Le miré a los ojos y no tuve que decir nada.
Ya estaba todo dicho. Intentó bajar la mirada. Su orgullo se lo impidió. Decidí
girarme por última vez. No me retuvo,… no tenía fuerzas para enfrentarse a la
verdad (definitivamente ya era demasiado tarde. Hacía tres meses que ya era
demasiado tarde. Los cuchicheos, las mentiras, los falsos pretextos, los
mensajes, las ventanas cambiadas del ordenador una y otra vez si yo entraba sin
avisar en nuestra habitación, ya eran un hecho tangible. Había un nombre. Había
un rostro. Había otra persona que no era yo aquel día señalado. ¡Todos le
vieron! Besándola, acariciando su rostro, abrazado a ella,… y otras cosas que
se callaron seguro que para no hacerme daño. ¡Yo nunca les creí! Nunca pensé
que eso pudiera pasarme a mí que había centrado toda mi vida en hacerle
completamente feliz. Nunca una mala palabra. Nunca un reproche. Nunca un no a
nada. Toda mi vida entregada para ser suya en cuerpo y alma. ¡No fue
suficiente! Aún recuerdo cuando todos me decían que hasta la perfección cansa. ‘¿Perfección? ¡Yo no soy perfecta!’ les
decía porque era la verdad. Todos ellos siempre le decían: ‘Desearíamos lo que tu tienes’ y él, orgulloso, me miraba, me
abrazaba con fuerza, como si tratara de hacerme daño pero sin hacerlo, para
demostrarles que yo era sólo suya, solamente suya. Días después uno, no pudo
resistir la tentación de probar lo que le pertenecía a él, sólo a él y a
sabiendas que yo no cedería sino es porque estuviera dolida, me llevó al lugar
donde se habían citado con el pretexto de que habíamos quedados todos para una
fiesta sorpresa ahora no recuerdo muy bien para quien. Nos sentamos en una
cafetería. Yo estaba de espaldas a la puerta. Cuando entró con ella no me vio
ni yo a él. Se sentaron y sentí su perfume pasar muy cerca de mi. Algo, no
recuerdo muy bien el que, recorrió todo mi cuerpo de los pies a la cabeza. Se
sentaron dos mesas mas allá y él, de espaldas a mi, le hablaba con palabras que
yo ya conocía de cuando yo había sido la primera, la única, la de un ayer que
él ya había olvidado. No podía ver su rostro aún y pese a escuchar su voz, pese
a sentir su aroma a mi alrededor no podía creerlo. Mi acompañante no decía
nada. Eran tantas las veces que me lo habían dicho todo que ahora, sólo, se
conformaba con ver mi reacción si es que la había. Quería levantarme de la
silla. ¡No pude! Quería acercarme y ver que no era él para decirles a todos los
que habían dudado que,… se equivocaban. ¡No tuve valor! El se giró a recoger
algo que se le había caído a ella un poco más allá al suelo y me miró. Se quedó
helado. ¡Todo era verdad! Un verdad incómoda pero verdad a fin de cuentas. Me
levanté, salí de la cafetería y no volví la vista atrás).
Me apartaba y no miré hacía atrás. Le amaba,
pero el dolor era tan grande que no podía ceder en el último adiós.
Caminé hacia delante, sin recordar muy bien
si había venido en taxi o en metro. No recordaba ni que camino había cogido
para llegar a los juzgados y no me pareció extraño. Ahora era una brújula sin
norte y sin aguja que me guiara. ¡Estaba perdida! ¡Esta sola! ¡Esta vacía!
Me dije,... ‘Los que me amaban, han querido
este final para mi. ¡Que alegría tenerlos a mi lado! Sin ellos, quizás, ahora
sólo sería una mujer felizmente engañada’.
Lloré una última gota y empecé a andar sin
rumbo pero feliz de ver cuantos me querían los que me rodeaban. ¡Ya estaba
sola! Ese era mi premio por amarles.
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