martes, 1 de abril de 2014

PLUMA (relato)



Todas las mujeres son enigmas. Bellos rompecabezas que da gusto descifrar si existe un poco de complicidad, un poco de feeling, un poco de juego.

 

Mas el mejor misterio que una mujer pueda ofrecer, ese puzzle que lo mires por donde lo mires, no eres capaz de resolver, es su interior, lo que piensa, lo que desea, hasta donde llegaría una vez iniciada la cuenta atrás.

 

Paula era así, un misterio que me costaba mucho descifrar. Tan pronto era una mujer tan arrolladora como un tsunami que no dejaba pasar ni una a nivel de equipo de trabajo, como estaba tan dulce y melosa como un gatito alabando cualquier pequeño detalle que, a otros, se les habría pasado completamente inadvertido.

 

Un día, de esos en que sus olas de mujer estricta alcanzaban los quince metros de altura, se me cayó al suelo y ella, sin darse cuenta, cuando volvía a su despacho, la piso y la destrozo por completo. Se dio cuenta que había pisado algo pero no volvió la vista atrás (ese día tenía motivos. En plena crisis de un proyecto había pillado a Marcos, chateando desde el ordenador cuando ella volvía de desayunar. No justifico su comportamiento ni el de él, pero hay que tener muy poca cabeza, cuando has perdido un proyecto que prácticamente era nuestro por una menudencia que podría haberse evitado simplemente fijándose, el cogiera e hiciera eso en horario laboral).

 

Nunca cerraba su despacho y aquel día, entró de golpe tras el pisotón, y la cerró tras de si. Sentí un poco de lástima por Paula. Había sido compañera nuestra durante muchos años y ahora, que la habían ascendido, todo el mundo intentaba hacerle daño. No era mala persona, ni mandona, ni iba de sobrada. Se había ganado todo con su esfuerzo. Pero hay hombres que eso de tener a una mujer por encima, no les hace mucha gracia.

 

Media hora antes del fin de la jornada de tarde, Paula llamó a Marcos a su despacho.

 

Cuando este salió nos dijo que le había puesto una falta leve y que estaría tres días sin empleo y sueldo. La llamó puta, zorra y cabrona. No se daba cuenta de lo que había hecho el muy estúpido. ¿Cómo te puedes conectar a un chat en horario laboral?

 

No sé porque pero yo salí en defensa de Paula y le dije: “Date con un canto en los dientes de que es una falta leve. Si te hubiera puesto una grave, ya estarías en la calle y con razón. Aún ha sido benevolente contigo. Deja de hacer el capullo y reflexiona estos tres días”. Nadie se esperaba mi comentario y caló en todos por igual. Todos callaron y siguieron con sus cosas menos Marcos, que se tenía que marchar.

 

Paula salió al cabo de un rato de su despacho y nos dijo que quien podía hacer horas. Sólo yo dije que podía. Me pidió quedarme al acabar la jornada y le dije que si, que hacía una llamada y me quedaba.

 

Todos se fueron y los dos, nos reunimos en su despacho para repasar el proyecto que se tenía que entregar antes de la una del día siguiente para que no tuviera fallos. Yo iba diciendo las directrices a seguir y ella comprobaba uno por uno los apartados. La notaba cansada y le dije que deseaba un café. Me lo aceptó y baje a la máquina a buscarlos.

 

Cuando regresé ella tenía los ojos rojos, como de haber llorado y la nariz un tanto rojiza. Le pregunté si todo iba bien y me respondió que sólo era cansancio. No la creí pero le di su café y seguimos comprobando datos.

 

Nos dieron cerca de las diez de la noche haciendo comprobaciones. Al levantarse de su mesa y caminar hacia la puerta, vio que iba dejando huellas de tinta.

 

Le dije que antes había pisado mi pluma y por eso dejaba tinta al caminar.

 

-         ¿Rompí tu pluma?

-         Si pero tranquila, no era de las buenas.

-         Lo siento, ni me di cuenta.

-         Tranquila en serio,… ya me compraré otra.

-         No, déjame que te la regale. Es lo mínimo que puedo hacer.

-         Vale, pero nada de cosas caras. Original si. Pero cara,… no.

 

Sonrió y salimos de la empresa. Le dije que era tarde, que si quería cenar algo rápido conmigo en una bocadillería cercana. Lo pensó rato y dijo que sí.

 

Nos pedimos un bocata cada uno, una ración de bravas para compartir y un par de claras bien fresquitas.

 

Mientras cenábamos hablábamos de las cosas típicas de la empresa (que si los jefes, que si las obligaciones, que si los compañeros,…). Ella reía y decía que yo tenía suerte de no tener un despacho. Que cuanto más arriba se está, más sólo se siente uno. La risa cesó de golpe tras aquella frase que pronunció que resonó como una sentencia firme.

 

-         ¿Te sientes sola Paula?

-         La mayoría de las veces. No es justo que la tomen conmigo todos. Los jefes por jefes y los empleados, por ser mujer. Sé como me llaman,… ¡¡¡LA ZORRITA RUBIA!!! Sé que no paran de comentar que a cuantos escritorios me habré arrodillado para conseguir el puesto. No son capaces de aceptarme ni como responsable y tratan de humillarme.

 

Sus ojos empezaban a temblar entre lágrimas que trataba de contener. Me sentí con ganas de abrazarla, de acercarla a mi pecho y decirle que todo saldría bien. Pero sentía que estaba vulnerable y podría tomarlo como una treta para arrimarme buscando algo de ella. Así que sólo saqué un pañuelo de papel de mi bolsillo y se lo dí. Ella me lo agradeció con una sonrisa.

 

Tomamos una infusión de postre y nos fuimos. Cuando salimos de la bocadilleria, yo me tenía que ir caminando pues no vivía muy lejos del trabajo. Ella se ofreció a llevarme y acepté.

 

Cuando nos dirigíamos al coche, ella se resbaló con algo y se dio un golpe contra el suelo. Resonó como un árbol enorme y lo peor, es que había rebotado hasta la cabeza contra la acera. Enseguida me acerqué a ella que no se movía. Tenía los ojos cerrados. Me puse a gritar su nombre y al final, los abrió. Verla tumbada, mirándome, me produjo tan alegría que la abracé contra mi pecho inclinándome sobre ella y la besé en la boca. Fue instintivo. De alegría. Cuando separé mis labios de los suyos, ella me besó también un instante como instintivamente reciproco. La miré desconcertado y la besé larga, húmeda y deliciosamente esta vez, con todos mis sentidos despiertos. Ella rodeo mi cuello con sus manos, abrazándose a mi cuerpo semi tumbado sobre ella.

 

Cuando aparté mi boca, vi sus manos desabrochándose su blusa, dejando ver su piel nacarada, su escote entero, su precioso y delicioso busto recogido en un sujetador de un blanco intenso que brindaba sus senos como si de un expositor se trataba. Mis labios se perdieron por el encaje y como un cachorrillo buscando ser amamantado, fui buscando sus pezones, hasta encontrarlos y succionarlos como nunca se lo había echo a ninguna otra mujer. La sentía gemir y mi entrepierna, ardía loca de emoción doliéndome hasta el boxer y el pantalón que trataban de contener mi tremenda erección.

 

Desabroche mi camisa de golpe. ¡Eso le encantó! Sus manos desabrochaban mi cinturón apresuradamente, bajaban mi bragueta rápidamente con una mano mientras con la otra, se levantaba la falda. Al ver su braguitas tan húmedas casi me corro de placer. Jamás había provocado en ninguna mujer aquel tremendo río que emanaba de forma tan exquisita de entre sus nalgas. Se coló toda de golpe, como un guante con la mano perfecta. Ella la sintió llegar tan dentro que gritó de puro goce. Empecé a embestirla de manera rápida y un tanto acompasada. Era mucha la furia que había en ella, era mucho el deseo que intentaba contener para satisfacerla. Sentía como se iba una y otra vez entre susurros, entre gritos de goce absoluto, entre palabras de no pares, sigue, no pares, ahora no. ¡Me gustaba verla tan abierta! Tan dispuesta, con tantas ansias de más y más.

 

No sé como, se ladeo para un lado y se cambiamos las tornas. Empezó a cabalgarme como una amazona atroz que no estaba satisfecha jamás. Ya no articulaba palabra pero sí gemía cada vez más y más fuerte, gritaba como si la hubiera poseído una jauría de lobas hambrientas hubieran capturado a su presa y estuvieran disfrutado a placer de cada dentellada a su victima. Cuando más intentaba contenerme, más me provocaba ella, con sus pechos al aire por encima de su sujetador, con esa falda remangada ya hasta la cintura, con aquella braguita ladeada, que dejaba ver un pubis deliciosamente depilado y sediento de una buena berga dispuesta a todo para aquella hembra.

 

No podía contenerme más y grité al cielo con un tremendo espasmo que me recorrió desde mi sexo hasta la nuca. Todo mi cuerpo se sacudía una y otra vez, sobre aquella amazona que no dejaba de moverse deseando más goce, más disfrute, más y más sexo.

 

Te tumbó sobre mí y entonces nos dimos cuenta, de que habíamos estado en mitad de la calle dándonos infinito placer.

 

Al día siguiente no sabía como iba a reaccionar. Cuando llegué me llamó a su despacho. Me pidió que no se lo contara a nadie y yo le dije que no temiera por nada.

 

Cuando estaba a punto de acabar la jornada, volvió a pedir a personas para hacer horas, y sólo yo me volví a ofrecer.

 

Cuando todo el mundo se hubo ido, nos metimos en su despacho. Cerró las puertas, corrió las cortinas y me dijo:

 

“¿Quieres probarme ahora debajo de mi mesa?” La miré desconcertado y la besé mientras ella se subía la falda y dejaba que yo me arrodillara ante ella, para saborearla como se merecía. Fue una experiencia muy morbosa, pero eso os lo contaré otro día.

 

 

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