Una
silla de ruedas. Una mujer con movilidad reducida. Una farmacéutica sin sentido
de empatía, con sentido nulo de lo obvio, con un tratamiento nada correcto, con
unas maneras poco sociables. Y por último yo.
Hace
ya un tiempo que la señora Dionisia (no se llama así pero creo que, en este
caso, es mejor que los nombres sean sustituidos. Basta con nombrar el pecado y
no al pecador) necesita en su día a día, una silla de ruedas para desplazarse.
Su movilidad es reducida y su enfermedad degenerativa afecta principalmente a
sus piernas. Pese a eso, su fuerza y valentía, la ayuda en su vida y mediante
la silla de ruedas, el andador (que no siempre puede coger) y la voluntaria
fortaleza, puede llevar una vida casi del todo normal.
Hace
ya medio año, la silla de ruedas no frenaba del todo bien. Fue llevada a la
farmacia donde se compró donde les prestaron una silla de cortesía para poder
llevar esa vida corriente que os decía antes. Aquella vez fue una de las hijas
de Dionisia quien llevo la silla.
Hace
apenas varias semanas atrás (cuatro o cinco) la silla empezó a funcionar otra
vez mal a nivel de frenos (su problema anterior había sido ese). El marido de
Dionisia, Ramón, apretó los tornillos pensando que el problema estaba ahí (no
se arregló el asunto pero se moderó un poco).
El
asunto se empezó a poner peliagudo cuando dejó de frenar completamente estando
los frenos absolutamente frenados. Había que colocar la silla apoyada siempre
contra algo fuerte (tabique, coche, pared,…) o disponer de otra persona fuerte
que aguantara la silla para que no se
desplazara y no siempre era posible. La hija, volvió a hablar con la
farmacéutica, Elisa, y le dijo que cuando a mi me fuera bien, podía llevar la
silla.
Hoy,
20 de abril, he llevado, acompañada de Dionisia, la silla a la farmacia. He
entrado. No había nadie. Al poco tiempo Elisa ha aparecido. Me identifiqué. Me
dijo que dejara la silla. Dionisia estaba sentada encima (recordar lo de la
movilidad reducida). Al decirle que si me dejaba una silla de cortesía sí que
se la podía dejar, me ha mirado con cara de pocos amigos, realmente enfadada
por la petición y ha llamado a su “pareja” para que bajara una silla de
alquiler que tienen varias a disposición allí en la farmacia. No me podía creer
lo que estaba viendo. Había entrado con una mujer sentada en una silla de
ruedas, ella, Elisa, ya sabía con antelación los problemas que tiene de
enfermedad la mujer y los problemas que acarrea el no disponer de un “vehículo”
de trasporte para poder moverla de aquí a allí y pese a todo eso, se enfada no
se cabrea por pedirle una silla para poder llevármela. Entonces,… ¿Cómo se
pensaba que me iba a llevar a Dionisia? ¿A la sillita de la reina a cuesta? Una
mujer que vende artículos de ortopédicos a diario, que tiene que tener un poco
de sentido común por bandera, empatía porque trabaja con personas que tienen
enfermedades que requieren de su ayuda (aunque solo sea para la venta), me ve
entrar por la puerta con una mujer sentada en la silla de ruedas y me dice,…
¡¡¡YA PUEDES DEJARMELA!!!
MORALEJA: Inconcebible hasta donde llega la estupidez humana,
sobretodo, cuando esa estupidez, llega acompañada de enfado, irá sin sentido,
falta de sentido común, falta de respeto por el prójimo sin importar quien sea
ese prójimo.
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