miércoles, 2 de julio de 2014

VOLVER (relato)





Un divorcio siempre te hace perder un poco la confianza. Sobretodo si es tu pareja la que rompe la relación porque está con otra chica mucho más joven que tú. Esa sensación como si una losa te hubiera caído desde el cielo, oprimiendo hasta las ganas de vivir, se desploma sobre ti como una jarra de agua fría (con el tiempo, y os puedo asegurar que para mí fue mucho, mucho tiempo, pude volver a mirar a mi ex a la cara por mis hijos).

Había pasado ya un año de mi divorcio cuando Mónica, una gran amiga mía, viajó desde Guinea a España para que nos viéramos durante sus vacaciones. Nada más aterrizar en el aeropuerto, descolgó el móvil y me dijo: ‘¡Quiero verte a la voz de ya!’

Enseguida quedamos en un Frankfurt para merendar con nuestros hijos y ponernos al día de nuestras cosas. Mónica siempre fue un bálsamo de aire fresco para mí. Una mujer que había ido en busca de sus sueños hasta Guinea y lo había conseguido. Al escucharla, al oírla, una volvía a sentirse otra vez fuerte y joven pues destilaba energía por los cuatro costados.

Al día siguiente, como empezaban las rebajas, me propuso que nos fuéramos con un par de amigas y nosotras dos, de Shopping. No tenía con quien dejar a los niños y ella me dijo que no me preocupara de nada. Que llamaría a una canguro. Lo cierto es que nunca había dejado a mis hijos con un extraño pero necesitaba salir y divertirme en plan chicas. Llevaba años sin hacerlo y aunque fuera sólo de compras, era algo que me pedía el cuerpo y la mente.

A las nueves de la mañana ya estábamos desayunando en una cafetería Mónica, Encarna, Maika, Marta y yo. Hacía mucho que no las veía y fue una grata sorpresa.

Desayunamos entre risas, recuerdos de fiestas locas de cuando teníamos dieciséis, dieciocho, veinte,… Aquella sesión de “risoterapia” improvisada me vino la mar de bien.

Cogimos un coche y nos fuimos las cinco a un maxi centro comercial a “quemar” la tarjeta de crédito. Fue genial ir de acá para allá, mirando ropa, probando perfumes, curioseando bisutería y complementos.

Después de varias horas, nos sentamos a comer. De nuevo un nuevo curso acelerado de “alegría de vivir” que sin saber como ni porque no, era lo que necesitaba sin saberlo desde hacía mucho.

‘¡¡¡Tenemos que comprarnos ropa interior!!!’ soltó Mónica de golpe mientras tomábamos el café. Yo acababa de tomar el primer sorbito de mi cortado y de lo improvisado e impetuoso de la proposición, me atoré y todo. Le dije que si quería matarme con un cuchillo era mas rápido pues me puse morada del atragantamiento. Ella me dijo que desde cuando no me compraba algo sexy para seducir a un hombre. Francamente de eso hacía mucho. Apuré mi café y me alcé con un sonoro: ‘¡¡¡Pues vamos!!!’

Nos dirigimos a una de las tiendas de lencería con un toque tan picante como morboso: ligueros, corpiños, medias, braguitas abiertas por el medio, mini shorts con cremallera para no llevar ropa interior. ¡Madre mía! Jamás me había puesto nada de aquello ni siquiera lo había visto mas allá de las películas de Moulin Rouge o de Chicago. Todas empezamos a bromear, a mirarnos por debajo de las blusas de forma graciosa y divertida. La dependienta, una chica joven de no más de veintipocos años, nos miraba más que sorprendida que mujeres de cuarenta y tantos estuvieran interesadas en aquel tipo de productos. Eran las tres y poco de la tarde. No había mucha gente en el centro comercial y en aquella tienda,… sólo nosotras. En una de estas que yo me probé un conjunto irreverente, desvergonzado, prácticamente morboso en cada toque que lo remataba. Era como una especie de salto de cama en el que los pechos no estaban tapados sino completamente expuestos sin tela que los protegiera y unas braguitas que literalmente decían: ‘mírame los labios’. Salí de la cortinilla y sin ningún pudor, me puse delante de mis amigas y la dependienta de esta guisa, tapando mis pezones con mis dedos de forma inocente. Cuando me vieron, alucinaron.

-         ¡Así queremos verte! Sin miedo a mostrarte. – me dijeron las cuatro a la vez.

Mis ojos se humedecieron un poco por el recuerdo nefasto de la separación y justo en el momento que una lágrima se precipitaba vertiginosamente a mi mirada, mis ojos se posaron en la puerta de la tienda donde había más de diez chicos mirándome directamente con los ojos como platos. ¿Cuánto tiempo llevaban allí? Me quedé petrificada. No pude decirle a mis amigas que se dieran la vuelta, ni pude salir corriendo a refugiarme de ellos. No podía moverme. Podía observarles a todos a cada uno de ellos, con sus ojos inflamados tanto como los bultos que empezaban a marcarse en sus pantalones.

La primera que se dio cuenta de los espectadores fue la dependienta que acudió hacía a mi con un ‘¡Cuidado!’ en los labios y una bata en sus manos tapando así mi cuerpo. Mientras yo me dirigía a los probadores, mis amigas se dieron la vuelta. Cuando salí muerta ahora si de vergüenza, me dijeron: ‘¡Nos vamos a una fiesta!’. Yo pensaba que estaban de coña, pero pagamos lo que habíamos comprado de lencería, y nos fuimos de allí en una dirección que yo no conocía.

Entramos en lo que parecía un bar musical dejando las bolsas en el coche. Todo estaba muy oscuro pese a que a fuera, sólo eran las cinco de la tarde o poco más. La música era sensual, dulce, chill out para relajar los cuerpos y disfrutar del momento.

Había poca gente bailando pero mucha en el interior. Pidieron mojitos y mientras disfrutábamos del dulzor a menta, algo me sorprendió: ¡Todos estaban allí! Todos aquellos rostros masculinos sin nombre que me habían contemplado semi desnuda en la tienda estaban allí, juntos, como si pertenecieran a un mismo grupo o a una misma empresa. ¿Qué estaba pasando? ¡No entendía nada! Me puse muy nerviosa.

Me acerqué a Mónica y le dije que me iba a casa, que cogía un taxi. Me sentía avergonzada y tenía que escapar de allí.

-         No niña no. ¡Tú te quedas! Ya es hora de que disfrutes del momento. Ahí tienes doce hombres que se han puesto duros mirándote. Tu eliges con quien te vas, con quien te quedas, a quien te gustaría mostrar algo un poco más de tus encantos. ¡Se acabó de pensar en Pablo (mi ex)! Eres preciosa y ya es hora de que te líes la manta a la cabeza.

Podía haber protestado. Podía haberme ido. Mas cuando los vi mirándome con aquellos ojos inflamados de deseo, hasta yo me había excitado un poco.

Me solté el pelo y me lancé a la pista. Empecé a dejarme acariciar por la música lenta y pausadamente por sus ritmos cargados de sensualidad. Al poco tiempo, los tenía a los doce, rodeándome como si un corrillo se tratara, mirándome tan excitados como antes o más. Me fui acercando uno a uno, dirigida por la música, acompañados por sus movimientos. Ellos, como si hubieran escuchado a Mónica, me daban paso el uno a otro bailando cada uno un rato conmigo, dejándome elegir el elegido. ¡Era muy duro! Todos eran deliciosamente apetecibles. Unos por sus manos, otros por sus bocas, muchos por sus cuellos, todos por sus ojos inyectados de deseo. Poco a poco, como guiados aun no sé por que, nos fuimos acercando a un lugar que parecía un reservado para bailar resguardados por una tela, de las miradas de fuera. Entramos los doce, moviéndonos pausadamente nuestros cuerpos.

No sé como empezó pero uno de ellos, me besó, mientras otro se aferraba a mi cintura acariciando mis brazos. Por un momento, todas las manos querían desnudarme a la vez. Había en el centro del privado como una especie de mesa de tela y una vez no llevaba ropa encima, me tumbaron sobre ella para contemplarme todos un instante. ¡No tenía miedo! Mientras se quitaban sus ropas, me miraban con deseo. Se acercó uno y empezó a mordisquear mi pecho derecho. Otro hizo lo mismo con el izquierdo. Otro bajó a mi cintura, y empezó a besar y lamer mi ombligo. Alguien me chupaba los pies (dos más). Todo estaba impregnado de un deseo silencioso, de una lascivia infinita que lo cubría todo dejándome libre por fin de mis antiguos temores. Agradecida, me puse arrodillada sobre aquella mesa de tela y me incliné a lamer el miembro del que estaba frente a mí. Con mis manos alcancé uno con cada una, y mientras saboreaba el sexo de uno con mi lengua, con mis labios, proporcionaba caricias sexuales a dos más de ellos. Estaba casi a cuatro patas, pero todos esperaban que fuera yo la que diera los pasos para satisfacerlos a todos. Me alejé de mi chico central al que había deleitado con mi boca. Soltó el miembro de los otros dos y me di la vuelta, rozando mi trasero con su duro sexo, dándole así permiso para que me penetrara. Me introdujo su verga lentamente. Gozaba con aquella delicadeza lubrica que me estaba proporcionando. Otro hombre frente a mí diferente, y en plena posesión de mis interiores, me recliné y le dedique mis primeras caricias bucales con tiento, con calma, deseando oír sus gemidos. Alcancé dos miembros de otros dos hombres distintos con mis manos y empecé a masturbarles. Podía ver como el resto, se tocaba esperando ansiosamente su turno. Uno a uno fueron probando mi boca, luego mi sexo. Todos me volvieron loca con sus movimientos pausados, con su delicadeza, con esperar su turno a deleitarme desde dentro. Yo, no podía hacer otra cosa que derramarme una y otra vez para ellos que gozaban viéndome gozar. Ninguno de ellos se derramó dentro de mí. Cuando todos hubieron gozado de su momento, se acercaron a mí con sus miembros deseosos, y mientras yo me masturbaba para ellos, ellos hicieron lo mismo bañándome entera por el semen de sus miembros. ¡Fue increíble! Jamás en la vida había disfrutado como aquella vez. ¡Era hermosa! ¡Era deseada! Y toda aquella represión de doce meses angustiosos de dudas sobre mi feminidad, sobre mi sensualidad, sobre mi poder de hembra, se había disipado con cada uno de ellos.

¡Era mujer! ¡Era bella! ¡Era ardiente! ¡Era deseable! ¡ESTABA VIVA! E iba a disfrutar todo lo que no lo había hecho hasta entonces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario