INVASIÓN
DESDE DENTRO
Me pediste un tiempo
prestado,
suplicando asilo
político entre mis brazos.
Abrí la barrera sin
par
de mi embajada para
tu cobijo.
Pase por alto hasta
tu olor
embriagado de
oscuridad y distracción,
tu larga cola de
amantes,
en sin par
desagradable
que significaba estar
contigo.
¡Estabas en mi
territorio!
No podías herirme ni
hacerme daño.
‘No
bajes la guardia’ me decían,
‘¡No la
bajes jamás!’.
Pasó el tiempo y me
confié.
Poco a poco, dejé de
cargar
la escopeta por la
noche,
de acostarme con un
cuchillo
bajo la almohada, de
cerrar con alambrada
electrificada la
puerta de mi habitación.
¡No hacía falta
prevenir!
El torturado sigue
dormitando,
a solas, en su
alcoba.
Lágrimas de media
noche
llamaron a mi puerta.
Salí, casi sin ropa,
sin armadura
obligada,
a consolarle.
¡Un abrazo fue
suficiente!
¡Una historia fue
suficiente!
¡Su llanto fue
suficiente!
Bese la boca, mime
sus ojos,
acaricié por entero
todo
lo que jamás había saboreé.
Por la mañana en la
cama
ondeaba el rojo
encarnado de mi derrota.
Su abandono hizo
enorme su gran victoria.
¡Invadida desde
dentro!
Muerta por ser demasiado
débil.
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