martes, 26 de agosto de 2014

ROPA RASGADA (relato)





Nada fue pensado. Quizás la tensión sexual acumulada durante tanto tiempo entre él y yo había alcanzado cotas que tan sólo nuestra parte mas animal conocía.

Él me gritó y yo no pude callarme. ¡Estaba harta! ¡MUY HARTA! Le alcé la voz sin importarme que fuera mi jefe. ¡Eso no le daba ningún derecho! Cerró la puerta tras de mí mientras seguía con su retórica en voz elevada. Yo no me estaba callada. Le decía lo que pensaba sin importarme el tono de mi voz. Él se acercó chillándome. Yo aún le vociferé más alto. Se abalanzó aún más cerca. No retrocedí ni un milímetro. ¡No pensaba consentirle nada! Siguió avanzando. Podía sentir sus ojos salirse de sus cuencas con expresión de verdadero enojo. Yo di un paso al frente y seguí con mi discurso en un tono más elevado que el suyo. Me cogió por los brazos y… me besó. Le empujé para atrás sólo un poco. Le besé yo. Arrancó mi blusa. Yo le extirpé su camisa a jirones mientras buscaba apresuradamente bajarle la bragueta. Sentí como arremetía de un golpe mi cuerpo contra la pared. Me arrebató las bragas de golpe y metió su verga fuertemente en mi sexo. Sus acometidas fueron certeras, rápidas, verdaderamente deliciosas. Podía sentir la furia de todo su ser liberándose en sus caderas mientras clavaba y desclavaba una y otra vez su sexo en el mío. Me empotraba con tanta vigor que sentía que podía salir por el otro lado de la pared en cualquier instante. Mis gemidos alcanzaron cuotas de ardor nunca escuchado antes. Su cara de obseso salvaje, de hombre primitivo abocado al acto más impuro jamás imaginado, me estaba dando tanto morbo que no paraba de encadenar un orgasmo con otro. Le daba igual mi goce, lo podía ver en sus embestidas, pero sin saberlo me estaba poseyendo como jamás nadie lo había hecho nunca. Seguía y seguía sin derramarse. Yo gozaba como una hembra en celo de un macho más que sobrado en la maestría de la jodienda. Vi como todo su rostro se tensaba y las venas de todo sus ser se inflamaban. Le agarré la cara para que me mirara fijamente y acto seguido, cerró los ojos con fuerza y se derramó dentro de mí con tanta energía contenida, que sentí como su eyaculación me empujaba hacía atrás con una fuerza de salida increíble mostrando todo lo que su ser se había contenido. Nos recompusimos y la tarde fue mucho más tranquila.

Lo necesitábamos y sólo hicimos lo que era más coherente: liberarnos de nuestras desmesuradas ganas de sentirnos saciados.

Los siguientes días fueron mejor y es que una cosa está clara: no hay nada peor que contener a una bestia durante mucho, mucho, muchísimos tiempo, dentro de una jaula demasiado pequeña.

¡Liberad a vuestra bestia interior! Ella también necesita expresarse.

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