Hay momentos en los que uno debe de tomar las cosas de
frente y hacer las preguntas más adecuadas para preguntarse que está pasando
verdaderamente tras “algo” de lo que sólo conocemos una parte. Las hipótesis
son suposiciones hechas a partir de unos datos que sirve de base para iniciar
una investigación o una argumentación. De eso es de lo que hablaré hoy y de
cómo la vida no es más que un cúmulo de casualidades.
En el año 2001, el 26 de octubre, perdí a una de las
personas más importantes de mi vida: hermano mayor de mi madre, que a los 44
años de edad, tras un derrame cerebral, nos dejaba abandonados y solos. ¡Fue un
duro golpe!
Mi tío era como un padre para mí. En su cartera siempre
llevaba una foto de cuando yo era pequeña y me tenía mucho cariño (no sólo a mí,
sino a todos sus sobrinos, amigos, ahijados,… ¡¡¡ERA UN GRAN HOMBRE!!! Tras su
muerte, la plaza de donde él había vivido los últimos años, fue nombrada con su
nombre en su memoria. ¡Así de especial era para todos!). En aquella época, mi
tío, hizo todo lo posible para poder estar en nuestra boda (mi hermana se
casaba en febrero y yo en junio de 2002). Por aquel entonces, tanto las fechas
como por la distancia (vivía en un pueblecito de Marbella en Málaga) le obligó
a sacrificar sus vacaciones en pos de poder disfrutar, tanto en febrero como en
junio, de unos días para ver casarse a dos de sus sobrinas. ¡No llegó! Cinco
meses antes de que se casara mi hermana y nueve antes de que me casara yo, nos
abandonó para siempre un viernes amargo que recordaré toda mi vida.
Supongo que no hace falta que explique el dolor que alguien
siente cuando recibe una llamada de este estilo. Tu mente se bloquea, tu
corazón parece pararse por un instante, y no eres capaz de pensar (al menos si tenías
un sentimiento especial por esa persona que se va sin previo aviso en una edad
temprana). No estaba mi responsable en la empresa, y al ser viernes, yo cogí,
llamé a mi novio, ahora mi esposo, y hicimos todos los preparativos para ir a
dar el último adiós a mi tío teniendo que salir a medio día de la empresa (no
regresé por la tarde).
Éramos personas sencillas y humildes (ahora también). El
vehículo era el único medio de transporte del que disponíamos para poder llegar
desde donde vivíamos (mas de mil kilómetros de distancia), hasta donde sería
enterrado. Íbamos dos coches: mi cuñado y mis hermanas en un coche y yo en otro
con mi pareja y mi prima. Si un viaje largo ya es un palo en coche, imaginad si
como es para tener que asistir al entierro de alguien con el dolor y la pena
que uno lleva encima cuando alguien se marcha. ¡Es horrible! Francamente una
tortura que no se le desea ni al peor de tus enemigos.
Después del entierro, yo no tuve fuerzas de nada más. Cogí
mis cosas y retrocedí a mi casa, en cuanto su cuerpo descansó en el cementerio.
Ya no podía hacer nada más. Llegamos el domingo tarde. Me fui a la cama y al
día siguiente, me fui a trabajar. Vestía de luto (lo hice por respeto durante
cuatro meses). Todo el mundo me dio las condolencias por mi perdida. Todos
menos uno, que en vez de darme el pésame, me recordó que yo no tenía derecho a
abandonar mi puesto de trabajo por la muerte de un familiar de tercer grado de
consanguinidad (que se equivocaba, pues por un familiar de tercer grado te dan
un día de permiso). ¡Yo no pude replicar! Me pareció tan duro que alguien
pudiera, delante de una persona afectada física y moralmente, retraerle una
cosa así, era más que surrealista para mí. Yo sólo había faltado medio día y
obviamente, mi causa era más que justificada. ¿Quién era esa persona sin
escrúpulos ni corazón? El gerente de la empresa en la que yo trabajaba en 2001,
el responsable que debería haber estado en su puesto aquel vienes o que debería
haber tenido el móvil encendido para informarme de todo eso en vez de tirármelo
a la cara, tres días más tarde (yo trabajaba de lunes a viernes por aquel
entonces y llevaba tres años de reconocida de cumplimiento de mis labores en el
trabajo. ¡Ni una queja por parte nunca de nadie! Es más, entre como auxiliar
administrativa y por méritos propios, llegué a oficial de segunda en
administración).
Ahora, un asunto no tan parecido pero sí con toques muy
familiares para mí, luego os diré porque, me han hecho recordar aquella
experiencia detestablemente dura de mi vida.
Ayer fue enterrado Alfredo di Stéfano, presidente de honor
del Real Madrid y gran jugador de fútbol.
Alfredo Stéfano di Stéfano Laulhé, de 88 años de edad y nacido en Buenos Aires, era un exfutbolista y exentrenador argentino, nacionalizado español, y jugador histórico de los clubes River Plate, Millonarios y Real Madrid, siendo desde el año 2000 presidente de honor de este último.
En mayo de 2013, pese a que la Saeta Rubia, como era
conocido Alfredo, siempre habría brillado por méritos propios, el anuncio de su
enlace con su secretaria cincuenta años menor que él, hizo que ocupara
momentáneamente, la prensa del corazón. Pese a que sus hijos estaban en contra,
el justificaba su pronto encale porque estaba enamorado y llevaba ocho años
viudo. Sus palabras textuales fueron: "Tengo 86 años, pero el corazón
joven".
Tras el anuncio de su enlace, el diario El Mundo Deportivo,
se hacía eco de unas horripilantes declaraciones por parte de la prometida de
Alfredo. Gina González, afirmaba que denunciaba, públicamente, que este estaba
'secuestrado' por su familia, por sus hijos. "Su libertad está siendo
arrebatada", aseguraba Gina González a través de un comunicado.
"Alfredo necesita ayuda, no le dejan hablar por teléfono", asegura su
joven prometida en este periódico de mayo de 2013.
En referencia al patrimonio que poseía (por lo que
cualquier hijo pensaría que se produce un enlace con tanta diferencia de edad),
en febrero de 2012 La Saeta Rubia decidió donar al Real Madrid, del cual era
presidente honorífico, 659 objetos personales de incalculable valor para que
fueran expuestos al público. Según las declaraciones que hizo Di Stéfano:
"Tuve ofertas ajenas al Madrid para hacer un Museo con todos estos
objetos, pero las rechacé y esperé a que volviese el actual presidente, Florentino
Pérez, para donar a la entidad todos estos recuerdos".
En mayo de 2013, días antes del anuncio de su enlace, el Extraconfidencial.com publica el
siguiente titular: Lucha por el
patrimonio de Alfredo Di Stéfano: no posee ninguna propiedad en España y su
única sociedad, ADS Awards, cerró el 2011 con un beneficio de tan sólo 62.295
euros (Según el Registro de la Propiedad nº 2 de Valencia "no aparecen
titularidades vigentes a su favor en todo el territorio nacional").
Hay una frase de una película (recuerdo la frase pero no la
película) que decía así: “Nos dan la independencia porque no tenemos
nada de valor”. Quizás esa merma de libertades por parte de sus hijos
contra su padre, no es por el temor que comenta un error, sino, simplemente, un
acto de egoísmo supremo sobre un capital sin definir que obviamente desean para
ellos tras su fallecimiento (ahora ya un hecho) sin oportunidad alguna de
dejarle “ser feliz” como el deseaba serlo. Tras su muerte, todo llantos y, por
otro lado, cierto alivio para algunas personas cercanas al circulo de Alfredo.
¿Recordáis lo que os conté antes? ¿Recordáis a aquel hombre
cruel que os comentaba que había tenido a mal que hubiera ido a enterrar a mi
tío? Bien, ahora una pregunta ¿Sabéis qué es Seis grados de separación? Se le
llama “Seis grados de separación” a la hipótesis que intenta probar que
cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del
planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco
intermediarios (conectando a ambas personas con sólo seis enlaces), algo que se
ve representado en la popular frase «el mundo es un pañuelo». La teoría fue
inicialmente propuesta en 1930 por el escritor húngaro Frigyes Karinthy en un
cuento llamado Chains.
Aquel año en el que mi tío falleció, también conocí a una
de las hijas de Alfredo di Stéfano. Era y es, la mujer, la esposa del gerente
de la empresa en la que yo trabajaba cuando falleció mi tío. No diré el nombre
de él. ¡Para qué! Ni tampoco cual de las hijas de Alfredo es. Pero según el
refrán “Dime con quién andas, y te diré quién eres”. Es obvio que los hijos
NUNCA buscan la felicidad de sus padre si hay dinero de por medio. Es más, ni
siquiera buscan que viva medianamente bien. Si la mujer de treinta y seis años
con la que quería casarse Alfredo, iba o no tras su dinero, sólo a él debería
haberle importado. ¡¡¡ERA SU PATRIMONIO!!! No el de sus hijos. Ahora, que su reloj
vital se detuvo, duele ver que poco amor recibió toda su vida de aquellos que
llevaban su misma sangre.
MORALEJA: Enrique Jardiel Poncela,
(1901-1952) escritor español, dijo: “Por severo que sea un padre juzgando a su hijo, nunca es
tan severo como un hijo juzgando a su padre”.
Descansa en paz Alfredo que con lo que has vivido nada más
que gloria te debe esperar allí en los cielos.
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