UNA SIMPLE VELA
Había una luz encendida
en aquella simple habitación.
Todo lo que habitaba a su
alrededor pertenecía
a la oscuridad.
Me acerqué sereno
con el instinto
del insecto por bandera,
tan atraído como confuso.
No hubo descarga
mortal en mi cuerpo.
No caí fulminado por un rayo,
atravesado de norte a sur
por una fuerza incontenible
creada por el hombre.
¡Fue mucho peor!
El ardor indefinido,
prendió muy dentro de mí,
desde lo más profundo de mi ser,
violando cada molécula de mi cuerpo
hasta llegar más allá de la pira,
más allá del fuego,…
más allá de la flama.
No fue nada maléfico.
¡Lo reconozco!
Sólo su arder simple,
el de una vela.
Acabando conmigo
puso un gran punto y final,
con el soplido justo
que no conoció jamás.
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