martes, 24 de septiembre de 2013

NUEVO TRABAJO, NUEVO JEFE (relato)



Es complicado conseguir un trabajo e incluso cuando sólo es de seis meses, es para ir a celebrarlo con las amigas y así lo hice. Un cena de picoteo, risas, lambrusco y ganas de pasarlo bien. Cuando llegaron lo cafés para serenarnos y tener una conversación mas profunda, el asunto de los hombres salió como quien no quiere la cosa. Algunas empezaron por decir que el culo del camarero (un chico de unos treinta y pocos años) era perfecto para darle un buen mordisco. La otra decía que sus manos (medianas) trasmitían que sabían acariciar. La otra que sus ojos, de un tono color miel, eran tan hechizantes que se dejaría hacer cualquier cosa por él. Todo eran risas, todos eran carcajadas y el pobre camarero, sin darse cuenta de que era, en ese mismo instante, la perversión húmeda de un grupo de diez mujeres.

 

Segunda rondas de cafés y entonces Paula dijo que lo mejor en un hombre era su poder. Muchas empezaron a bromear con los poderes de los superhéroes (“Si, claro,… super rabo, jajajajajajajaja” se escuchó por la que estaba en esos momentos mas desfasada por la noche y el alcohol). Pero entonces nos aclaró lo que era para ella un hombre con poder: un jefe. (“¿Te has tirado a tu jefe Paula?” – sonaron tres voces a la vez formulando aquella pregunta). Paula dijo que si, pero no a su jefe actual. Nos confesó que hacía dos años entró a trabajar en una empresa y que su jefe,… era increíblemente irresistible. Que en la cena de la empresa, para navidad, se dejaron llevar y como su contrato estaba apunto de acabar,… hicieron el amor de forma salvaje. La primera vez en el coche, en el parking de la discoteca donde se celebraba la cena, luego en un hotel, después otra vez en el coche y todo durante aquella misma noche. (“¡Fue salvaje!” Nos confesó de forma que parecía estar recordándolo, volviéndolo a vivir y revivir mientras nos lo contaba humedeciendo no sólo su memoria y sus palabras).

 

La noche llegó a su fin y volvimos a casa todas contentas de haber pasado una noche de chicas entre risas.

 

El lunes primero, cuando empecé a trabajar, todo era nuevo (como siempre que empezaba un nuevo trabajo): mi mesa, mi ordenador, mi libreta para apuntar como poder acceder a varios programas entre ellos el correo, mis bolígrafos,… Los compañeros se fueron presentando a medida que necesitaban algo (era lo normal cuando se trabajaba en una oficina). Les importaba poco que fueras la nueva,… ¡Cada cual va a la suya! Y todo es urgente.

 

La mañana pasó rápida y, a la hora de comer, fui al restaurante de al lado de la empresa pues, como no sabía si había comedor o si se podría comer allí, pensaba pedir un bocadillo y comérmelo en el coche. Cuando volvía del coche, después de comer sola, la puerta de la empresa se había cerrado. A la hora de comer, si quedaba alguien dentro o no, yo no lo sabía. Cuando estaba a punto de irme al coche hasta la hora de tener que entrar un hombre llegó a la puerta y la abrió:

 

-        ¿Eres la nueva? – dijo con aire desenfadado, casi amistoso.

-        Si,… lo soy. – no sabía quien era y pensé que una respuesta corta sería lo mejor.

-        Me llamo Fernando. Soy tu jefe – lo dijo como si estuviera contando un chiste y me reí.

 

Entramos los dos dentro de la empresa y no había nadie. Todo el mundo estaba en el comedor. Yo no sabía si podía volver a mi mesa o no y el me dijo con la mano que entrara si quería y fuera haciendo.

 

Fernando no parecía el típico jefe: pelo negro, no muy corto, con alguna cana tan disimulada que parecía que ni tenía, ojos marrón oscuro casi negros, cuerpo atlético, alto, fuerte, con manos grandes. Vestía informal: camisa azul celeste, pantalón tejano oscuro, zapatos negros y cinturón a juego. No se cuanto podría tener pero no aparentaba mas de treinta y pocos (cuando luego mi compañera me dijo que tenía cuarenta y cinco ni me podía creer. Se conservaba muy bien). Parecía una persona agradable pese a tener el cargo que tenía (que aún no sabía exactamente cual era).

 

Volvieron todos del comedor y empezó la jornada de tarde (es lo que tiene tener horario de oficina).

 

Las cuatro horas siguientes fueron como las de por la mañana y pude irme a casa sin tener la sensación de que había metido mucho la pata.

 

Al día siguiente llegué más temprano ya con mi fiambrera para poder dejarla en la nevera del comedor y cuando llegué a mi sitio, mi jefe ya estaba en su despacho. Le dije el típico “¡Bueno Días!” de rigor que el respondió de forma correcta con otro igual y me senté en mi mesa a encender mi ordenador. Cuando estaba a punto de introducir la clave de acceso para entrar al correo y al programa, se acercó Fernando a mi mesa y me pedió unos listados. Vestía un elegante traje negro con vetas en gris oscuro, camisa granate y una corbata de tonos gris marengo con reflejos rojizos muy sutiles que parecían deslumbrar cuando se movía a un lado y a otro. Mientras los sacaba el esperaba delante de mi mesa, donde estaba la impresora y no se como, mi mirada se fue a posar en el bulto de su entrepierna. ¡No podía ser! Si todo aquello era lo que parecía ser aquel hombre era el más bien dotado que había conocido en toda mi vida. Me sonrojé y deseé que el no se diera cuenta ni de mi rubor ni me mi mirada nada decorosa. Si Fernando se dio cuenta o no, fue todo un caballero y no me lo dijo. Recogió sus listados, me dio las gracias, se fue a su despacho y cuando todo el mundo ya había ocupado más su menos su sitio en sus mesas, se fue.

 

Para mí esa mañana fue horrible y no a nivel de trabajo. No podía quitarme de la cabeza el paquete de mi jefe y sólo el hecho de pensar que todo aquel bulto era en reposo, me excitaba aún más. ¿Qué me estaba pasando? Yo nunca había mirado el culo de un tío y menos su paquete. Siempre abogaba que una bonita mirada, que unas grandes manos eran lo mejor en un hombre. Pero ante un abultado pantalón de vestir, mi cuerpo se reveló de tal manera, que no podía apartar, su gran pene entelado, de mi mente. Mi cuerpo se estremecía entre pensamientos nada decorosos y mi mente no paraba de repetirme una y otra vez: descubre la verdad, comprueba si es verdad, disfruta de las vistas y déjate llevar.

 

Llegó la hora de comer, baje al comedor y comí muy rápido. No se como pero tenía que averiguar si aquel bulto era todo miembro o fantasía de mi mente que no se como ardía por descubrir la verdad.

 

Subí rápido a mi puesto de trabajo pero no me quedé en mi mesa sino que me metí en el cuarto de baño de los chicos a esperar poder comprobar mis sospechas. Había tres baños con puerta y me metí en el del medio con la puerta cerrada. Había pasado una media hora larga cuando unos pasos de zapatos de vestir se colaron en el baño de al lado. Me subí a la taza del baño donde yo estaba y me asome con cuidado de no ser vista. ¡Era Fernando! Y todo aquello que ocultaba su pantalón era real en reposo. Mas de veinte centímetros de pene que llamaban a ser devorados de principio a fin. ¡No podía creerlo! Mis braguitas se humedecieron con aquella visión. Salió y al rato, sin ser vista por nadie, salí yo. Volví a mi mesa para empezar la jornada de tarde pero no podía concentrarme.

 

Pasó el día y era consciente de que no había dado pie con bola durante todo el día. Toda mi vida laboral se iba a ir a la mierda por culpa de un miembro descomunal que sólo había podido imaginar en mis sueños más ardientes y que ahora, al descubrir que existía no podía apartar de mi mente sin haberlos sentido dentro de mí. Odié a Paula y sus palabras del día de la cena donde decía que era genial y morbosamente excitante con un jefe. Yo tenía al jefe con la más grande espada jamás imaginada por una mujer ardorosa pero no podía jugarme mi puesto por mi mala cabeza, por mis fantasías de hembra apasionada.

 

El día siguiente quise concéntrame y hacer bien mi trabajo, pero Fernando me requirió en su despacho para organizar una reunión que tenía por la tarde. Me senté en su mesa y él me fue pidiendo todo lo que necesitaba. La puerta estaba cerrada y las cortinas medio entreabiertas. Si tenerle en la mente había sido una tortura ardiente aquella noche pasada, tenerlo ahí, en vivo y en directo, con olor, con forma, con todo su esplendor de macho encerrado bajo una cremallera a escasos centímetros de mí fue francamente horrible. Al final le pedí disculpas y salí de su despacho apresuradamente hacia el baño. Necesitaba mojarme la cara con agua helada, despejarme, tratar de hacer lo imposible para concentrarme y dejar de verle como un hombre deseable. Toda aquella situación morbosa sólo estaba en mi mente me repetía una y otra y otra vez. Entró en el baño preocupado:

 

-        ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?

 

No sabía si decirle la verdad y que pensara que era una loca o callarme y demostrarle con mi silencio que mi locura era cierta. Al final hice lo que tenía que hacer:

 

-        Creo que no estoy preparada para este trabajo.

 

-        ¿Por qué? Si sólo llevas tres días,… ¿Cómo puedes decir eso?

 

-        Fernando, nunca creí que diría esto pero… me siento atraída por tu sexo. El otro día me colé en el baño de hombres pues desde que vi tu entrepierna abultada,… no podía dejar de pensar si era verdadero todo lo que escondía tu bragueta. No soy una fulana, ni una ninfómana, ni tampoco una loca aunque seguro que es lo primero que se te ha venido a la mente cuando te he empezado a hablar. – sonrió cortésmente – No puedo concéntrame y he perdido el norte.

 

-        ¿Crees que lo recobrarás si deja el trabajo?

 

-        No lo sé pero al menos,… no me sentiré como una quinceañera que sólo desea ver a su artista favorito pues en mi caso ni tengo quince ni se trata de un amor platónico sino de un deseo que no puedo controlar y me voy a volver loca,… pero de verás. 

 

Hubo un silencio tremendamente largo al cual siguió una mano de Fernando cogiendo la mía. Me dejé llevar y entramos en su despacho. Cerró la puerta. Cerró las cortinas. Acarició mi piel por encima de mi ropa y sentí como un orgasmo me mojaba por entero mi sexo. Su boca se acercó a la mía y empezó a besarme lleno de ternura ardiente. Sus manos abrieron mi blusa de golpe dejando ver mi sujetador blanco. Bajo las copas para mordisquear mis pezones. Yo deseaba más. Me levantó la falda para arrancar mis bragas de golpe. Me tumbó en su mesa apartando de un manotazo, como en las películas, todo lo que en ella había. Bajó su bragueta y pude contemplar su berga tremendamente erecta. ¡Era inmensa! Deliciosas a más no poder y deseaba más que nunca tenerla dentro. Me la metió de un empujón sin pensarlo. Me empezó a follar y creí perder la vida por el placer que me proporcionaba aquel pene tan tremendo. Me folló hasta dejarme sin aliento. Cuando yo pensaba que ya no podía más, me dio la vuelta y me la metió por el ano. ¡Fue doloroso! Pero el dolor duró muy poco. Su mano se deslizo por mi clítoris mientras el seguía penetrándome analmente, moviendo tan acompasadamente, tan virilmente que me daba un placer extremo jamás imaginado.

 

Acabé casi sin sentido. Jamás, jamás, absolutamente jamás me habían follado de aquella manera y de forma tan inmensamente placentera. Cuando pudimos hablar me dijo que por el bien de ambos, debía abandonar el trabajo pero que un amigo estaba buscando a una administrativa y que, si me parecía bien, podría hacer para que me tuvieran en cuenta.

 

Dejé el trabajo y empecé a trabajar en la empresa de su amigo. Después, cuando acababa nuestro trabajo, iba en su busca y follábamos como posesos en su despacho como la primera vez pero más intensamente.

 

A veces cuesta decidirse entre un trabajo y un hombre, pero si este tiene palabras mayores no sólo entre las piernas sino en el pecho, justo en el corazón, la decisión está tomada. No somos novios, ni amantes, ni tenemos ningún calificativo para nadie. Somos él y yo,… y mucho placer disfrutado hasta la extenuación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario