DIOS DE LA NICOTINA
Fumo un cigarrillo
mojado por otros labios
mientras el sol
se pone en el horizonte.
Su ceniza mancha
mis pies mientras
el rumor azul del océano,
se lleva una tierra
perdida en otro cuerpo,
nunca el mío.
¿Dónde está mi arena?
¿Dónde mi cigarrillo húmedo?
¿Dónde mi sol naciente?
Todo huele olvido en esta playa.
Las conchas lloran entre
rocas malhumoradas.
Alguien llamó a la luna,
que no cumplió sus órdenes.
La monotonía engreída lo anega todo
y duele horrores
escucharla
entre tanta bruma de recuerdos marchita.
Le doy otra calada.
¡Me hipnotiza el naranja llameante!
Lo miro fijamente mientras su
ardor prendido me incita a confesarme.
¡Perdóname humo porque he pecado!
Quiero confesar que sueño,
que vivo alegre
prestada en otra existencia,
que, pese a todo, me siento viva.
Me castiga rezando diez
veces un “Te quiero”,
pero olvidé la letra y la tonada.
¡Me castiga con su llama!
Suelto los restos mojados
lanzándolos con rencor al suelo.
¡Que cruel es el Dios de la nicotina!
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