ARRINCONADA
No quedó nada cubriendo mi cuerpo.
Mi piel, cien por cien, desnuda.
¡No tenía nada que ocultar!
De espaldas, no veía nada.
Escuché un rumor acercándose.
Sonaba afilado, su esencia tajante
se hundió profunda en mí,
mientras un grito desgarrado
nacido de la ingenuidad pura,
lo ocupaba todo sin dejar
espacio a la traición.
Desangrarse fue un instante
(con una herida abierta
poco dura ya el latido).
Se fue apagando, poco a poco.
¡Se perdió otra vida!
Su última imagen fue clara:
la pared vacía,
el frío de la baldosa,
el calor rojizo abandónala
bañando por entero sus pies.
‘¿Quién
era ella?’ me preguntan.
‘¿Importa
eso ahora?’ respondí sin más.
‘¡Todos
merecen ser recordados!
Inclusos
los que murieron
sin
ver jamás a sus verdugos
frente
a frente’.
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