No creáis que
todas las despedidas de soltera son divertidas. ¡Para nada! A veces es más una
obligación que un deseo de pasarlo bien. Eso nos pasó a Azucena y a mí con la
despedida de Mónica. Formábamos parte de su equipo de trabajo y ella, nos
consideraba como “sus hermanas del trabajo”. Azucena y yo odiábamos a Mónica.
Era la hermana del jefe, una niñata engreída, consentida, estúpida que no
servía ni para pisa papeles. Pero obviamente, a parte de cobrar más que
nosotras, teníamos que arreglar todos los desastres que organizaba en el
trabajo que eran para despedirla cada cinco minutos. ¡ERA IDIOTA! Y ni siquiera
era capaz de ver la repulsión que causaba tanto en Azu como en mí. ¿Sabéis como
nos invitó a la despedida? Vino y nos dijo: “¡Chicaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaass!
¡¡¡QUE ME CASO!!! Oye, estoy hay que celebrarlo a lo grande. ¿Vale? Le diré a
mi madre que llame a una de esos lugares para que monten una SUPER PARTY. ¿Qué
os parece? ¡¡¡NOS LO VAMOS A PASAR GENIAL!!! Eso si chicas, no os preocupéis
por nada. ¡¡¡LO PAGA TODO MI HERMANO!!!”.
“¡Será bruja!” Pensamos
nosotras dos a la vez y nos miramos como si nos hubiéramos leído el
pensamiento. Sonreímos por el flash que nos ha había dado mental y ella no se
dio ni cuenta.
Así que ya nos tenéis
a nosotras dos, tres meses más tarde, en una fiesta con aparente mucho glamour
pero con gente igual de “avispada” que Mónica, entre ellas, su madre. ¡Dios!
¡Que agobio! Por suerte la fiesta se celebraba en un Hotel donde se habían
montado un par de despedidas más y había una discoteca medio en condiciones.
Cuando corrió el vino, el cava, la sangría, y demás licores, y la fiesta empezó
a hervir por el alcohol, Azu y yo nos escabullimos sin ser vistas a la
discoteca. Al entrar nos topamos con dos chicos, que al igual que nosotras, se
habían escapado de la fiesta de soltero de su compañero de trabajo (que era un
“jefecillo” alma gemela con nuestra niñata engreída). Empezamos a hablar, a
despotricar de ambos, a reír, a bailar. Se llaman Pablo y Santi, altos, uno rubio
y otro moreno (en un momento de efervescencia, ambas habíamos dicho que podrían
pasar por los Modern Talking versión 3.0. A ellos no le hizo mucha gracia pero a nosotras nos
entro una tontería con la ocurrencia, la mar de agradable).
Pasaron las horas
sin apenas darnos cuenta. A Santi se le ocurrió una locura: “¿Nos largamos en una de las limusinas?” Tanto
ellos con su “amigo” como nosotras con nuestra “amiga” habíamos venido en
varias limusinas. Nos pareció muy buena idea ya que estaban alquiladas para
devolvernos a casa durante toda la noche sin importar la hora, ni si llevaran
una persona, dos o tres.
Nos fuimos en
una de las limusinas blanca que habían alquilado para la despedida de Mónica.
El chofer nos preguntó que donde nos llevaba y Pablo dijo: “Deseamos un viaje largo. ¿Puede ser?” Puso un tonillo pedante y el
chofer lo tomó como el “responsable” que los había alquilado, es decir, por el
hermano de Mónica. “Claro que sí señor. Todo el coche y todo lo contratado,
está a su disposición” respondió educadamente el conductor.
Nos subimos los
cuatro. Nada mas arrancar Pablo le pidió al chofer que cerrara la parte que
conectaba delante y detrás y que no dejara de conducir. El chofer, sin decir
nada, cerró el cristal de separación.
Santi preparó unos
cóctels de creación propia y lo que había empezado como una fiesta más, estaba
siendo una gran noche.
Entonces nos
propusieron un juego: ¿Harías todo lo que haríamos?
Empezaban ellos en plan de coña tocándose la nariz. Nosotros teníamos que hacer
lo mismo y ampliar con un nuevo gesto. Quien se negara a hacer algo,… perdía
pagando prenda. Nosotras nos acariciamos el pecho por encima de la blusa. Ellos
nos miraron con los ojos como platos, pero a la hora de tocarse, les dio
reparo. Se quitaron las camisas. Ellos se pusieron con el culo en pompas y uno
le dio un azote al otro y viceversa. Nosotras lo hicimos y ampliamos, metiendo
la cabeza entre los pechos de ambas, por turnos, y moviendo un poco las
cabezas. ¡¡¡Aquello les dio también corte!!! Les costó los zapatos y calcetines
(doble prenda por no hacer dos de seguidas). La próxima que hiciéramos, ellos
tendrían que repetirla sí o sí, hiciéramos lo que hiciéramos. Ellos, se
pellizcaron los pezones el uno al otro. Nosotros lo repetimos y ampliamos con
un apasionante beso lésbico, derritiendo todo el hielo de la limusina de lo
caliente que fue. Cuando les miramos no podían ni moverse de la impresión. Las
risas habían cesado y era todo lujuria lo que había ya en sus miradas. Se
quitaron los pantalones, la camisa y la corbata y se abalanzaron salvajemente
sobre nosotras. Nos quitaron la ropa rápidamente. Los habíamos calentando a más
no poder. Pero les pedimos una cosa antes de seguir:
“Como no habéis
hecho nada de lo que hemos hecho, pedimos una cosa: las dos queremos estar con
los dos” aquello los hizo enloquecer aún más de deseo.
Me monté encima
de Santi, que tenía su miembro descomunal, y Azu hizo lo propio con Pablo.
Empezamos a movernos como amazonas, sobre ellos, sintiendo como iban creciendo
más y más sus vergas en nuestros sexo. Ellos gemían y nos miraban a las dos
deseosos de probar más y más.
Hubo un momento,
en el que Azu y yo, otra vez instintivamente, nos paramos a la vez y empezamos
a comernos los pecho (yo a ella y luego ella a mí, aún con sus miembros dentro
de nosotras). ¡Dios! No paraban de gritar mientras nos veían gozar la una de la
otra. Empezaron a moverse ellos, para hacernos gozar más con sus embestidas.
¡Fue algo increíble! Sentir los labios en tus pechos, mientras su sexo te atravesaba
por dentro una y otra vez, nos encantó a ambas. Pudimos ver como se derramaban
para nosotras en nuestro interior. Les dejamos reposar un poco, y mientras la
limusina seguía en marcha, Azu y yo, nos arrodillamos una enfrente de la otra.
Dejamos deslizar nuestros dedos ella dentro de mí y yo dentro de su sexo. Ellos
tenían que mirarnos y reponerse para poseer a la otra. Nosotras disfrutábamos
de ser observadas, de ser admiradas y del placer que nos estábamos dando con
nuestros dedos deslizándose una y otra vez, por nuestros respectivos clítoris.
Gemíamos, nos derramábamos una en la mano de la otra, pero no parábamos.
¡Deseábamos más! Estaba claro de que no teníamos límite alguno. Las dos éramos
diestras en el arte de la masturbación femenina. Sabíamos cuando acelerar,
cuando apretar, cuando dar más fuerte, cuando juguetear, y aquello, nos hizo
estar más de media hora larga, jadeando lujuriosamente una y otra vez, cada vez
que encadenábamos un orgasmo tras otro, tras otro, tras otro, tras otro.
Los chicos se
reestablecieron y nosotras, les facilitamos lo que deseábamos. Arrodilladas,
nos tumbamos, reclinadas hacia delante, dejando nuestros traseros duros y
firmes, para ser asaltados de forma lasciva. Ellos se pusieron detrás de
nosotras, esta vez Pablo conmigo y Santi con Azu, y nos acometieron con sus
sexos de un golpe. Las dos gritamos de goce a la vez. Luego, se recrearon
haciendo sentir sus sexos entrar y salir muy lentamente de nuestros culos, para
hacernos disfrutar plenamente de cada centímetro de su virilidad renacida. ¡Fue
increíble! Llegaron unos azotes fortuitos y gozosos, mientras las embestidas,
subían progresivamente tanto de fuerza, como de ritmo. El ritmo seguía
acelerándose, y nosotras, no podíamos ni queríamos controlar nuestro placer.
Gemíamos, jadeábamos, gritábamos, nos corríamos una y otra vez con ganas
siempre de más. ¡Era impresionante! Ellos esparcieron su leche dentro de
nosotras de nuevo y nos quedamos los cuatro, casi sin fuerzas, tumbados en el
suelo de la limusina unos mezclados con los otros. Pasado el tiempo, pedimos
que nos llevaran de nuevo a la fiesta y nos dimos los teléfonos con una nueva
petición: la próxima vez donde podamos ser más de cuatro. Se miraron
cómplicemente uno como otro, y sin pensarlo dijeron: “Sólo deseamos que ese día llegue muy pronto”.
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