Hay muchos motivos para hacer un zafarrancho de limpieza en
casa: una fiesta con amigos o con familia, para impresionar a alguien
(normalmente a un chico o a una chica o sus padres), porque hay que entrar a
vivir en lo que ante era un campo de “minas antipersona” de coleccionables más
que olvidados de los años de la catapum en una casa te han dejado o has tenido
que alquilar porque es hasta donde llegaba tu presupuesto, etc. Pero entre las
muchas explicaciones, entre los muchísimos argumentos que existen en este mundo
para hacer un zafarrancho de limpieza jamás se me hubiera imaginado que el
hecho de tener que sufrir una intervención fuera uno de ellos. Principalmente,
y mira que me pongo a pensar mucho, pero que mucho, pero que tremendamente
mucho para tener que plantearme en que planeta una operación provoca un caos de
limpieza tan grande como para tener que quedarte tres días luego en cama del
dolor de todo tu cuerpo, y por más que lo intento es que no me lo explico.
Mas una madre, esa gran mujer que todos tenemos a nuestro
lado para mostrarnos aquella sabiduría ancestral que nosotros no somos capaces
de alcanzar a ver, tiene la respuesta: “¡Pues para que te vengan a ver!” Sí,
la frase es imperativa y clara de todas todas pero,… no creo que los que vengan
a verme se fijen si las cortinas del comedor están limpias, o si los cristales
de detrás de las cortinas están limpios, o si la funda del colchón en el que
duermo, que lleva encima una bajera, encima estaré yo y por encima de mí, otra
sábana, y depende del calor, una colcha o un nórdico fino, está limpia (vamos,
que para que se den cuenta de que si la funda del colchón en el que duermo está
limpia, o me tiran de la cama y la deshacen en plan Demonio de Tasmania o no
hay cojones de ver lo que hay debajo, sin más ni más. Y vamos, digo yo que
alguien que venga a verme tras una intervención, no será tan bruto como para
tirarme de la cama sólo para comprobar esas cosas). Además, es que habría que
ser muy hijo o hija de su madre para fijarse en cosas así en vez de preocuparte
por si la persona que ha sido operada, está bien o no.
Pero bueno, a las madres es mejor no cuestionarlas y sí
mimarlas mucho. Eso sí, cuando después del zafarrancho de limpieza, cuando ya
huele todo a desinfectante que se podría operar a corazón abierto sin temor
alguno pues esta mujer limpiaría la luna si llegara a ella y dejaría la cara
oculta de esta, con un fulgor que sería capaz de cegarnos en mitad de la noche
más oscura, sale por la puerta y te dice: Y ahora no dejes entrar a nadie no
vaya a ser que te manchen. Tú la miras, te muerdes la lengua y te dices
mientras ese dolor por callarte te atraviesa desde el labio hasta detrás del
cogote: ¡¡¡ENTONCES PARA QUE LECHE HEMOS LIMPIADO TANTO!!!
En fin, querer mucho a vuestras madres pero no tratéis de
entenderlas. Sin lugar a dudas pertenecen a otro planeta en el que por
desgracia, si somos mujeres, podemos llegar a habitar algún día.
MORALEJA: Jill Churchill dijo una vez: “No existe la madre
perfecta, pero hay un millón de maneras de ser una buena madre”.
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