SUSURRO
A CONTRALUZ
No compartimos más
que eso:
un susurro a
contraluz.
Un teléfono que
sonaba de tarde
en tarde y
simplemente para preguntar:
“¿Qué
tal te ha ido el día?”
Las estaciones no
cambiaron aquellas
citas telefónicas,
que a fuego lento, iban
haciéndose cada vez
mas dulces.
Eran el veneno y su
cura, sin
ganas nunca de
curarse y deseando
envenenarse cada día
un poco mas.
El sonido de aquel
teléfono móvil
se convirtió como
en reclamo
de auxilio que
verdaderamente
desconozco
a cual de los dos ayudaba.
Un viernes la dulzura
se convirtió en
algo lúgubre
y vacío de sentido.
¡Un mensaje y la voz
desapareció para
siempre!
Parece que fue ayer,
pero ya pasaron
muchas
horas y
desengancharme
de una droga que
corrió
tantos días por mis
venas,
cuesta demasiado.
Con los efectos del
mono
escribo estas líneas
con la esperanza de
que
algo de lo que nunca
hubo salga de mi
cuerpo
de mujer, de hembra.
Sólo el vacío que
nadie
llenará queda al
final.
Ahora medio cuerda
y medio sobria, es
cuando comprendo que
aquello
nunca debió
haber existido.
¡Esa voz jamás
volverá
a sonar en mi oído!
(¡Ojala me llamara!)
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