Hay momentos en la vida en que un desconocido puede
convertirse por causas del destino, en un apoyo en un momento malo del día. Eso
me ha pasado hoy a mí. Pasaba un domingo de celebración en el campo con amigos y
sus hijos, cuando una mujer se nos ha acercado impotente por no poder informar
a una ambulancia, donde su marido había sufrido un accidente de bici.
Su esposo, el de la mujer que nos solicitaba ayuda, que
estaba sentado en uno de los bancos del merendero desde hacía rato, había
recibido un duro golpe contra el suelo cuando su bicicleta se había quedado
trabada haciendo que el cayera a peso sobre si mismo. Tenía, cuando nos hemos
podido acercar a él, un golpe contundente en el brazo, magullado el otro brazo
y con la rodilla sangrando. Había llamado a su esposa para que le socorriera y
desde el número de urgencias, eran INCAPACES de localizar el lugar poniendo a
la pobre, que venía con un niño de seis años y medio, aún más nerviosa. Ante la
imposibilidad de la localización del lugar por parte de la ambulancia (y mirad
que las explicaciones han sido claras por nuestra parte), hemos decidido coger
al hombre pues empezaba a faltarle la respiración, y lo hemos llevado nosotros
mismo en nuestro coche, con el de su mujer delante, al hospital más cercano.
Allí, de seguida, lo han cogido y lo han llevado para adentro. Pero la mujer,
que tenía que dividirse entre su esposo y su hijo, mientras que sus familiares
más cercanos venían (estaban a treinta y tantos kilómetros de distancia), se
veía entre la espada y la pared ante una decisión importante (asustada por lo
que podía tener su esposo, preocupada por su hijo menor de edad). Nosotros, nos
hemos quedado con el pequeño en la sala de espera (un lugar donde no deben estar
los niños) intentando que no se preocupara mucho con un videojuego en el móvil,
mientras ella podía ir hacia adentro con su esposo y esperando a que llegara su
hermana.
No ha sido más de media hora de espera y el trayecto desde
el accidente hasta el centro pero ese acto de humanidad que tendría que ser innato
en el ser humano, a la mujer le ha sorprendido para bien.
Nunca sabemos que nos depara la vida. Nunca sabemos cuando
nuestros actos o cuando nuestras decisiones, acertadas o no, pueden ayudar a
perjudicar, directa o indirectamente, a los que nos rodean de los que
desconocemos hasta sus nombres. Por eso no es nada malo vivir con esta máxima:
“Nunca hagas lo que no te gustaría que te hicieran a ti”. De esta manera,
siempre acertarás en lo que debes hacer independientemente de si lleva tu
apellido o no.
MORALEJA: Elizabeth de Austria (Sissí) dijo:
“Lo que
todas las personas tenemos en común no es el espíritu, sino el destino”.
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