EL HOMBRE PERFECTO
Eres ese
que me encontró
sin buscarme.
Eres tu quien me
cita sin llamarme,
que me incita y me rebasa,
que no conoce mi nombre,
ni mi cumpleaños,
que no se perderá jamás
en lo mas profundo de mi ser.
No eres incompleto.
El hombre perfecto
lleva tu nombre
(una sabrosa mezcla
adecuada de peligro
y rubor fingido,
de caricia y latigazo,
de eventualidad
y deseo llameante).
Necesitamos de nuevo una cita.
Quiero envenenarme otra vez,
morderme el grito,
abrumarme con los gemidos,
masticar poco a poco
los minutos que nos
brinda la taciturna noche.
Me falta el aire si muerdo
la infinidad infinita de tu virilidad
jadeantemente secreta, potenciada
por un cuerpo de mujer imperfecto.
Hoy casi se paso tu día,
un día que confluye en algo
inhabitablemente duro donde la prosa
no cabe pese que dominas el verbo.
No leerás estas palabras,
ni te emocionarás,
ni vendrás a buscar el regalo
bien húmedo que guardé
en el borde de mi boca para ti.
¡Por eso eres perfecto para mí!
Algo más que nada.
Nada menos que algo.
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