domingo, 1 de septiembre de 2013

MI SOBRINO Y SU TRENECITO VERDI (cuento)


 

Hoy era el día que me tocaba cuidar de mi sobrino. Me desperté temprano para poder coger pronto el coche y poder ir a pasar más tiempo con él.

Llegué a su casa y aún dormía. Su padre me abrió la puerta.

– ¡Buenos días cuñada! – me dijo mientras evitaba que sus dos preciosos perritas intentaban tirarse encima de mi para juguetear. Ellas si que se habían despertado con ganas de pasarlo bien.

Me fue enseñando lo que tenía que darle de desayunar, lo que tenía para media mañana y lo que tenía que darle para comer. A la hora de la merienda ya estaría su madre en casa pero por si retrasaba, tenía también la fruta preparada en la nevera.

Por fin oí su preciosa voz llamarme desde su cuarto.

– Tita, tita, tita,…

– Ya voy Paulo – le dije mientras me iba directa a su habitación para darle un beso y un gran abrazo.

– ¿Hoy todo el día conmigo tita verdad? – me dijo frotándose los ojos con la voz llena de alegría.

– Si mi vida. Hasta que mama venga estaré contigo.

– ¿Iremos a ver el tren?

– ¡Claro que si mi niño! Iremos al puente a ver pasar los trenes.

Su padre se fue a trabajar y nos pusimos a desayunar cereales con leche y cacao.

Después de desayunar, le cambié el pijama por ropa de paseo. Cogí mi mochila y metí galletitas, dos zumos, unos batidos de chocolate y agua por si nos entraba sed.

 – Tita, no te olvides de Verdi – me dijo mi sobrino.

– ¿Quién quien es Verdi, Paulo? – le pregunté.

– Mi tren tita, mi tren. Verdi es mi tren. A el le gusta también ver a sus hermanos mayores en el puente.

Bajamos por el ascensor y fuimos a pasear. Hacía un día precioso de otoño y el sol brillaba en lo alto de un cielo azul precioso.

Caminamos hasta llegar al puente y esperamos a que pasaran los trenes.

– No pasa ninguno tita – me dijo mi sobrino un poco entristecido.

– ¿Te gustaría que lleváramos a Verdi a la estación para ver los trenes en el andén? – le dije para animarlo.

– ¡Si! Verdi y yo queremos ver la estación.

Paseamos junto a la vía un rato hasta llegar a la estación. Cuando estamos allí e iba a comprar un par de billetes para poder ir al andén, Paulo se soltó de mi mano y empezó a correr.

– Paulo para,… ¿Dónde vas? – le dije un poco asustada.

– Tita ven, corre,… Verdi quiere que vengas.

– ¿Verdi? ¿Pero dónde estás Paulo? – asomó la cabecita por una pequeña puerta que había de madera antigua.

– ¡Aquí tita! En el andén de Verdi.

¿El andén de Verdi? Me metí por la pequeña puertecita de madera y acabé en una estación preciosa. Tenía el techo de cristal y en el andén había un tren verde como el de mi peque echando humo por la chimenea de la máquina de vapor.

– ¿Podemos subir? ¿Podemos subir tita? – me preguntó todo ilusionado.

Un hombre vestido de revisor se acercó, con una bandera roja en la mano y un silbato especial. Vino hacía a nosotros y nos dijo:

– ¡Buenos días Paulo! Me llamo David. ¿Cómo estás? Verdi estaba esperándote para salir de viaje.

– ¡Hola David! Mi tita Fany no encontraba la entrada y no quería ir sin ella.

– Me parece muy bien. Ya sabes que los niños pequeños no pueden viajar solos aunque sea en su propio tren. – dijo David con una sonrisa agradable en los labios.

David se acercó a mi y me dio un billete de tren azul que brillaba mucho y ponía Billete especial para un viaje en Verdi para Paulo y su tita Fany con letras doradas preciosas.

– No pierda el billete Fany. ¡Es un billete mágico! – dijo David agradablemente.

Subimos al vagón de Verdi. ¡Era precioso! Tenía una moqueta suave en el suelo de color azul y las paredes con cuatro ventanales muy grandes que llenaban todo de luz. Había asientos con una mesa en medio en dos de las ventanas del vagón. Las paredes del vagón eran de color azul cielo y había estanterías con libros, juguetes y mucho espacio para divertirse.

Se abrió la puerta que conducía a la máquina y vino hacia nosotros el maquinista que vestía de color gris, con rallas rosadas muy claritas, con peto oscuro y gorra.

– ¡Buenos días Paulo! Soy Tomás el maquinista. ¿Dónde quieres que vayamos hoy? – dijo con voz grave pero agradable.

– ¡Hola Tomás! Quiero llevar a mi tita Fany a dar un viaje por los alrededores de Barcelona. – dijo mi sobrino con una sonrisa en los labios.

– Ningún problema,… ¡¡¡Vamos allá!!!

Sonó un pitido de la máquina después de cerrarse la puerta por dónde había salido el maquinista y al rato empezamos a movernos.

Al cabo de un rato salimos de la estación y Paulo y yo nos sentamos en una de las mesas cerca de uno de los ventanales.

– ¡Mira tita mira! – me señalaba cuando salíamos de la estación y empezábamos a ver pasar los árboles deprisa, los prados enormes y verdes. Su cara estaba llena de alegría y felicidad.

– ¿Te gusta mucho Paulo? – le pregunté a mi pequeño.

– ¡Todo es precioso! Ya verás cuando lleguemos a Barcelona.

– ¿Tu ya has visto Barcelona con tu tren Verdi? – le pregunté a mi sobrino.

– ¡No tita! Verdi siempre dice que hay que viajar con alguien cuando se es pequeño. Yo quería que fueras tu conmigo. Pero en sueños, Verdi y yo hemos visto muchos lugares desde el cielo.

– ¿Desde el cielo Paulo? ¡Pero si es un tren! – dije un poco sorprendida.

– Verdi es un tren especial y sus vías,… son invisibles y viajan por el cielo. – me respondió con una sonrisa pícara en los labios.

Al poco rato noté como subíamos poco a poco hacía arriba como si estuviéramos en una montaña rusa. ¡Estábamos en unas vías invisibles surcando el cielo!

Vimos el mar con el precioso hotel el forma de vela y el puerto lleno de barcos. Luego fuimos hasta dónde estaba construyéndose la preciosa Sagrada Familia y la vimos desde el aire. ¡Era increíble! Aquellos picos nos señalaban con gracia y simpatía.

El tren nos condujo a ver también el maravilloso Park Güell. ¡Era mágico! Había tanto colorido, tantas formas diferentes en un espacio tan pequeño desde nuestra visión.

Cambiamos de dirección y al momento estábamos encima del laberinto de Horta descubriendo desde aire por dónde entrar y por dónde salir de aquel entresijo de arbustos altos.

Por último fuimos rápidamente al Tibidabo. Vimos las atracciones desde el cielo y mi dulce sobrino estaba tan impresionado con todo lo que estaba viendo, que apenas podía articular palabra.

– Tita,… ¿Podemos coger un libro para colorear? – dijo Paulo después de un rato.

– ¿Cuál te apetece?

Se fue a la librería y cogió un libro de números, los lápices de colores y nos tumbamos sobre la suave moqueta a colorear árboles, flores, tortugas, patos y gallinas.

Nos quedamos dormidos ambos. Al despertarme estábamos en el comedor de casa de Paulo y pensé que todo había sido un maravilloso sueño. Se despertó con los ojos llenos de luz y me dijo:

– ¡Tengo hambre! – sonreí y fui a la cocina a calentar los macarrones para comer.

– Paulo, vamos a lavarnos las manos.

Fuimos al baño. Abrí el agua y empezamos los dos a mojarnos las manos. Luego el jabón y luego nos las secamos en la toalla naranja que colgaba del toallero.

Estaba poniendo la mesa para comer los dos cuando Verdi salió rodando delante de mí.

– ¿Te ha gustado el viaje tita Fany?

– Mucho cariño pero creo que todo ha sido un bonito sueño. – le dije a Paulo que entristeció por un momento.

Al rato me miró con ojos iluminados y me dijo:

– ¿Has mirado en tu mochila tita?

– No cariño, no he mirado en mi mochila aún.

– Mira y verás,… – me dijo todo ilusionado.

Abrí mi mochila y allí estaba el ticket de tren que nos había David el revisor. ¡No era un sueño! Todo había sido muy real.

– Paulo,… es el billete de tren. ¡Todo es cierto! – le dije sorprendida y contenta.

– Si tita, si,… Verdi nos llevará juntos dónde nosotros queramos cuando queramos. Pero Verdi dice que tiene que ser un secreto entre yo, tú y él.

– ¡Muy bien peque! Dile a Verdi que eso está hecho. – le dije dándole la mano como si estuviéramos cerrando un trato entre tía y sobrino.

A partir de aquel día, hemos estado recorriendo pueblos, ciudades, regiones, países con Verdi el tren volador pero eso, como alguien dijo una vez, es otra historia.

 

 

 

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