Tengo que reconocer, y creo que ya lo he hecho alguna que
otra vez, que durante mi vida he intentando ser correcta en todos los aspectos
de mi vida. Ser la mejor hija, la mejor compañera, la mejor amiga,… ser la
mejor en todo. Pero no todo acababa ahí. Al intentar siempre ser la mejor
también trataba de ser la más correcta con las formas, que no tuvieran que
decir nada de mí. No beber, no fumar, no formar parte de escándalos, y pese a
estar ahí, pasar más bien desapercibida. Tengo que mostrarme de acuerdo
también, que para ser buena persona y correcta hay que ser constante. No puedes
cometer NINGÚN FALLO pues tú eres la primera que no te lo permites. Sin
embargo, para ser “mala”, para estar en boca de todos, sólo hace falta una
acción (recordar el refrán: “Por una vez que maté un perro, mataperros me
pusieron”).
Durante años, y debo de decir que han sido muchos, he
seguido este lema. No estuvo mal y tengo que decir que muchas personas se
aprovecharon de esa buena voluntad, de mi forma de ser tan afable, de esa
persona que un día fui.
Obviamente, tras los palos y los años que no pasan en
balde, al inaugurar mis treinta y siete hace apenas un mes, esa persona, YO, ya
no soy la que era. Sé que uno no puede cambiar de la noche a la mañana, pero
todo lo que había en mí que equivaldría a esa parte de que se abusaba, de la
que se reían, a la que “maltrataban”, ha desaparecido.
¡No me he convertido en un monstruo! Eso que vaya por
delante. No se trata de ser ni Campanilla ni la peor bruja jamás conocida en el
mundo (que para mí sería la de la Sirenita que se llamaba Úrsula. ¡Que pulpo
más mala era! Bueno, si era femenino tendría que ser pulpa pero eso me suena
más a zumo de fruta con tropezones). La cuestión no es parecerse a uno de los
personajes de cuentos que muchos conocen. En todo caso me he convertido en una
Yo mejorada (aunque si tuviera que buscar un símil de quien soy, en cuento,
sería una fusión de varios personajes, femeninos y masculinos por igual, que me
hacen tener la parte de perversión y bondad justa y destinada para aquellos que
verdaderamente se la merecen. A los otros,… sólo manzanas envenenadas y con
doble dosis de realidad para que se miren de una vez al espejo, si tienen
valor, y se den de bruces con la verdad cara a cara).
Ahora pensareis,… ¿Pero ha sido un cambio por cumplir un
año más? ¡No! Francamente no ha sido eso. Hace tiempo conocí a una persona que
me mostró la vida tal y como yo no era capaz de verla. Me costó mucho, pero que
mucho hacerle caso, no lo voy a negar. Con el tiempo y con varias dosis de
realidades extras, una se va haciendo, sin saberlo, un poco más dura. Sin
embargo hay un momento en tu vida se precipita a esta conversión, por llamarla
de alguna manera, hasta al borde del precipicio y de cabeza. En mi caso ha sido
empezar a ser escritora y verme censurada por ello. Si, ya sé que escribía por
aquí y que iba publicando “mis cosillas” de los que os hacía participe a todos
por igual. Pero ahora que no tengo que esconderme, que mi nombre y mis apellidos
salen en un periódico digital, e incluso mi rostro, la censura me ha enseñado
que no hace falta ser tan correcta. Que hay un momento en la vida en que la
incorrección es la forma más sublime de decir las cosas aunque duelan y sean
molestas.
En fin, la vida es corta y hay que hacer que cada día
cuente. ¡Por que cuente! Hoy y todos los días de mi vida.
MORALEJA: Alguien dijo una vez: “Cuando la vida te
presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones para
reír”.
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