FOTOGRAFÍA
El disparo fue certero
(entre los dos ojos nada menos).
Todo se quedó en silencio.
Nadie corría.
Nadie gritaba.
Nadie lloraba.
Nadie llamaba
a las fuerzas del orden.
¡Estaban demasiado
acostumbrados a la muerte!
Recordé a Becquer
(no venía a cuento, lo sabía,
mas no estaba de más
uno de sus versos:
¡Que solos se
quedan los muertos!).
Pensé también en
García Lorca,
en su forma de decir adiós sin querer,
en el poema ‘El poeta dice la verdad’
(… ‘Que lo que me
des y no te pida
será para la muerte,
que no deja
ni sombra por la
carne estremecida’).
Entonces le vi a él,
un reportero que estaba
en el lugar adecuado
en el momento idóneo.
¡Ellos no pensaron lo mismo!
Ahora si se corría.
Ahora si se gritaba.
Ahora las gotas de sudor empapaban
los rostros de los jueces del arma empuñada.
Las fuerzas del orden corrían
pero no le socorrieron.
¡No se podía saber la verdad!
Ese era el peor delito.
Bajé la mirada para no contemplar su final
(llevaba demasiado tiempo allí:
me había contaminado de insolidaridad).
Federico me susurró
al oído todo su bello poema:
‘Quiero llorar mi
pena y te lo digo
para que tú me
quieras y me llores
en un anochecer de ruiseñores
con un puñal, con besos y contigo.
en un anochecer de ruiseñores
con un puñal, con besos y contigo.
Quiero matar al
único testigo
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.
para el asesinato de mis flores
y convertir mi llanto y mis sudores
en eterno montón de duro trigo.
Que no se acabe
nunca la madeja
del te quiero me quieres, siempre ardida
con día, grito, sal y luna vieja:
del te quiero me quieres, siempre ardida
con día, grito, sal y luna vieja:
Que lo que me des
y no te pida
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida’.
será para la muerte, que no deja
ni sombra por la carne estremecida’.
Le giré la cara al hombre allí tieso
y entre miles de rumores
le dije a Gustavo,…
‘Tienes razón viejo amigo:
¡Que solos se quedan los muertos!’
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