La tercera entrevista y estaba muy nerviosa. Después de la
primera selección, los psicotécnicos, los juegos psicológicos, juegos de
palabras y demás,… había llegado a la última entrevista de trabajo. Tres
candidatos y sólo un puesto de trabajo. Estaba tan, tan y tan alterada que todo
me salía mal: se me habían roto las medias al ponérmelas, se me había manchado
la blusa al lavarme los dientes, no tenía ropa interior mayor que un tanga y
encima,… tenía una carga sexual muy latente. Mis antiguas compañeras de
instituto me habían dicho siempre que se aliviaban sexualmente ante de cada
examen acompañadas o en soledad. A mi no me había hecho falta nunca pero
ahora,… me encantaría tener cinco minutos para descargar mi cuerpo sexualmente
hablando.
Me puse una camisa blanca , una falda corta plisada de cuadros
grises de varios tonos, ropa interior blanca (sujetador con aros y tanga) y,
como se me habían roto las medias en plan leotardos, me tuve que poner medias
con liguero. Cogí el bolso y salí con el coche en dirección a la entrevista.
Era en las afueras de la ciudad en un bloque de oficinas enorme, de 50 pisos de
alturas. Tenía la entrevista a las once en el piso número 48. Esperé que
llegara uno de los ascensores. Abajo no había nadie esperando el ascensor. Era
grande el ascensor y cuando entré sólo había un hombre al fondo del todo. Me
subí y cuando llegó al segundo piso entró una avalancha de gente que me
empujaron hasta el final de todo. Con el golpe de gente me empujaron y con tan
mala suerte que fui a parar contra el hombre de el final del ascensor. Mi
trasero chocó con su bragueta y le pedí perdón casi sin mirarle porque me daba
un poco de vergüenza. El ascensor subía muy lentamente. Mi falda estaba pegada
a su pantalón por el exceso de gente. Su miembro empezó a crecer ante aquella
situación tan inesperada y yo, al sentir como se excitaba, empecé a humedecer
mi tanga de manera excesiva. Mis pezones se pusieron erectos, muy duros por la
excitación. El se dio cuenta y le gustó la situación tanto como a mí. Su mano
se deslizó por mi cintura y me apretó más fuerte contra su pantalón para que
sintiera la grandeza de su sexo a través del tacto escaso de la tela de nuestra
ropa. Yo no me lo creía. Estaba tan excitada que me dejé llevar por la
situación pese a que el ascensor fuera lleno. Él bajó su cremallera y yo
introduje mi mano por su pantalón para sentir su erección. Dejé su miembro al
descubierto y él, ladeo mi tanga, y con fuerza pero disimuladamente, me penetró
con fuerza. Estaba tan húmedo que entró enterita en mí y tuve que contener mi
grito de placer al sentir su inmensa polla bien adentro. Se movía con mucha
delicadeza y fuerza a la vez. Intentábamos disimular como nos dábamos placer
pero era difícil controlar los gemidos que empezaban a ser incontrolables. La
gente no salía del ascensor y yo necesitaba inclinarme un poco más para que me
penetrara con más fuerza, para poder gritar con fuerza de placer libremente,
para poder sentir sus manos en mis pechos, sus dedos en mi boca para poder
lamerlos, para poder morderlos. Por suerte todo el mundo se bajó en el piso
treinta y yo me incliné para sentirle más, más, más adentro y sentir el golpeo
fuerte de su cadera en mi trasero. Empezamos a gemir con todo la pasión
contenida que teníamos y nos dejamos llevar por gritos contenidos de deseo.
Llegamos al piso 47 y nos serenamos ambos. Yo me recoloqué todo y sin mirar
hacia atrás, salí en el ascensor en el piso 48. El siguió hacia arriba.
La entrevista fue genial porque me había relajado completamente
con aquel polvo fugaz y salvaje en el ascensor. Me contrataron y dos meses
después, cuando iba al parking a buscar al coche, me encontré con mi amante del
ascensor. Esa vez fue igual de salvaje y fugaz, contra un pilar del parking y
desde entonces,… seguimos disfrutando del sexo ocasional, intenso, ardiente,
sin palabras, sin problemas y con mucha pasión. ¡Ya tengo ganas de que nos
veamos mañana!
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