DESPEDIDA
SIN ADIÓS
Quiero arrancarme estos
harapos
que me han puesto pues
huelen a mortaja,
a enfermedad, a
quirófano higienizado
tras una pérdida súbita
donde el temblor
y la ausencia de una
vida que se marchó
sigue reflejada en las
baldosas blancas del mismo.
¡Yo no he muerto! No
aún.
Sólo es un malestar
súbito
que me atravesó por
entero,
que me hizo caer al
suelo,
que confunde a todos los
que quiero.
Sigo aquí, viviendo
entre una cama
con las sábanas
demasiado blancas
y la ausencia de
privacidad en un cuarto
compartido con un
extraño.
La gente que entra, sale
y que no la conozco de
nada.
¿Qué hacen tantos
extraños aquí conmigo?
Estoy bien, ya puedo
irme,…
¿Es qué nadie me
escucha?
No puedo oírme ni yo
y eso sí me asusta.
Los pitidos han empezado
a menguar
y el aire ya no es
potable para mis pulmones.
¡Dios ahora no! Tengo
tanta vida por delante.
Descarga, masaje,… todo
inútil.
– ¡Era tan joven! – ha
dicho alguien
al verme tumbado ya sin
vida.
¡He muerto! Ahora si,…
y tengo miedo, mucho
miedo,
de quedarme por siempre
aquí.
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