lunes, 7 de julio de 2014

DÍA DE FIESTA





Es la una de la mañana y no tengo sueño. Hoy empieza un día de fiesta local y tengo que aprovecharlo. El calor de julio no me deja conciliar en sueño. Me levantó, salgo al pequeño balcón de mi casa y contemplo la noche. Corre aire y se está fresco (si no me tomaran por loca esta noche dormiría aquí, me digo para mis adentros).

Pasan los minutos sin darme cuenta. La calle está tranquila y desierta. En un reloj lejano marcan las dos de la mañana. Nadie, salvo yo, lo ha escuchado. Es como si hubiera llegado el fin de mundo y ya no quedara nadie, absolutamente nadie. No se oye ni un pájaro, ni se ve un insecto revolotear bajo la luz de las farolas, ni el murciélago que va en su busca. No se escucha nada. ¿Me habré quedado sorda? ¿Soñé el repicar de las dos? ¿O es esto el silencio absoluto? Lejos de asustarme, me recreo en esta ausencia de ruido. Reconforta esta paz sublime que ofrece la madrugada. Nunca me había sentido tan bien en mi vida.

El aire empieza de nuevo a mover las hojas de los árboles. Poco a poco, su rumor de vaivén, vuelve a contaminar la atmosfera del silencio con sus ruiditos. Los coches, cuatro contados, han empezado a pasar. ¡Hay gente dentro! No es el fin del mundo. El autobús de la línea nueve hace una parada justo debajo de mi balcón. Alguien baja. No lo veo. Tampoco hago por buscarlo con la mirada.

Un chico joven baja por la avenida. Son las dos y media de la mañana. No parece tener más de dieciséis. Su pantalón corto y su camisa de tirantes no le hace tener frío. No huye pese a lo oscuro de la noche y sus cuatro sonidos contados. Su caminar es lento, como el de cualquiera un día normal a cualquier hora del día. Se me hace extraño verlo tan decidido y sin preocupaciones a las dos largas de la mañana. Quizás si lo viera caminar así a las dos de la tarde hasta me pasaría inadvertido. Sin embargo, a esta hora, me crea controversia.

¿Controversia? ¡Que palabra! Quizás si alguien se percatara de mí, de una mujer en pijama de verano, también con camiseta de tirantes y pantalón mucho más corto que el del chico, asomada a un balcón a las dos largas de la mañana, también yo fuera tomada como una controversia de otro. Me río pero nadie me ve sonreír por la ocurrencia lógica.

Me gustaría subir a la azotea. ¿Por qué no lo hago? Tendría que ser fantástico tumbarse allí arriba en el suelo y mira el cielo sobre ti. Podría esperar a que pasara una estrella fugaz o mil y pedir millones de deseos que me daría igual que nunca se hicieran realidad.

Son las tres de la mañana y de nuevo, el silencio ensordecedor, lo inunda todo. Quizás sea hora de que vaya a la cama, pero no tengo sueño. Me tumbaré, esperaré sin más a que llegue el día y quizás, de cansancio, mis propios ojos se cierren para que sueñe o simplemente descanse.

¡Buenas noches a todos! Digo en mi mente pero nadie lo oye. ¡Lógico! Todos descansan ya desde hace horas. Sólo los locos de corazón inquieto, vivimos de madrugada refugiados en nuestros pensamientos.

MORALEJA: Brassaï (seudónimo de Gyula Halász 1899-1984) fotógrafo húngaro conocido por sus trabajos sobre París, dijo: “La noche sugiere, no enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón”.

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