Es la una de la mañana y no tengo sueño. Hoy empieza un día
de fiesta local y tengo que aprovecharlo. El calor de julio no me deja
conciliar en sueño. Me levantó, salgo al pequeño balcón de mi casa y contemplo
la noche. Corre aire y se está fresco (si no me tomaran por loca esta noche
dormiría aquí, me digo para mis adentros).
Pasan los minutos sin darme cuenta. La calle está tranquila
y desierta. En un reloj lejano marcan las dos de la mañana. Nadie, salvo yo, lo
ha escuchado. Es como si hubiera llegado el fin de mundo y ya no quedara nadie,
absolutamente nadie. No se oye ni un pájaro, ni se ve un insecto revolotear
bajo la luz de las farolas, ni el murciélago que va en su busca. No se escucha
nada. ¿Me habré quedado sorda? ¿Soñé el repicar de las dos? ¿O es esto el
silencio absoluto? Lejos de asustarme, me recreo en esta ausencia de ruido.
Reconforta esta paz sublime que ofrece la madrugada. Nunca me había sentido tan
bien en mi vida.
El aire empieza de nuevo a mover las hojas de los árboles.
Poco a poco, su rumor de vaivén, vuelve a contaminar la atmosfera del silencio
con sus ruiditos. Los coches, cuatro contados, han empezado a pasar. ¡Hay gente
dentro! No es el fin del mundo. El autobús de la línea nueve hace una parada
justo debajo de mi balcón. Alguien baja. No lo veo. Tampoco hago por buscarlo
con la mirada.
Un chico joven baja por la avenida. Son las dos y media de
la mañana. No parece tener más de dieciséis. Su pantalón corto y su camisa de
tirantes no le hace tener frío. No huye pese a lo oscuro de la noche y sus
cuatro sonidos contados. Su caminar es lento, como el de cualquiera un día
normal a cualquier hora del día. Se me hace extraño verlo tan decidido y sin
preocupaciones a las dos largas de la mañana. Quizás si lo viera caminar así a
las dos de la tarde hasta me pasaría inadvertido. Sin embargo, a esta hora, me
crea controversia.
¿Controversia? ¡Que palabra! Quizás si alguien se percatara
de mí, de una mujer en pijama de verano, también con camiseta de tirantes y
pantalón mucho más corto que el del chico, asomada a un balcón a las dos largas
de la mañana, también yo fuera tomada como una controversia de otro. Me río
pero nadie me ve sonreír por la ocurrencia lógica.
Me gustaría subir a la azotea. ¿Por qué no lo hago? Tendría
que ser fantástico tumbarse allí arriba en el suelo y mira el cielo sobre ti.
Podría esperar a que pasara una estrella fugaz o mil y pedir millones de deseos
que me daría igual que nunca se hicieran realidad.
Son las tres de la mañana y de nuevo, el silencio
ensordecedor, lo inunda todo. Quizás sea hora de que vaya a la cama, pero no
tengo sueño. Me tumbaré, esperaré sin más a que llegue el día y quizás, de
cansancio, mis propios ojos se cierren para que sueñe o simplemente descanse.
¡Buenas noches a todos! Digo en mi mente pero nadie lo oye.
¡Lógico! Todos descansan ya desde hace horas. Sólo los locos de corazón
inquieto, vivimos de madrugada refugiados en nuestros pensamientos.
MORALEJA: Brassaï (seudónimo de Gyula Halász
1899-1984) fotógrafo húngaro conocido por sus trabajos sobre París, dijo: “La noche sugiere, no
enseña. La noche nos encuentra y nos sorprende por su extrañeza; ella libera en
nosotros las fuerzas que, durante el día, son dominadas por la razón”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario