Estábamos en
agosto y éramos pocos los que no habíamos cogido aún vacaciones. Entre ellos
estaba mi amigo David que las cogía la segunda quincena de agosto y la primera
de septiembre y yo que las cogía una semana después que él.
El teléfono
apenas sonaba y, como los responsables desaparecían siempre todo el mes de
agosto, nos dedicábamos a ordenar el archivo el uno frente al otro y hablar de
nuestras cosas. Luego nos íbamos a tomar algo a la máquina y al volver después
de un buen rato que no nos podíamos tomar cuando estaban todos, volvíamos a
ordenar papeles y a charlar.
Quedaban un par
de días para que él se fuera y una semana larga para que me fuera yo y me fui a
dar un masaje a un centro que me habían recomendando para soportar lo largo que
se estaba haciendo el trabajo desde semana santa hasta la fecha. ¡Me dejaron
como nueva! Me lo dio una mujer menuda pero con una fuerza increíble. Utilizó
como un aceite de almendra a la menta del que me dio una muestra.
Al día siguiente,
el olor a menta y la suavidad de mi piel eran todo uno. Llegué y enseguida vino
David con un chocolate para mí y un té al limón para él.
-
Hueles a menta.
-
Son imaginaciones tuyas.
-
Que si niña, que hueles a menta –
acercando su nariz hasta mi cuello me puso nerviosa y todo.
Le expliqué que
me habían hecho un masaje y no paró de decirme que el quería probarlo también.
Que sacara la muestra que me habían dado y que le hiciera un masaje yo.
-
¡Estás loco! No puedo hacerte un
masaje aquí y ahora.
-
¿Por qué? ¡Si no hay nadie!
-
Te tendrías que quitar la camisa –
tardó nada y menos en quitársela y quedarse con el torso al descubierto.
-
¡Estás loco David! Yo no se dar
masajes. ¿Y si viene alguien?
-
Pues ya cargaré yo con las culpas.
Anda,… dame un masajito.
-
¡Estás como una cabra! – me reí de
su ímpetu y su insistencia y saque el frasquito y me puse un poco de aceite en
la mano.
Sentada en la
silla tras de él que se había sentado a horcajadas en otra delante de mi,
empecé a deslizar mis manos por su espalda. El olor del aceite era increíble y
todo lo que tocaba lo dejaba impregnado del delicioso olor a menta. Me dijo que
siguiera y al ponerme la segunda vez, vertí demasiado en la mano. Me levanté
para que no se le mancharan los pantalones y empecé a deslizarme por sus
hombros, por su nuca y sin querer la mano se me resbaló un poco para su pecho.
El se giró de golpe y me miró fijamente. Me quedé sin habla. Jamás había visto
su mirada de tan cerca y eso me puso nerviosa a la vez que me excitó. A partir
de ese momento ya no pude concentrarme en lo que hacía pero no podía parar en
seco para que no pensara nada malo. Me senté y seguí con mucho cuidado
esparciendo y masajeando su espalda. El notaba que estaba un tanto temblorosa.
Cogió una de mis manos y la beso dulcemente. Eso hizo que un escalofrío intenso
recorriera todo mi cuerpo. Se giró en aquel momento y beso mi boca. Lo que fue
un roce de labios se convirtió en beso, que se encadenaba con otro mas intenso
y fogoso. Sus manos empezaron a perderse entro los botones de mi blusa. Dejó
entrever mi sujetador blanco de debajo y su boca, abandonó la mía para buscar
mis pezones y saborearlos lentamente. Mi placer iba en aumento. Había olvidado
donde estaba. Me dejaba llevar por aquel compañero. Desabrochó su pantalón y su
miembro inmensamente erecto, salio por la bragueta. Bajé mi cabeza y empecé a
saborearlo. El gemía y eso me excitaba más y más. Quería sentirle dentro de mí
y parece como si él hubiera escuchado mis pensamientos. Levantó mi falda y
ladeo mi tanga. Me acompañó hasta él y me puse a horcajadas introduciendo su
sexo en el mío. ¡Fue increíble! Empecé a moverme muy lentamente para poder
notar toda su excitación viril dentro de mí. Poco a poco comencé a mover mis
caderas de forma salvaje notando como su sexo seguía erectamente fuerte penetrándome y haciendo disfrutar como una loca.
No podía contener los orgasmos que me venían uno tras otro con más fuerza y
cada vez más encadenados. El gritaba de placer pidiendo que no parara de
moverme más y más y más y más y más. Noté como se derramaba dentro de mí y eso
me excitó tanto que al poco me corrí yo encima de él con un orgasmo tan bestial
como el suyo que me hizo alcanzar un éxtasis extenuante de goce.
Estuvimos el uno
encima de otro un rato más y en aquel momento que no sabemos cuanto duró, no
vino nadie, ni llamó nadie, ni nadie nos molestó. Si nos habían visto o no
nunca lo supimos pero si pudimos comprobar que el aceite de almendra a la menta
para nosotros dos, sería el afrodisíaco vital para nuestros futuros encuentros carnales.
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