde nuestra visión.
Cambiamos de dirección y al momento estábamos encima del laberinto
de Horta descubriendo desde aire por dónde entrar y por dónde salir de aquel
entresijo de arbustos altos.
Por último fuimos rápidamente al Tibidabo. Vimos las atracciones
desde el cielo y mi dulce sobrino estaba tan impresionado con todo lo que estaba
viendo, que apenas podía articular palabra.
– Tita,… ¿Podemos coger un libro para colorear? – dijo Paulo
después de un rato.
– ¿Cuál te apetece?
Se fue a la librería y cogió un libro de números, los lápices de
colores y nos tumbamos sobre la suave moqueta a colorear árboles, flores,
tortugas, patos y gallinas.
Nos quedamos dormidos ambos. Al despertarme estábamos en el
comedor de casa de Paulo y pensé que todo había sido un maravilloso sueño. Se
despertó con los ojos llenos de luz y me dijo:
– ¡Tengo hambre! – sonreí y fui a la cocina a calentar los
macarrones para comer.
– Paulo, vamos a lavarnos las manos.
Fuimos al baño. Abrí el agua y empezamos los dos a mojarnos las
manos. Luego el jabón y luego nos las secamos en la toalla naranja que colgaba
del toallero.
Estaba poniendo la mesa para comer los dos cuando Verdi salió
rodando delante de mí.
– ¿Te ha gustado el viaje tita Fany?
– Mucho cariño pero creo que todo ha sido un bonito sueño. – le
dije a Paulo que entristeció por un momento.
Al rato me miró con ojos iluminados y me dijo:
– ¿Has mirado en tu mochila tita?
– No cariño, no he mirado en mi mochila aún.
– Mira y verás,… – me dijo todo ilusionado.
Abrí mi mochila y allí estaba el ticket de tren que nos había
David el revisor. ¡No era un sueño! Todo había sido muy real.
– Paulo,… es el billete de tren. ¡Todo es cierto! – le dije
sorprendida y contenta.
– Si tita, si,… Verdi nos llevará juntos dónde nosotros queramos
cuando queramos. Pero Verdi dice que tiene que ser un secreto entre yo, tú y
él.
– ¡Muy bien peque! Dile a Verdi que eso está hecho. – le dije
dándole la mano como si estuviéramos cerrando un trato entre tía y sobrino.
A partir de aquel día, hemos estado recorriendo pueblos,
ciudades, regiones, países con Verdi el tren volador pero eso, como alguien
dijo una vez, es otra historia.
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