miércoles, 20 de agosto de 2014

UN AÑO MÁS O MENOS (relato)





Había pasado más o menos un año. Fue todo sin pensarlo o quizás pensándolo mucho pero con la cabeza bien clara de lo que podía llegar a ser y hasta donde éramos capaces de llegar tanto uno como otro a adentrarnos en camino que desconocíamos: ser infieles.

Él era todo un hombre. Simpático, dulce, encantador. Elegante de una forma que incluso cuando iba casual, con vaqueros y una camisa cualquiera, estaba francamente arrebatador.  Tenía ciertas rarezas que sin duda le hacían tan interesante como su cuerpo de hombre que había acabado de estrenar los cuarenta. Alto, ojos marrones, pintando algunas canas sobre un pelo oscuro que le hacían tremendamente atractivo a mis ojos (aunque había llegado con un pacto conmigo misma para no llegar a decírselo nunca,… o eso era lo que me proponía en un principio).

Habíamos trabajado juntos un periodo tan corto como el de tres meses escasos. Se trasladó por su bien y yo lo acepté sin más. En poco tiempo se había convertido en una persona a la que daba gusto escuchar hablar, con la que se podía conversar y con la que se podía bromear si que eso fuera considerado una insinuación en ninguno de los ámbitos jamás imaginados entre un hombre y una mujer.

El tiempo pasó y aunque nuestros trabajos, nuestras familias, nuestros compromisos no nos permitieron quedar de forma continuada, jamás perdimos el contacto.

Pasado los años por fin coincidimos en un mismo sitio. El estaba tan increíble como siempre pero sin duda los años de más le habían sentado francamente bien. Fue en aquel momento cuando me di cuenta de que era un hombre deseable y tuve que guardar la compostura para no peder las formas. El encuentro entre ambos fue lo esperado: buena compañía, una charla exquisita, el intento de una foto frustrado y poco más. De regreso a los coches, dos besos y un abrazo de despedida. Ambos nos alejamos cortésmente como lo habíamos hecho cuando trabajábamos juntos.

La vida siguió y no le di mucha importancia a lo que llegué a sentir al verle frente a mí en la mesa. En ese instante fue como si cien mil vatios de potencia hubieran atravesado mi cuerpo dejándolo prácticamente inservible. Aquel hombre, mi compañero, quizás una persona a la que podía llamar amigo sin miedo, me atraía de tal manera que me costaba controlar mis impulsos de hembra.

Un día mientras conversábamos por el móvil, una tontería sobre sus vaqueros me hizo enrojecer. Él hablaba con toda la claridad del mundo. ¿Estaba tan ciega yo como para no ser capaz de verlo? ¡No! No podía ser. Él era increíblemente sensual y yo no dejaba de ser la loca con una afición extraña por la música de gasolinera.

Lo dejé correr pues no podía ser cierto. Las cosas no se repiten y pese a que lo sabía, no me arriesgué. Él seguía siendo una persona francamente importante para mí y no deseaba estropear nada de lo que teníamos.

Mas, para nosotros, la oportunidad no se había esfumado. Sólo debíamos estar los dos receptivos en el momento preciso, en el instante adecuado, y así sucedió.

No quedamos o sí en vernos pero de forma que aún no parecía veraz ni para él ni para mí. Su mano rodeo mi nuca y su beso se estrelló en mi boca. Así fue todo de sencillo. Después de eso, la ropa cayó precipitadamente al suelo. Los instintos no nos hicieron dudar en ningún momento y ocurrió lo que tenía que ocurrir: goce, deseo, pasión, gemidos, ansias, delirios febriles,… El ardor que ambos sentíamos se consumió entre nuestros cuerpos sedientos de ganas. Al esfumarse todo quedó tal y como estaba. Un recuerdo dulce, un apetito saciado, una amistad no sacrificada.

Pasó el tiempo. Siguieron las llamadas como siempre, como antes. Los doce meses cayeron en el calendario como si nada. Una noche el recuerdo cobró vida en mi cuerpo inconsciente. Desde aquel instante tras despertarme sólo deseaba poder estar una vez más a su lado piel contra piel. Mi ganas por él fueron intensas y habían vuelto.

La otra vez, temerosa, casi dejé todo en sus manos. Esta vez no sería así.

Alquilé una habitación en un hotel. Mi voz distorsionada llamando a su empresa, no hizo sospechar nada. Una reunión de última hora concertada con su secretaria para un proyecto en el que necesitaba de su ayuda fue programada. El día sería el 19/08 y la hora, las 16h. La habitación tenía un salón adjunto. Una nota en recepción le indicó donde le esperaban. El botones le llevo a la habitación. Todas las cortinas estaban cerradas. Sobre la mesa del salón, un proyecto con una nota que decía:

“Disculpe que no esté ahí en estos momentos.
Vea el proyecto y no tardaré nada en volver.
Puede pedir lo que desee y cargarlo a la habitación”.

No pidió nada, era un profesional. Apagó las luces y encendió el proyector que empezó a hacer un ruido raro. Arrancó tarde y mal pero era lo que tenía que hacer. Cuando habían pasado apenas cinco minutos de la proyección todo se quedó a oscuras. Yo estaba en la habitación ya observándolo. Cuando todo se volvió negrura, le até las manos a la silla y le tapé la boca muy deprisa con una mordaza. No le dio tiempo a reaccionar. Podía sentir su nerviosismo. Notaba como los latidos de su corazón eran algo que no podía controlar. Me acerque susurrante a su oído y sólo le dije:

“No temas nada. Soy yo. Deseaba darte una sorpresa”.

El aspiró me olió y al instante supo quien era. Conocía muy bien mi perfume pese el paso del tiempo.

Le quité primero la mordaza y tras besar su boca con pasión un ‘mala’ salió de sus labios y se desdibujó con una sonrisa que no me hacía falta ver para conocer. Desaté sus manos pero le tapé los ojos y le dije que confiara en mí. Me dejó hacer ahora ya más tranquilo.

Descorrí las cortinas para poder verle. Él no podía ver nada. Eso sí que formaba parte de mi regalo. Besé de nuevo su boca. Mis labios fueron bajando poco a poco por su cuello. Le encanta sentir mi lengua recorrer su piel. Empecé a desabrocharle la camisa. Me introduje entre su pecho. Roce mi mejilla con su pezón izquierdo. Mi boca fue en busca del derecho hasta arrancarle su primer gemido tímido. Dejé caer su camisa al suelo mientras seguía deleitándome con sus pezones a boca llena.

Me arrodillé delante de la silla donde estabas sentado. Desabroché su cinturón y desabroche los botones de su pantalón. Lo abrí dejando ver sus boxer y besé su sexo por encima de estos. Su fuerza estaba tremendamente dura y expectante de todo lo que estaba sucediendo cerca de ella. Le despojé de toda la ropa que le quedaba, sin dejar de besar una y otra vez, cada pedazo de su piel que dejaba al descubierto. Sus ojos seguían si visión, cegados por una tela que hacía que sus otros sentidos apreciaran cada caricia intensas de manera aún más profunda.

Le ayudé a levantarse y le pedí que se pusiera de espaldas, contra la pared, con las manos abiertas, dándome la espalda. No me dijo que no. Hizo lo que le pedí ayudado por mí. Mi boca se posó dulcemente sobre su nuca, mientras mis manos no dejaban de acariciar su torso. Mis dedos jugueteaban con sus pezones que entre suaves roces y certeros pellizcos, hicieron incrementar aún más su deseo. Mis labios fueron bajando lentamente por su espalda, sin prisa, con calma, saboreando cada uno de sus gemidos. ¡Me excitaba verle disfrutar!

Llegué a sus nalgas y me arrodillé ante ellas. Estuve unos segundos haciendo que sólo sintiera mi aliento cálido sobre su trasero. La expectación hizo volverle loco de ganas. Saboree cada una de sus nalgas y me adentré con mi lengua deliciosamente a través de ellas hacía su ano. Lo lamí una y otra vez sin prisa, lenta y pausadamente, disfrutando de cada uno de sus cada vez más intensos gemidos. Por fin su boca consiguió decir algo: ‘Me vas a matar de placer’. Sonreí. Sabía que él era mucho hombre y que podría aguantar todo lo que había destinado para celebrar un año más o menos después, de nuestro primer encuentro.

Seguí con suavidad mordisqueando con delicadeza de nuevo sus nalgas. Mi lengua buscó esa zona entre medio de su sexo y su ano que le hizo volverse loco de gusto. Luego, sin que él dejara de tener las manos apoyadas contra la pared, conseguí alcanzar su sexo con destreza desde abajo mientras lo devorada como la cría recién nacida de cabritilla buscando la ubre de su madre tomándola con premura y delicadeza por igual. Chupé y chupé su sexo tan ansiosamente como dulcemente hasta que su ambrosia de derramó en mi boca un grito de placer incontenible inundó aquel salón. No me aparté de él y le bebí por entero. Deseaba saborear su delicioso néctar hasta la última gota.

Apenas podía sostenerse en pie tras el tremendo orgasmo sentido. Le acompañe a la cama, lo tumbé y le quité la venda de los ojos. Estaba exhausto. Me encantó mirarle a los ojos. Hacía un año que esperaba aquel instante.

Su cuerpo intentaba reponerse mientras sus dedos, jugaban con mi sujetador al despiste. Yo deseaba que descansara. No me importaba esperar. Todavía nos quedaba tiempo de “reunión” por delante. 

Pasó un rato cuando su cuerpo, se medio incorporó en la cama buscando mis pezones. Bajó mi sujetador y empezó a lamerlos amorosamente. Era una delicia poder sentir su lengua deslizarse con tanta destreza. Sus manos no dejaban de acariciarme. Mi boca no pudo contener los suspiros gozos. Me encantaba sentir sus labios sobre mi piel. Me liberó del sujetador y intento contener mis pechos entre sus deliciosa manos mientras se ponía sobre mí, como el jinete que monta a su traviesa e impetuosa yegua. Intenté zafarme. Él sabía que lo haría en plan juguetón. Me cogió por mis muñecas fuertemente con sus manos y las puso sobre mi cabeza. Bajó su boca que se estrelló de forma impaciente contra mis labios. Mientras me besaba, puso mis dos muñecas en una de sus manos y con la otra, ladeo mis braguitas. Se movió con tal destreza que apenas noté cuando se adentró en mí. Sí sentí como todo su sexo estaba completamente dentro de mí. Siguió con mis manos apresadas sobre mi cabeza haciendo que sus caderas controlaran todo el movimiento pélvico que me estaba llevando a no poder contener mis quejidos de goce por más tiempo. Me derramé por primera vez. Le gustó que tras el primer orgasmo no dejara de pedirle que no parara. Le encantaba que le suplicara con más y más ansias, que no dejara de moverse. No me hacía sufrir. Seguía con un ritmo constante dejando que su verga se adentrara y saliera de mí consiguiendo que mis orgasmos se enlazaran uno con otro sin remedio. Deseaba más y más. Él sonría. Le complacía verme gozar como toda una hembra salvaje sin medida ni mesura. Seguía derramándome una y otra y otra vez. Aceleró el ritmo y podía sentir sus golpeos acelerar mi deseo. Su pelvis roza sutilmente mi clítoris. Eso me hizo perder la razón. No podía contener mis gritos de placer que eran cada vez más y más intensos. Podía ver como me miraba enervado de ansias otra vez. Seguía embistiéndome cada vez más y más fuerte hasta que otro grito aún más intenso que el anterior pero por partida doble, resonó de nuevo en la habitación.

Quedó tumbado sobre mi cuerpo y yo bajo el suyo casi sin resuello. Por fin estaba de nuevo saciada de él y él saciado de mí. Podríamos esperar otro año a nuestro próximo encuentro aunque no creía que aguantáramos tanto sin vernos para gozar de nuevo piel con piel.

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