Había pasado más
o menos un año. Fue todo sin pensarlo o quizás pensándolo mucho pero con la
cabeza bien clara de lo que podía llegar a ser y hasta donde éramos capaces de
llegar tanto uno como otro a adentrarnos en camino que desconocíamos: ser
infieles.
Él era todo un
hombre. Simpático, dulce, encantador. Elegante de una forma que incluso cuando
iba casual, con vaqueros y una camisa cualquiera, estaba francamente
arrebatador. Tenía ciertas rarezas que
sin duda le hacían tan interesante como su cuerpo de hombre que había acabado
de estrenar los cuarenta. Alto, ojos marrones, pintando algunas canas sobre un
pelo oscuro que le hacían tremendamente atractivo a mis ojos (aunque había
llegado con un pacto conmigo misma para no llegar a decírselo nunca,… o eso era
lo que me proponía en un principio).
Habíamos
trabajado juntos un periodo tan corto como el de tres meses escasos. Se
trasladó por su bien y yo lo acepté sin más. En poco tiempo se había convertido
en una persona a la que daba gusto escuchar hablar, con la que se podía
conversar y con la que se podía bromear si que eso fuera considerado una
insinuación en ninguno de los ámbitos jamás imaginados entre un hombre y una
mujer.
El tiempo pasó y
aunque nuestros trabajos, nuestras familias, nuestros compromisos no nos
permitieron quedar de forma continuada, jamás perdimos el contacto.
Pasado los años
por fin coincidimos en un mismo sitio. El estaba tan increíble como siempre
pero sin duda los años de más le habían sentado francamente bien. Fue en aquel
momento cuando me di cuenta de que era un hombre deseable y tuve que guardar la
compostura para no peder las formas. El encuentro entre ambos fue lo esperado:
buena compañía, una charla exquisita, el intento de una foto frustrado y poco más.
De regreso a los coches, dos besos y un abrazo de despedida. Ambos nos alejamos
cortésmente como lo habíamos hecho cuando trabajábamos juntos.
La vida siguió y
no le di mucha importancia a lo que llegué a sentir al verle frente a mí en la
mesa. En ese instante fue como si cien mil vatios de potencia hubieran
atravesado mi cuerpo dejándolo prácticamente inservible. Aquel hombre, mi
compañero, quizás una persona a la que podía llamar amigo sin miedo, me atraía
de tal manera que me costaba controlar mis impulsos de hembra.
Un día mientras
conversábamos por el móvil, una tontería sobre sus vaqueros me hizo enrojecer.
Él hablaba con toda la claridad del mundo. ¿Estaba tan ciega yo como para no
ser capaz de verlo? ¡No! No podía ser. Él era increíblemente sensual y yo no
dejaba de ser la loca con una afición extraña por la música de gasolinera.
Lo dejé correr
pues no podía ser cierto. Las cosas no se repiten y pese a que lo sabía, no me
arriesgué. Él seguía siendo una persona francamente importante para mí y no
deseaba estropear nada de lo que teníamos.
Mas, para
nosotros, la oportunidad no se había esfumado. Sólo debíamos estar los dos
receptivos en el momento preciso, en el instante adecuado, y así sucedió.
No quedamos o sí
en vernos pero de forma que aún no parecía veraz ni para él ni para mí. Su mano
rodeo mi nuca y su beso se estrelló en mi boca. Así fue todo de sencillo.
Después de eso, la ropa cayó precipitadamente al suelo. Los instintos no nos
hicieron dudar en ningún momento y ocurrió lo que tenía que ocurrir: goce,
deseo, pasión, gemidos, ansias, delirios febriles,… El ardor que ambos
sentíamos se consumió entre nuestros cuerpos sedientos de ganas. Al esfumarse
todo quedó tal y como estaba. Un recuerdo dulce, un apetito saciado, una
amistad no sacrificada.
Pasó el tiempo.
Siguieron las llamadas como siempre, como antes. Los doce meses cayeron en el
calendario como si nada. Una noche el recuerdo cobró vida en mi cuerpo
inconsciente. Desde aquel instante tras despertarme sólo deseaba poder estar
una vez más a su lado piel contra piel. Mi ganas por él fueron intensas y
habían vuelto.
La otra vez,
temerosa, casi dejé todo en sus manos. Esta vez no sería así.
Alquilé una
habitación en un hotel. Mi voz distorsionada llamando a su empresa, no hizo
sospechar nada. Una reunión de última hora concertada con su secretaria para un
proyecto en el que necesitaba de su ayuda fue programada. El día sería el 19/08
y la hora, las 16h. La habitación tenía un salón adjunto. Una nota en recepción
le indicó donde le esperaban. El botones le llevo a la habitación. Todas las
cortinas estaban cerradas. Sobre la mesa del salón, un proyecto con una nota
que decía:
“Disculpe que no esté ahí en estos momentos.
Vea el proyecto y no tardaré nada en volver.
Puede pedir lo que desee y cargarlo a la habitación”.
No pidió nada,
era un profesional. Apagó las luces y encendió el proyector que empezó a hacer
un ruido raro. Arrancó tarde y mal pero era lo que tenía que hacer. Cuando
habían pasado apenas cinco minutos de la proyección todo se quedó a oscuras. Yo
estaba en la habitación ya observándolo. Cuando todo se volvió negrura, le até
las manos a la silla y le tapé la boca muy deprisa con una mordaza. No le dio
tiempo a reaccionar. Podía sentir su nerviosismo. Notaba como los latidos de su
corazón eran algo que no podía controlar. Me acerque susurrante a su oído y
sólo le dije:
“No temas nada.
Soy yo. Deseaba darte una sorpresa”.
El aspiró me
olió y al instante supo quien era. Conocía muy bien mi perfume pese el paso del
tiempo.
Le quité primero
la mordaza y tras besar su boca con pasión un ‘mala’ salió de sus labios y se
desdibujó con una sonrisa que no me hacía falta ver para conocer. Desaté sus
manos pero le tapé los ojos y le dije que confiara en mí. Me dejó hacer ahora
ya más tranquilo.
Descorrí las
cortinas para poder verle. Él no podía ver nada. Eso sí que formaba parte de mi
regalo. Besé de nuevo su boca. Mis labios fueron bajando poco a poco por su
cuello. Le encanta sentir mi lengua recorrer su piel. Empecé a desabrocharle la
camisa. Me introduje entre su pecho. Roce mi mejilla con su pezón izquierdo. Mi
boca fue en busca del derecho hasta arrancarle su primer gemido tímido. Dejé
caer su camisa al suelo mientras seguía deleitándome con sus pezones a boca
llena.
Me arrodillé
delante de la silla donde estabas sentado. Desabroché su cinturón y desabroche
los botones de su pantalón. Lo abrí dejando ver sus boxer y besé su sexo por
encima de estos. Su fuerza estaba tremendamente dura y expectante de todo lo
que estaba sucediendo cerca de ella. Le despojé de toda la ropa que le quedaba,
sin dejar de besar una y otra vez, cada pedazo de su piel que dejaba al
descubierto. Sus ojos seguían si visión, cegados por una tela que hacía que sus
otros sentidos apreciaran cada caricia intensas de manera aún más profunda.
Le ayudé a
levantarse y le pedí que se pusiera de espaldas, contra la pared, con las manos
abiertas, dándome la espalda. No me dijo que no. Hizo lo que le pedí ayudado
por mí. Mi boca se posó dulcemente sobre su nuca, mientras mis manos no dejaban
de acariciar su torso. Mis dedos jugueteaban con sus pezones que entre suaves
roces y certeros pellizcos, hicieron incrementar aún más su deseo. Mis labios
fueron bajando lentamente por su espalda, sin prisa, con calma, saboreando cada
uno de sus gemidos. ¡Me excitaba verle disfrutar!
Llegué a sus
nalgas y me arrodillé ante ellas. Estuve unos segundos haciendo que sólo
sintiera mi aliento cálido sobre su trasero. La expectación hizo volverle loco
de ganas. Saboree cada una de sus nalgas y me adentré con mi lengua
deliciosamente a través de ellas hacía su ano. Lo lamí una y otra vez sin
prisa, lenta y pausadamente, disfrutando de cada uno de sus cada vez más
intensos gemidos. Por fin su boca consiguió decir algo: ‘Me vas a matar de
placer’. Sonreí. Sabía que él era mucho hombre y que podría aguantar todo lo
que había destinado para celebrar un año más o menos después, de nuestro primer
encuentro.
Seguí con
suavidad mordisqueando con delicadeza de nuevo sus nalgas. Mi lengua buscó esa
zona entre medio de su sexo y su ano que le hizo volverse loco de gusto. Luego,
sin que él dejara de tener las manos apoyadas contra la pared, conseguí
alcanzar su sexo con destreza desde abajo mientras lo devorada como la cría
recién nacida de cabritilla buscando la ubre de su madre tomándola con premura
y delicadeza por igual. Chupé y chupé su sexo tan ansiosamente como dulcemente
hasta que su ambrosia de derramó en mi boca un grito de placer incontenible
inundó aquel salón. No me aparté de él y le bebí por entero. Deseaba saborear
su delicioso néctar hasta la última gota.
Apenas podía
sostenerse en pie tras el tremendo orgasmo sentido. Le acompañe a la cama, lo
tumbé y le quité la venda de los ojos. Estaba exhausto. Me encantó mirarle a
los ojos. Hacía un año que esperaba aquel instante.
Su cuerpo
intentaba reponerse mientras sus dedos, jugaban con mi sujetador al despiste.
Yo deseaba que descansara. No me importaba esperar. Todavía nos quedaba tiempo
de “reunión” por delante.
Pasó un rato
cuando su cuerpo, se medio incorporó en la cama buscando mis pezones. Bajó mi
sujetador y empezó a lamerlos amorosamente. Era una delicia poder sentir su
lengua deslizarse con tanta destreza. Sus manos no dejaban de acariciarme. Mi
boca no pudo contener los suspiros gozos. Me encantaba sentir sus labios sobre
mi piel. Me liberó del sujetador y intento contener mis pechos entre sus
deliciosa manos mientras se ponía sobre mí, como el jinete que monta a su
traviesa e impetuosa yegua. Intenté zafarme. Él sabía que lo haría en plan
juguetón. Me cogió por mis muñecas fuertemente con sus manos y las puso sobre
mi cabeza. Bajó su boca que se estrelló de forma impaciente contra mis labios.
Mientras me besaba, puso mis dos muñecas en una de sus manos y con la otra,
ladeo mis braguitas. Se movió con tal destreza que apenas noté cuando se
adentró en mí. Sí sentí como todo su sexo estaba completamente dentro de mí.
Siguió con mis manos apresadas sobre mi cabeza haciendo que sus caderas
controlaran todo el movimiento pélvico que me estaba llevando a no poder
contener mis quejidos de goce por más tiempo. Me derramé por primera vez. Le
gustó que tras el primer orgasmo no dejara de pedirle que no parara. Le
encantaba que le suplicara con más y más ansias, que no dejara de moverse. No
me hacía sufrir. Seguía con un ritmo constante dejando que su verga se
adentrara y saliera de mí consiguiendo que mis orgasmos se enlazaran uno con
otro sin remedio. Deseaba más y más. Él sonría. Le complacía verme gozar como
toda una hembra salvaje sin medida ni mesura. Seguía derramándome una y otra y
otra vez. Aceleró el ritmo y podía sentir sus golpeos acelerar mi deseo. Su
pelvis roza sutilmente mi clítoris. Eso me hizo perder la razón. No podía
contener mis gritos de placer que eran cada vez más y más intensos. Podía ver
como me miraba enervado de ansias otra vez. Seguía embistiéndome cada vez más y
más fuerte hasta que otro grito aún más intenso que el anterior pero por
partida doble, resonó de nuevo en la habitación.
Quedó tumbado
sobre mi cuerpo y yo bajo el suyo casi sin resuello. Por fin estaba de nuevo
saciada de él y él saciado de mí. Podríamos esperar otro año a nuestro próximo
encuentro aunque no creía que aguantáramos tanto sin vernos para gozar de nuevo
piel con piel.
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