Un divorcio
siempre te hace perder un poco la confianza. Sobretodo si es tu pareja la que
rompe la relación porque está con otra chica mucho más joven que tú. Esa
sensación como si una losa te hubiera caído desde el cielo, oprimiendo hasta
las ganas de vivir, se desploma sobre ti como una jarra de agua fría (con el
tiempo, y os puedo asegurar que para mí fue mucho, mucho tiempo, pude volver a
mirar a mi ex a la cara por mis hijos).
Había pasado ya
un año de mi divorcio cuando Mónica, una gran amiga mía, viajó desde Guinea a
España para que nos viéramos durante sus vacaciones. Nada más aterrizar en el
aeropuerto, descolgó el móvil y me dijo: ‘¡Quiero
verte a la voz de ya!’
Enseguida
quedamos en un Frankfurt para merendar con nuestros hijos y ponernos al día de
nuestras cosas. Mónica siempre fue un bálsamo de aire fresco para mí. Una mujer
que había ido en busca de sus sueños hasta Guinea y lo había conseguido. Al
escucharla, al oírla, una volvía a sentirse otra vez fuerte y joven pues
destilaba energía por los cuatro costados.
Al día
siguiente, como empezaban las rebajas, me propuso que nos fuéramos con un par
de amigas y nosotras dos, de Shopping. No tenía con quien dejar a los niños y
ella me dijo que no me preocupara de nada. Que llamaría a una canguro. Lo
cierto es que nunca había dejado a mis hijos con un extraño pero necesitaba
salir y divertirme en plan chicas. Llevaba años sin hacerlo y aunque fuera sólo
de compras, era algo que me pedía el cuerpo y la mente.
A las nueves de
la mañana ya estábamos desayunando en una cafetería Mónica, Encarna, Maika,
Marta y yo. Hacía mucho que no las veía y fue una grata sorpresa.
Desayunamos entre risas, recuerdos de fiestas locas de cuando teníamos dieciséis, dieciocho, veinte,… Aquella sesión de “risoterapia” improvisada me vino la mar de bien.
Cogimos un coche
y nos fuimos las cinco a un maxi centro comercial a “quemar” la tarjeta de
crédito. Fue genial ir de acá para allá, mirando ropa, probando perfumes,
curioseando bisutería y complementos.
Después de
varias horas, nos sentamos a comer. De nuevo un nuevo curso acelerado de
“alegría de vivir” que sin saber como ni porque no, era lo que necesitaba sin
saberlo desde hacía mucho.
‘¡¡¡Tenemos que comprarnos ropa interior!!!’ soltó Mónica de golpe mientras tomábamos el café. Yo acababa de
tomar el primer sorbito de mi cortado y de lo improvisado e impetuoso de la
proposición, me atoré y todo. Le dije que si quería matarme con un cuchillo era
mas rápido pues me puse morada del atragantamiento. Ella me dijo que desde
cuando no me compraba algo sexy para seducir a un hombre. Francamente de eso
hacía mucho. Apuré mi café y me alcé con un sonoro: ‘¡¡¡Pues vamos!!!’
Nos dirigimos a
una de las tiendas de lencería con un toque tan picante como morboso: ligueros,
corpiños, medias, braguitas abiertas por el medio, mini shorts con cremallera
para no llevar ropa interior. ¡Madre mía! Jamás me había puesto nada de aquello
ni siquiera lo había visto mas allá de las películas de Moulin Rouge o de Chicago.
Todas empezamos a bromear, a mirarnos por debajo de las blusas de forma
graciosa y divertida. La dependienta, una chica joven de no más de veintipocos
años, nos miraba más que sorprendida que mujeres de cuarenta y tantos
estuvieran interesadas en aquel tipo de productos. Eran las tres y poco de la
tarde. No había mucha gente en el centro comercial y en aquella tienda,… sólo
nosotras. En una de estas que yo me probé un conjunto irreverente,
desvergonzado, prácticamente morboso en cada toque que lo remataba. Era como
una especie de salto de cama en el que los pechos no estaban tapados sino
completamente expuestos sin tela que los protegiera y unas braguitas que
literalmente decían: ‘mírame los labios’. Salí de la cortinilla y sin ningún
pudor, me puse delante de mis amigas y la dependienta de esta guisa, tapando
mis pezones con mis dedos de forma inocente. Cuando me vieron, alucinaron.
-
¡Así queremos verte! Sin miedo a
mostrarte. – me dijeron las cuatro a la vez.
Mis ojos se
humedecieron un poco por el recuerdo nefasto de la separación y justo en el
momento que una lágrima se precipitaba vertiginosamente a mi mirada, mis ojos
se posaron en la puerta de la tienda donde había más de diez chicos mirándome
directamente con los ojos como platos. ¿Cuánto tiempo llevaban allí? Me quedé
petrificada. No pude decirle a mis amigas que se dieran la vuelta, ni pude
salir corriendo a refugiarme de ellos. No podía moverme. Podía observarles a
todos a cada uno de ellos, con sus ojos inflamados tanto como los bultos que
empezaban a marcarse en sus pantalones.
La primera que
se dio cuenta de los espectadores fue la dependienta que acudió hacía a mi con
un ‘¡Cuidado!’ en los labios y una
bata en sus manos tapando así mi cuerpo. Mientras yo me dirigía a los
probadores, mis amigas se dieron la vuelta. Cuando salí muerta ahora si de
vergüenza, me dijeron: ‘¡Nos vamos a una
fiesta!’. Yo pensaba que estaban de coña, pero pagamos lo que habíamos
comprado de lencería, y nos fuimos de allí en una dirección que yo no conocía.
Entramos en lo
que parecía un bar musical dejando las bolsas en el coche. Todo estaba muy
oscuro pese a que a fuera, sólo eran las cinco de la tarde o poco más. La
música era sensual, dulce, chill out para relajar los cuerpos y disfrutar del
momento.
Había poca gente
bailando pero mucha en el interior. Pidieron mojitos y mientras disfrutábamos
del dulzor a menta, algo me sorprendió: ¡Todos estaban allí! Todos aquellos
rostros masculinos sin nombre que me habían contemplado semi desnuda en la
tienda estaban allí, juntos, como si pertenecieran a un mismo grupo o a una
misma empresa. ¿Qué estaba pasando? ¡No entendía nada! Me puse muy nerviosa.
Me acerqué a
Mónica y le dije que me iba a casa, que cogía un taxi. Me sentía avergonzada y
tenía que escapar de allí.
-
No niña no. ¡Tú te quedas! Ya es
hora de que disfrutes del momento. Ahí tienes doce hombres que se han puesto
duros mirándote. Tu eliges con quien te vas, con quien te quedas, a quien te
gustaría mostrar algo un poco más de tus encantos. ¡Se acabó de pensar en Pablo
(mi ex)! Eres preciosa y ya es hora de que te líes la manta a la cabeza.
Podía haber
protestado. Podía haberme ido. Mas cuando los vi mirándome con aquellos ojos
inflamados de deseo, hasta yo me había excitado un poco.
Me solté el pelo
y me lancé a la pista. Empecé a dejarme acariciar por la música lenta y
pausadamente por sus ritmos cargados de sensualidad. Al poco tiempo, los tenía
a los doce, rodeándome como si un corrillo se tratara, mirándome tan excitados
como antes o más. Me fui acercando uno a uno, dirigida por la música,
acompañados por sus movimientos. Ellos, como si hubieran escuchado a Mónica, me
daban paso el uno a otro bailando cada uno un rato conmigo, dejándome elegir el
elegido. ¡Era muy duro! Todos eran deliciosamente apetecibles. Unos por sus
manos, otros por sus bocas, muchos por sus cuellos, todos por sus ojos
inyectados de deseo. Poco a poco, como guiados aun no sé por que, nos fuimos
acercando a un lugar que parecía un reservado para bailar resguardados por una
tela, de las miradas de fuera. Entramos los doce, moviéndonos pausadamente
nuestros cuerpos.
No sé como
empezó pero uno de ellos, me besó, mientras otro se aferraba a mi cintura
acariciando mis brazos. Por un momento, todas las manos querían desnudarme a la
vez. Había en el centro del privado como una especie de mesa de tela y una vez
no llevaba ropa encima, me tumbaron sobre ella para contemplarme todos un
instante. ¡No tenía miedo! Mientras se quitaban sus ropas, me miraban con
deseo. Se acercó uno y empezó a mordisquear mi pecho derecho. Otro hizo lo
mismo con el izquierdo. Otro bajó a mi cintura, y empezó a besar y lamer mi
ombligo. Alguien me chupaba los pies (dos más). Todo estaba impregnado de un
deseo silencioso, de una lascivia infinita que lo cubría todo dejándome libre
por fin de mis antiguos temores. Agradecida, me puse arrodillada sobre aquella
mesa de tela y me incliné a lamer el miembro del que estaba frente a mí. Con
mis manos alcancé uno con cada una, y mientras saboreaba el sexo de uno con mi
lengua, con mis labios, proporcionaba caricias sexuales a dos más de ellos.
Estaba casi a cuatro patas, pero todos esperaban que fuera yo la que diera los
pasos para satisfacerlos a todos. Me alejé de mi chico central al que había
deleitado con mi boca. Soltó el miembro de los otros dos y me di la vuelta,
rozando mi trasero con su duro sexo, dándole así permiso para que me penetrara.
Me introdujo su verga lentamente. Gozaba con aquella delicadeza lubrica que me
estaba proporcionando. Otro hombre frente a mí diferente, y en plena posesión
de mis interiores, me recliné y le dedique mis primeras caricias bucales con
tiento, con calma, deseando oír sus gemidos. Alcancé dos miembros de otros dos
hombres distintos con mis manos y empecé a masturbarles. Podía ver como el
resto, se tocaba esperando ansiosamente su turno. Uno a uno fueron probando mi
boca, luego mi sexo. Todos me volvieron loca con sus movimientos pausados, con
su delicadeza, con esperar su turno a deleitarme desde dentro. Yo, no podía
hacer otra cosa que derramarme una y otra vez para ellos que gozaban viéndome
gozar. Ninguno de ellos se derramó dentro de mí. Cuando todos hubieron gozado
de su momento, se acercaron a mí con sus miembros deseosos, y mientras yo me
masturbaba para ellos, ellos hicieron lo mismo bañándome entera por el semen de
sus miembros. ¡Fue increíble! Jamás en la vida había disfrutado como aquella
vez. ¡Era hermosa! ¡Era deseada! Y toda aquella represión de doce meses
angustiosos de dudas sobre mi feminidad, sobre mi sensualidad, sobre mi poder
de hembra, se había disipado con cada uno de ellos.
¡Era mujer! ¡Era
bella! ¡Era ardiente! ¡Era deseable! ¡ESTABA VIVA! E iba a disfrutar todo lo
que no lo había hecho hasta entonces.
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