Estaba cansada,
muy cansada del trabajo, de reuniones, de informes, de presentación de
proyectos. ¡Era principios de semana santa por el amor de Dios! ¿Por qué la
gente no se iba de vacaciones y me dejaban tranquila?
El martes no
pude más. Le dije a mi asistente que apuntara en mi agenda que tenía que ir al
médico toda la tarde:
-
Hay una reunión a las tres de la tarde – me respondió.
- ¡PUES CÁMBIELA! MI SALUD ES LO PRIMERO – le respondí tajante
como un cuchillo.
Bajó su mirada.
No me sentía orgullosa de mis formas pero necesitaba,… huir.
Cogí mi maletín,
mi bolso, cogí el ascensor y me fui directamente al parking. Intentaron pararme
un par de veces pero dije que era tenía algo urgente… y me dejaron escapar.
Cuando empecé a
notar la luz del sol de abril en mi cuerpo, me fui despojando de la ropa que me
asfixiaba, que no me dejaba respirar. Mientras conducían, me quité mi chaqueta,
mi blusa y me dejé sólo un top de
tirantes que llevaba. Me quité la falda haciendo peripecias con el volante pero
sin dejar de conducir. ¡¡¡DESEABA DESAPARECER!!! Me quedé con un culot que llevaba puesto que parecía un
short un tanto extremado. Me di cuenta que el conductor de un coche de al lado,
estaban babeando por lo que habían visto. ¡Me daba igual! No estaba desnuda. Me
puse las gafas de sol y… aceleré el coche al máximo. Cinto veinte, ciento
cuarenta, ciento sesenta, ciento ochentas,… No tenía rumbo. ¡Eso era lo mejor!
Pararía donde mi diera la gana y… disfrutaría de aquel maravilloso día. ¿Había
mentido en el trabajo? ¡Pues sí! No lo voy a negar. Pero llevaba días, semanas,
meses haciendo más horas de las que me tocaba y me había ganado una tarde para
mí. ¡Eso era indiscutible!
Tras pasar
varios pueblos, varias carreteras de esas encurbadas
de montaña, y tras un tiempo de no ver ni un coche, paré el mío. Salí de él
y me puse a caminar hacía arriba, hacia el infinito, hacia la liberación
extrema. Mi corazón galopaba al compás infinito de mis ganas. Deseaba
emancipación de mi propia vida, deseaba huir, deseaba… sentirme libre.
Caminé sin mirar
atrás, arriba, cada vez más arriba, cada vez más lejos. Sólo podía escuchar el
aire llamarme a gritos, la voz de la montaña, la fuerza del bajo monte
vociferarme a pulmón lleno.
Desconecté tanto
que no me percaté que tras mi mirar, una lluvia se estaba formando y se
aproximaba raudamente. Me alcanzó en lo alto de la montaña. Las primeras gotas
liberaron mi cuerpo tal y como deseaba. Grité. Me liberé. Era feliz. Pero la
intensidad con la que llegaron el resto de ellas, me empezó a dar respeto.
Tenía frío y me resguardé sobre un árbol que parecía retener un poco más las
precipitaba e inesperada lluvia. Aquella escena era tan vocálica como excitante
y es que la lluvia,… siempre me denotó algo lascivo.
Noté un crujido
tras de mí. No me dio tiempo de darme la vuelta. Una mano me tapó la boca. Era
una persona fuerte, un hombre, estaba segura. No quería gritar. Todo aquello,
pese a lo peligroso de la situación, me excitaba.
Sentí mi sexo
inundarse de humedad extrema. Mis pezones se erectaron hasta el máximo posible que jamás había sentido. Me
liberó la boca. Sentí su aliento en mi nuca. Me bajó el culot e hizo que su sexo se perdiera en el mío. Fue todo rápido
pero increíblemente lascivo. Era un animal salvaje, bestia que me penetraba sin
compasión, sin medida, sin compostura alguna. ¡¡¡ME ENCANTABA! Mas era un
hombre fuerte, alguien que me conocía bien y sabía que jamás,… rechazaría a
alguien bajo la lluvia, sintiendo el cuerpo mojado por dentro, por fuera. Podía
sentir su fuerza, sus acometidas mezcladas entre gemidos y respiración
entrecortada. Yo no podía contener más mi orgasmo y me derramé como una hembra
más que satisfecha.
Siguió agrediéndome
cada vez más y más deprisa. Yo ya no contenía mis gritos, ni mis gemidos, ni mi
placer. Gritaba, aullaba, sucumbía sumisa a aquellas embestidas con derrames
incontrolados de goce supremo.
Sus golpes
sexuales contra mi culo eran cada vez más y más acelerados hasta que por fin,
mezclado con mis lasciviosos gritos,
se mezcló el suyo sobreponiéndose sobre el mío. Quedó tendido sobre mí. ¡Era
él! Otra vez. Y seguía tan salvaje como nunca. Me miraba con ojos de deseo
mientras la lluvia seguía cayendo sobre nuestros cuerpos. Aquello no era el fin
sino uno más de sus increíbles y fascinantes comienzos maratonianos de matarme
de placer. ¡Jamás lo conseguiría! Pero era fascinante sentirle morderme,
arañarme, aferrarse a mi cuerpo como lo hacía. ¡Deseaba que no parara jamás de
hacerme suya! Como y cuando quisiera. Sin pedir permiso. Sin preliminares. Sólo
sexo salvaje. ¿Hay algo mejor?
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