Es complicado conseguir un trabajo e incluso
cuando sólo es de seis meses, es para ir a celebrarlo con las amigas y así lo
hice. Un cena de picoteo, risas, lambrusco y ganas de pasarlo bien. Cuando
llegaron lo cafés para serenarnos y tener una conversación mas profunda, el
asunto de los hombres salió como quien no quiere la cosa. Algunas empezaron por
decir que el culo del camarero (un chico de unos treinta y pocos años) era
perfecto para darle un buen mordisco. La otra decía que sus manos (medianas)
trasmitían que sabían acariciar. La otra que sus ojos, de un tono color miel,
eran tan hechizantes que se dejaría hacer cualquier cosa por él. Todo eran
risas, todos eran carcajadas y el pobre camarero, sin darse cuenta de que era,
en ese mismo instante, la perversión húmeda de un grupo de diez mujeres.
Segunda rondas de cafés y entonces Paula
dijo que lo mejor en un hombre era su poder. Muchas empezaron a bromear con los
poderes de los superhéroes (“Si, claro,… super rabo, jajajajajajajaja” se
escuchó por la que estaba en esos momentos mas desfasada por la noche y el
alcohol). Pero entonces nos aclaró lo que era para ella un hombre con poder: un
jefe. (“¿Te has tirado a tu jefe Paula?” – sonaron tres voces a la vez
formulando aquella pregunta). Paula dijo que si, pero no a su jefe actual. Nos
confesó que hacía dos años entró a trabajar en una empresa y que su jefe,… era
increíblemente irresistible. Que en la cena de la empresa, para navidad, se
dejaron llevar y como su contrato estaba apunto de acabar,… hicieron el amor de
forma salvaje. La primera vez en el coche, en el parking de la discoteca donde
se celebraba la cena, luego en un hotel, después otra vez en el coche y todo
durante aquella misma noche. (“¡Fue salvaje!” Nos confesó de forma que parecía
estar recordándolo, volviéndolo a vivir y revivir mientras nos lo contaba
humedeciendo no sólo su memoria y sus palabras).
La noche llegó a su fin y volvimos a casa
todas contentas de haber pasado una noche de chicas entre risas.
El lunes primero, cuando empecé a trabajar,
todo era nuevo (como siempre que empezaba un nuevo trabajo): mi mesa, mi
ordenador, mi libreta para apuntar como poder acceder a varios programas entre
ellos el correo, mis bolígrafos,… Los compañeros se fueron presentando a medida
que necesitaban algo (era lo normal cuando se trabajaba en una oficina). Les
importaba poco que fueras la nueva,… ¡Cada cual va a la suya! Y todo es
urgente.
La mañana pasó rápida y, a la hora de comer,
fui al restaurante de al lado de la empresa pues, como no sabía si había
comedor o si se podría comer allí, pensaba pedir un bocadillo y comérmelo en el
coche. Cuando volvía del coche, después de comer sola, la puerta de la empresa
se había cerrado. A la hora de comer, si quedaba alguien dentro o no, yo no lo
sabía. Cuando estaba a punto de irme al coche hasta la hora de tener que entrar
un hombre llegó a la puerta y la abrió:
-
¿Eres la nueva? – dijo con aire desenfadado, casi amistoso.
-
Si,… lo soy. – no sabía quien era y pensé que una respuesta
corta sería lo mejor.
-
Me llamo Fernando. Soy tu jefe – lo dijo como si estuviera
contando un chiste y me reí.
Entramos los dos dentro de la empresa y no
había nadie. Todo el mundo estaba en el comedor. Yo no sabía si podía volver a
mi mesa o no y el me dijo con la mano que entrara si quería y fuera haciendo.
Fernando no parecía el típico jefe: pelo
negro, no muy corto, con alguna cana tan disimulada que parecía que ni tenía,
ojos marrón oscuro casi negros, cuerpo atlético, alto, fuerte, con manos grandes.
Vestía informal: camisa azul celeste, pantalón tejano oscuro, zapatos negros y
cinturón a juego. No se cuanto podría tener pero no aparentaba mas de treinta y
pocos (cuando luego mi compañera me dijo que tenía cuarenta y cinco ni me podía
creer. Se conservaba muy bien). Parecía una persona agradable pese a tener el
cargo que tenía (que aún no sabía exactamente cual era).
Volvieron todos del comedor y empezó la
jornada de tarde (es lo que tiene tener horario de oficina).
Las cuatro horas siguientes fueron como las
de por la mañana y pude irme a casa sin tener la sensación de que había metido
mucho la pata.
Al día siguiente llegué más temprano ya con
mi fiambrera para poder dejarla en la nevera del comedor y cuando llegué a mi
sitio, mi jefe ya estaba en su despacho. Le dije el típico “¡Bueno Días!” de
rigor que el respondió de forma correcta con otro igual y me senté en mi mesa a
encender mi ordenador. Cuando estaba a punto de introducir la clave de acceso
para entrar al correo y al programa, se acercó Fernando a mi mesa y me pedió
unos listados. Vestía un elegante traje negro con vetas en gris oscuro, camisa
granate y una corbata de tonos gris marengo con reflejos rojizos muy sutiles
que parecían deslumbrar cuando se movía a un lado y a otro. Mientras los sacaba
el esperaba delante de mi mesa, donde estaba la impresora y no se como, mi
mirada se fue a posar en el bulto de su entrepierna. ¡No podía ser! Si todo
aquello era lo que parecía ser aquel hombre era el más bien dotado que había
conocido en toda mi vida. Me sonrojé y deseé que el no se diera cuenta ni de mi
rubor ni me mi mirada nada decorosa. Si Fernando se dio cuenta o no, fue todo
un caballero y no me lo dijo. Recogió sus listados, me dio las gracias, se fue
a su despacho y cuando todo el mundo ya había ocupado más su menos su sitio en
sus mesas, se fue.
Para mí esa mañana fue horrible y no a nivel
de trabajo. No podía quitarme de la cabeza el paquete de mi jefe y sólo el
hecho de pensar que todo aquel bulto era en reposo, me excitaba aún más. ¿Qué
me estaba pasando? Yo nunca había mirado el culo de un tío y menos su paquete.
Siempre abogaba que una bonita mirada, que unas grandes manos eran lo mejor en
un hombre. Pero ante un abultado pantalón de vestir, mi cuerpo se reveló de tal
manera, que no podía apartar, su gran pene entelado, de mi mente. Mi cuerpo se
estremecía entre pensamientos nada decorosos y mi mente no paraba de repetirme
una y otra vez: descubre la verdad, comprueba si es verdad, disfruta de las
vistas y déjate llevar.
Llegó la hora de comer, baje al comedor y
comí muy rápido. No se como pero tenía que averiguar si aquel bulto era todo miembro
o fantasía de mi mente que no se como ardía por descubrir la verdad.
Subí rápido a mi puesto de trabajo pero no
me quedé en mi mesa sino que me metí en el cuarto de baño de los chicos a
esperar poder comprobar mis sospechas. Había tres baños con puerta y me metí en
el del medio con la puerta cerrada. Había pasado una media hora larga cuando
unos pasos de zapatos de vestir se colaron en el baño de al lado. Me subí a la
taza del baño donde yo estaba y me asome con cuidado de no ser vista. ¡Era
Fernando! Y todo aquello que ocultaba su pantalón era real en reposo. Mas de
veinte centímetros de pene que llamaban a ser devorados de principio a fin. ¡No
podía creerlo! Mis braguitas se humedecieron con aquella visión. Salió y al
rato, sin ser vista por nadie, salí yo. Volví a mi mesa para empezar la jornada
de tarde pero no podía concentrarme.
Pasó el día y era consciente de que no había
dado pie con bola durante todo el día. Toda mi vida laboral se iba a ir a la
mierda por culpa de un miembro descomunal que sólo había podido imaginar en mis
sueños más ardientes y que ahora, al descubrir que existía no podía apartar de
mi mente sin haberlos sentido dentro de mí. Odié a Paula y sus palabras del día
de la cena donde decía que era genial y morbosamente excitante con un jefe. Yo
tenía al jefe con la más grande espada jamás imaginada por una mujer ardorosa
pero no podía jugarme mi puesto por mi mala cabeza, por mis fantasías de hembra
apasionada.
El día siguiente quise concéntrame y hacer
bien mi trabajo, pero Fernando me requirió en su despacho para organizar una
reunión que tenía por la tarde. Me senté en su mesa y él me fue pidiendo todo
lo que necesitaba. La puerta estaba cerrada y las cortinas medio entreabiertas.
Si tenerle en la mente había sido una tortura ardiente aquella noche pasada,
tenerlo ahí, en vivo y en directo, con olor, con forma, con todo su esplendor
de macho encerrado bajo una cremallera a escasos centímetros de mí fue
francamente horrible. Al final le pedí disculpas y salí de su despacho
apresuradamente hacia el baño. Necesitaba mojarme la cara con agua helada,
despejarme, tratar de hacer lo imposible para concentrarme y dejar de verle
como un hombre deseable. Toda aquella situación morbosa sólo estaba en mi mente
me repetía una y otra y otra vez. Entró en el baño preocupado:
-
¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
No sabía si decirle la verdad y que pensara
que era una loca o callarme y demostrarle con mi silencio que mi locura era
cierta. Al final hice lo que tenía que hacer:
-
Creo que no estoy preparada para este trabajo.
-
¿Por qué? Si sólo llevas tres días,… ¿Cómo puedes decir eso?
-
Fernando, nunca creí que diría esto pero… me siento atraída por
tu sexo. El otro día me colé en el baño de hombres pues desde que vi tu
entrepierna abultada,… no podía dejar de pensar si era verdadero todo lo que
escondía tu bragueta. No soy una fulana, ni una ninfómana, ni tampoco una loca
aunque seguro que es lo primero que se te ha venido a la mente cuando te he
empezado a hablar. – sonrió cortésmente – No puedo concéntrame y he perdido el
norte.
-
¿Crees que lo recobrarás si deja el trabajo?
-
No lo sé pero al menos,… no me sentiré como una quinceañera que
sólo desea ver a su artista favorito pues en mi caso ni tengo quince ni se
trata de un amor platónico sino de un deseo que no puedo controlar y me voy a
volver loca,… pero de verás.
Hubo un silencio tremendamente largo al cual
siguió una mano de Fernando cogiendo la mía. Me dejé llevar y entramos en su
despacho. Cerró la puerta. Cerró las cortinas. Acarició mi piel por encima de
mi ropa y sentí como un orgasmo me mojaba por entero mi sexo. Su boca se acercó
a la mía y empezó a besarme lleno de ternura ardiente. Sus manos abrieron mi
blusa de golpe dejando ver mi sujetador blanco. Bajo las copas para mordisquear
mis pezones. Yo deseaba más. Me levantó la falda para arrancar mis bragas de
golpe. Me tumbó en su mesa apartando de un manotazo, como en las películas,
todo lo que en ella había. Bajó su bragueta y pude contemplar su berga
tremendamente erecta. ¡Era inmensa! Deliciosas a más no poder y deseaba más que
nunca tenerla dentro. Me la metió de un empujón sin pensarlo. Me empezó a
follar y creí perder la vida por el placer que me proporcionaba aquel pene tan
tremendo. Me folló hasta dejarme sin aliento. Cuando yo pensaba que ya no podía
más, me dio la vuelta y me la metió por el ano. ¡Fue doloroso! Pero el dolor
duró muy poco. Su mano se deslizo por mi clítoris mientras el seguía
penetrándome analmente, moviendo tan acompasadamente, tan virilmente que me
daba un placer extremo jamás imaginado.
Acabé casi sin sentido. Jamás, jamás,
absolutamente jamás me habían follado de aquella manera y de forma tan
inmensamente placentera. Cuando pudimos hablar me dijo que por el bien de
ambos, debía abandonar el trabajo pero que un amigo estaba buscando a una
administrativa y que, si me parecía bien, podría hacer para que me tuvieran en
cuenta.
Dejé el trabajo y empecé a trabajar en la
empresa de su amigo. Después, cuando acababa nuestro trabajo, iba en su busca y
follábamos como posesos en su despacho como la primera vez pero más
intensamente.
A veces cuesta decidirse entre un trabajo y
un hombre, pero si este tiene palabras mayores no sólo entre las piernas sino
en el pecho, justo en el corazón, la decisión está tomada. No somos novios, ni
amantes, ni tenemos ningún calificativo para nadie. Somos él y yo,… y mucho
placer disfrutado hasta la extenuación.
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