martes, 20 de mayo de 2014

AGUA Y SALUD (relato)


 

Ir el gimnasio se había convertido en parte de mi monotonía necesaria. Reconozco que al principio se me hizo muy cuesta arriba. El primer mes fue mortal. Pero después, poco a poco, le fui cogiendo el gustillo.


Además, en casa cada vez hacía menos falta. Los niños ya no vivían con nosotros y desde que la madre de mi marido se había venido a vivir con nosotros, todo lo controlaba y lo dominada a su antojo.

 

De eso hacía ya un largo año. Lo sé porque ese era el tiempo que llevábamos sin hacer el amor. ¡Nada! Ni una caricia, ni un beso, ni nada. Yo tenía cuarenta y cinco. Él tenía cincuenta. Jamás creí que un hombre dejara de tener ganas de sexo pero así había pasado. Me decía que “no era lo correcto” al estar allí su madre. ¡Maldecía a su madre! ¡Lo maldecía a él!

 

Quizás esa fuera la razón real que me hizo ir al gimnasio. Debía consumir todas mis ganas haciendo ejercicio hasta quedarme apenas sin aliento. Empecé por el fitness. Luego clases de spinning. Luego, con las nuevas modas, clase de Zumba. Dos, tres o cuatro horas haciendo ejercicio para quitarme toda la fuerza vital que seguía habiendo en mí.

 

Había otras actividades pero yo prefería una clase llena de mujeres, para no ver a un hombre y sentir deseo hacia a él. Era fácil, en un gimnasio, ver hombres más jóvenes que el mío, más fuertes que el mío, más hambrientos que el mío. Si me alejaba de la tentación, podría seguir llevando esta vida de reclusión y celibato entre descargas de ejercicio y duchas frías.

 

Los días pasaron sin más ni más. Ya me había casi acostumbrado a ser sólo una sombra en la vida sin más ni más. Hija, esposa, madre,… quizás abuela algún día y poco más. Pero la vida a veces nos pone la verdad ante los ojos y aquel día,… la mía me llamó a gritos desde la puerta de Gym. Salía, tras cuatro horas extenuantes de ejercicio, duchada, con mi cabello corto rubio con reflejos un poco más claros medio mojado (hacía calor y no quería secármelo mucho). Me dirigía a mi coche cuando un grupo de jóvenes, no más de cuarenta, me miraron y me dijeron un piropo de los de la antigua escuela: “¡Eso es carne y no lo que hecha mi madre en el puchero!” Me sentí francamente bella. Aquel día, una vez más, me puse algo seductora para mí marido. Él, no noto nada que le excitara en mí pese a mi camisón trasparente negro con un minúsculo tanguita a juego que había comprado para alguna ocasión especial. Se giró en la cama y se durmió. ¡Me puse muy furiosa! Cerré los ojos y tuve uno de los sueños eróticos que jamás había tenido en toda mi vida.

 

Al despertarme, mi entrepierna estaba muy húmeda y mi sexo dolorido.

 

Después del trabajo, como siempre, me fui al gimnasio. Llovía a cantaros y eso significaba, que no habría mucha gente.

 

Fui a las clases que tenía preparadas como cada día y éramos tres contando la profesora. En otra clase cuatro y en la otra cinco. Normalmente eran clases de veinte personas. Pero estaba claro que la lluvia, hacia que muchas se quedaran en casa. Me había traído el bañador para hacer unos largos en la piscina. Cuando iba para allí me di cuenta que el hidromasaje, que nunca había entrado, estaba completamente vacío. Como una niña emocionada me fui para allá de cabeza y me metí para disfrutar de los chorros de agua. Pasé una media hora sola cuando, de pronto, de di cuenta que el hidromasaje era mixto y cuatro hombres jóvenes, se acercaban hacia allí. Intenté salir y no parecer una mujer miedosa pero se me hizo tarde. Me resbalé al salir y si no llega a ser por uno de ellos que me cogió al vuelo, me abro la cabeza con el bordillo.

 

Le agradecí el gesto y muy amablemente me dijeron que si le incomodaba que estuvieran allí, que se irían por respeto. En principio, yo estaba antes y lo sabía. Me hizo tanta gracia lo del respeto que les dije que no me molestaba y nos quedamos los cinco remojándonos en el agua. Mirándolos bien, me di cuenta de dos de ellos eran los que me habían lanzado aquel piropo a la salida. No tenía ni idea de que fuéramos al mismo gimnasio.

 

Pasó el tiempo, ya llevaban una media hora en remojo, y los dos que no me sonaban, se fueron. Quise irme con ellos pero algo, me atraía a quedarme.

 

Uno de ellos me pidió mi nombre y se lo dije. Otro me dijo, si no me parecía grosero, que qué edad tenía. Sonreí y le dije que no era una impertinencia. “¡Tengo cuarenta y cinco!” respondí enérgicamente. Los dos me miraban con los ojos abiertos. No se lo podían creer. Decían que me veían de su edad, treinta y pocos decían que tenía. Me sentí algo presumida, feliz,… un tanto coqueta.

 

“Su marido tiene que estar regalado con este pedazo de mujer” se dijeron uno a al otro sin ningún tono grosero, ni malicioso, sino como un comentario musitado que yo no debía escuchar, pero que oí. Yo bajé la mirada entristecida. Empezó a llover más y más fuerte. No se podía ver nada tras las ventanas.

 

Ambos se acercaron suavemente hacia mí. Cuando alce mi mirada uno de ellos me beso los labios de una forma dulcemente deliciosas. Aún no había saboreado su boca por entero cuando el otro, de la misma manera, se acercó donde su amigo había besado y con otro roce profundo de labios, me trasladó de nuevo al vergel de disfrutar de la ilusión de las bocas.

 

Uno me cogió con delicadeza y me alzo hasta el borde del hidromasaje. Se puso tras de mi mientras el otro, desde el agua, besaba mis muslos delicadamente desde la cadera hasta los tobillos sin dejar un milímetro de piel sin la tierna caricia de sus labios. El que estaba conmigo fuera del agua, deslizaba su suave lengua, sus infinitos besos, por mi nuca, por todo mi cuello. Por un instante creí leer su mente y mientras me bajaba los tirantes del bañador, pude escuchar mentalmente: “Este cuerpo merece ser saboreado sin un ápice de ropa encima”. Sus manos iban despojándome poco a poco de traje de baño húmedo. Sus palmas ardían en mi piel mojada. Podía sentir los latidos sobresalirse de su pecho y acariciar infinitamente mi espalda mientras su piel se chocaba débilmente con la mía. Su amigo recogió el testigo de despojarme de mi única pieza de ropa, acompañándolo desde las caderas hasta las puntas de los dedos de mis pies. Lo dejó caer en el agua mientras su lengua y su boca no olvidaban de dar placer a mis dedos de los pies de forma más que deliciosa. Yo no podía contener más mis gemidos y me dejé llevar del todo. La boca del otro se estrelló en mis pezones duros ya como piedras como jamás habían estado jamás. Sus dientes eran cuchillitas afiladas que sabían dar los justos mordisquitos para hacerme llegar goce supremo. El del agua se fue acercando de nuevo hacia mis caderas, pero cuando llegó a mi sexo, frenó de golpe. Me miró. Le miré y se zambulló en mi infinidad ardiente hasta que estuve plena. No tenía ninguna rapidez. Lamía sin prisa, con un renovado conocimiento del sexo de una mujer, sabiendo cuando debía apretar, cuando debía aflojar, cuando acometer sin medida, cuando distanciarse un poco más para ver el placer reflejado en mi mirada. Yo me sentía satisfecha a más no poder. Mis suspiros de delectación no se podían contener más en mi interior. Pude sentir como me proporcionaba uno, dos, tres, cuatro orgasmos muy seguidos (ni siquiera sabía que podía conseguir eso). Mientras su amigo, me repasaba sin prisa toda la parte de arriba con las yemas de sus dedos, descubriendo rincones henchidos de placer que yo ni sabía que tenía. Su boca competía con sus manos, en una disputa deliciosas para saber cual de las extensiones de su cuerpo, podía proporcionarme más satisfacción. Me ayudaron con sumo cuidado, a introducirme de nuevo en el agua. Los dos perdieron los bañadores también en el agua. Me sentía ansiosa de tenerlos a los dos para mí. Sentí un abrazo acompañado de un beso pleno de delicadeza y pasión por igual. Se acercó de nuevo a mi, y como pidiendo de nuevo permiso, introdujo su verga en mí. Se puso como en sentadilla en el agua y yo estaba encima de él, sexo con sexo. Su amigo, seguía tras mí esperando su turno. Me besó en la boca y pidiendo también permiso con la mirada, se adentro en mi ano de forma afable y apacible. Podía sentir como los dos me embestían poco a poco, lentamente, sin prisa alguna, saboreando sus sexos respectivamente, todo el ardor de mi cuerpo acumulado en ese mismo instante en mi sexo, en mi trasero. Sus cuerpos también quemaban pero se contenían, por mí, para mí. Deseaba verme disfrutar una y otra y otra vez, derramándome como jamás en la vida me había vaciado. Aceleraron el ritmo poco a poco. Eso me desató por completo del todo y más. No podía contener mis gemidos de goce. Estaba poseída por el hambre y ellos la estaban saciando si prisas pero a conciencia. Un poco más se aceleró su golpeteo. Luego otro poco. Un poquito más. Hasta convertirse las ondas leves del hidromasaje en verdaderas olas salvajes henchidas al máximo por la pasión y locura de tres cuerpos famélicos a más no poder. Sus cuerpos embestían de formas opuestas donde yo era la roca donde se empotraban aquellas salvajes aguas apostilladas alrededor de sus caderas y de la mía. Llegó el momento, nada premeditado, y sus gritos se confundieron con un relámpago y su trueno que irrumpieron desde fuera como si hasta la propia naturaleza hubiera bendecido de alguna manera, aquel acto de carne sobre carne sobre carne.

 

No puedo decir que me arrepentí. No puedo decir que lo que hice estuvo ni bien ni mal. Llevaba mucho tiempo sin sentirme deseada y aquel día, me sentí más hembra que en mis cuarenta y cinco años como mujer. Juzgar no está en mi ser. Ser juzgada,… no me concierne a mí. No busco el perdón. No busco compresión. Mi esposo no lo sabe. Pero hay momentos que pienso que aunque lo supiera, no le importaría. No sé cual es motivo porque se aleja de mí. Pero yo ya se cual es la forma de satisfacer su inapetencia sin callarme nunca más: saciando, por entero, el hambre de la fiera que habita en mí sea como sea. La vida es un ratito y mientras no llega la muerte, hay que disfrutar y gozar de estar plenamente vivos. Los demás,… que piensen lo que quieran. Nuestra vida es nuestra y sólo nosotros sabemos cuanto estamos empeñados en no decir o en seguir callando mientras nos morimos al lado de una pareja que ni sabe que existimos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario