Nada fue
pensado. Quizás la tensión sexual acumulada durante tanto tiempo entre él y yo
había alcanzado cotas que tan sólo nuestra parte mas animal conocía.
Él me gritó y yo
no pude callarme. ¡Estaba harta! ¡MUY HARTA! Le alcé la voz sin importarme que
fuera mi jefe. ¡Eso no le daba ningún derecho! Cerró la puerta tras de mí
mientras seguía con su retórica en voz elevada. Yo no me estaba callada. Le
decía lo que pensaba sin importarme el tono de mi voz. Él se acercó
chillándome. Yo aún le vociferé más alto. Se abalanzó aún más cerca. No
retrocedí ni un milímetro. ¡No pensaba consentirle nada! Siguió avanzando.
Podía sentir sus ojos salirse de sus cuencas con expresión de verdadero enojo.
Yo di un paso al frente y seguí con mi discurso en un tono más elevado que el
suyo. Me cogió por los brazos y… me besó. Le empujé para atrás sólo un poco. Le
besé yo. Arrancó mi blusa. Yo le extirpé su camisa a jirones mientras buscaba
apresuradamente bajarle la bragueta. Sentí como arremetía de un golpe mi cuerpo
contra la pared. Me arrebató las bragas de golpe y metió su verga fuertemente
en mi sexo. Sus acometidas fueron certeras, rápidas, verdaderamente deliciosas.
Podía sentir la furia de todo su ser liberándose en sus caderas mientras
clavaba y desclavaba una y otra vez su sexo en el mío. Me empotraba con tanta
vigor que sentía que podía salir por el otro lado de la pared en cualquier
instante. Mis gemidos alcanzaron cuotas de ardor nunca escuchado antes. Su cara
de obseso salvaje, de hombre primitivo abocado al acto más impuro jamás
imaginado, me estaba dando tanto morbo que no paraba de encadenar un orgasmo
con otro. Le daba igual mi goce, lo podía ver en sus embestidas, pero sin
saberlo me estaba poseyendo como jamás nadie lo había hecho nunca. Seguía y seguía
sin derramarse. Yo gozaba como una hembra en celo de un macho más que sobrado
en la maestría de la jodienda. Vi como todo su rostro se tensaba y las venas de
todo sus ser se inflamaban. Le agarré la cara para que me mirara fijamente y
acto seguido, cerró los ojos con fuerza y se derramó dentro de mí con tanta
energía contenida, que sentí como su eyaculación me empujaba hacía atrás con
una fuerza de salida increíble mostrando todo lo que su ser se había contenido.
Nos recompusimos y la tarde fue mucho más tranquila.
Lo necesitábamos
y sólo hicimos lo que era más coherente: liberarnos de nuestras desmesuradas
ganas de sentirnos saciados.
Los siguientes
días fueron mejor y es que una cosa está clara: no hay nada peor que contener a
una bestia durante mucho, mucho, muchísimos tiempo, dentro de una jaula
demasiado pequeña.
¡Liberad a
vuestra bestia interior! Ella también necesita expresarse.
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