Era principios de junio cuando empecé a trabajar después de un
paro casi de dos años. Era raro tener que trabajar en vacaciones después de
tanto tiempo. Ver como la gente empezaba los preparativos para ese periodo
estival me ponía un poco los dientes largos. Lo único que me gustaba de las
vacaciones era que los jefes, los responsables y departamentos de demás, se
iban y podías trabajar un poco más tranquila, sin tanta presión laboral por
parte de los que tienen galones.
Había llegado el mes de julio y los primeros en irse de
vacaciones de despedían de sus compañeros con la tez blanca, los cuerpos
agotados y las caras de alegría.
El mes de julio fue cálido. Apenas podría aguantarse con una
camiseta de manga corta y un pantalón pirata fino. Daban ganas de ponerse
alguna camiseta de tirante, algo fresquito pero aún había demasiados jefes como
para ser un poco indecente con la ropa.
Pasó julio y en la empresa empezaron a llegar rostros morenos,
cuerpos bronceados, caras tristes pero descansadas. Los de agosto tomaron en
relevo a sus compañeros y fueron desfilando para su libertad bajo el sol.
Cuando empezó el agosto el sol dentro de la oficina era
agobiante. Apenas quedaban responsables pero había que guardar el decoro en la
oficina.
Ya no había ni jefes ni compañeros cuando llegó la segunda
semana de agosto. La tarde era tranquila ya que muchos hacían jornada intensiva
(eran pocos los privilegiados pero muchos, que por falta de control, se tomaban
la licencia de faltar por la tarde).
Llegó el viernes y yo no podía aguantar aquellos días ardientes
que nos estaban dejando casi sin fuerzas a todos los que teníamos que pasarlos
trabajando en una oficina. Rebusqué en el armario y cogí una camiseta de
tirantes blanca muy fina y fresquita. Parecía casi trasparente pero era los más
cómodo para un viernes laboral. También cogí un pareo de vestir blanco y negro
que me llegaba un palmo por encima de las rodillas. Siempre me había resultado
sugerente y sensual porque sólo, con desatar el lazo con el que estaba retenido
en la espalda, se caía al suelo grácilmente. La ropa interior blanca y fresca,
con un sujetador tipo balconet que dejaba el pecho insinuante y servil para los
ojos de los desconocidos. Unas sandalias finas, blancas eran el complemento
perfecto para no sufrir ni calor ni siquiera en los pies.
Me fui a la empresa segura, tranquila, relajada. Cuando llegué
al trabajo no había apenas nadie. A medida que fue avanzando la mañana, seguro
que por ser viernes, ni sonaban los teléfonos y apenas había una persona por
departamento. Me sentí segura y me puse el MP3 que llevaba en el bolso para
escuchar un poco de música. Había seleccionado unos ritmos muy veraniegos para
poder ir a trabajar contenta y despreocupada. Empezaron a sonar en mis oídos y
mi cuerpo se empezó a mover sólo pero discretamente. ¡Siempre me había gustado
bailar!
Llegaron las 15h de la tarde y la poca gente que quedaba, fue
desfilando para sus casas. Media hora más tarde sólo quedaba yo en la oficina.
Seguía escuchando la música y haciendo mi trabajo. Tenía que escanear muchos
informes y, como no sonaba el teléfono, me puse el MP3 en los dos oídos mirando
fijamente la luz de llamada de vez en cuando mientras escaneaba los todos los
documentos.
En mi reproductor de música empezó a sonar QUE EL RITMO NO PARE
de Patricia Manterola y todo mi cuerpo no pudo contenerse. Los pies seguían el
ritmo, las caderas parecían ser acompañadas en sus movimientos por las manos
invisibles de la música. En poco tiempo no era consciente de lo que me rodeaba
y me movía de forma sensual delante de la fotocopiadora mientras iba escaneando
los papeles. Salí de mi ensoñación cuando una mano me tocó en el hombro. Era Cristian,
un responsable que me avisaba de que había llegado para que no me asustara.
Tras él estaba también Ricardo, otro responsable de estructura y Toni el
responsable de la división de Rubí. Sus ojos parecían sobresaltados al verme al
igual que yo al ver sus rostros. Cristian me dijo que había un problema con una
obra y necesitaban todos los informes de la misma para poder arreglar el
entuerto: de materiales, de estructura, de hormigón, de aguas, de cementos, de
instalaciones,… ¡Todos! Busqué la referencia que me dieron y ellos se metieron
el despacho de Toni con los portátiles. Los tres se sentaron alrededor de la
mesa redonda que había en el despacho.
Me metí en el archivo y saqué todo lo que me pidieron. Los cogí
todos y los fui llevando como pude al despacho donde estaban. No se como, cogí
demasiado una de las veces y al entrar por la puerta, caí al suelo esparciendo
todas las hojas por doquier. Los tres me ayudaron a recogerlos y me preguntaron
si me había hecho daño. Les sonreí y les dije que sólo en mi orgullo. Tenían
unas caras diferentes. Vestían con polo de color azul, blanco y amarillo y
tejano desgastado con bambas de deporte. Su semblante, pese a todo, era
despreocupado y eso les daba un aire de calidez, de sensualidad, de atractivo
especial. Mientras me ayudaban a recoger los papeles, noté la mano de uno en mi
mano, la de otro en mi otro brazo para ayudarme a levantarme y la mano del
último rozar sin querer mi pecho al dejarme lo que había recogido sobre lo que
yo había rescatado del suelo. Aquella situación y el sentir sus manos por mi
cuerpo aunque sólo habían sido pequeños roces, hizo acelerar mi corazón y
empezar a ver a aquellos jefes como nunca los había mirado, como hombres
activos y apetecibles sexualmente hablando.
Me fui a buscar los últimos informes solicitados pero mi mente
sólo podía pensar en aquellos hombres que estaban a solas, en una oficina, en
un despacho y sólo para mi si yo deseaba. ¡Y yo empecé a desearlo! Me empezaba
a quemar por dentro el deseo.
Entré en el despacho y mi cuerpo estaba todo revolucionado. Mis
pezones estaban completamente erectos y me sonrojé cuando fui consciente de
ello una vez dentro. Cristian me miró y sentí enrojecer todo mi cuerpo de la
cabeza a los pies. Se levantó y me cogió dulcemente la mano. Me giré hacia la
puerta para salir pero no me soltaba la mano. Sus ojos eran dulces y sabía que
no me haría nada. Vino hacia mí. Su cuerpo estaba en mi espalda y pude notar
como empezaba a acelerarse su respiración. Su otra mano apartó mi pelo de la
nuca y empecé a sentir sus labios en mi piel. No podía ver ni a Toni ni a
Ricardo pero sabía que estaban allí y eso acrecentaba mi deseo y mis ganas.
Los labios de Cristian fueron avanzando poco a poco hasta llegar
a mis labios y otros tomaron su relevo en mi nuca. No sabía si eran de uno o de
otro pero si que ese roce hacía que mi deseo creciera. La boca de Cristian fue
moviéndose hacia un lado y la que estaba detrás empezó a avanzar posiciones
hasta llegar a mis labios. Era Toni el que me besaba ahora mientras las manos
de Cristian se metían por debajo de mi camiseta y alcanzaban mis pezones. Ricardo
era el que estaba en mi espalda ahora y hacía que mi nuca estuviera
completamente deleitada con todas las caricias recibidas. Toni bajo sus manos a
mis caderas y se ladeo un poco para que Ricardo llegara a mis labios. Cristian
se quitó el polo y los otros dos le siguieron. Se colocó después tras de mi y
me quitó la parte de arriba. Ricardo y Toni se lanzaron a mis pechos y ladearon
las copas del sujetador mientras con sus bocas devoraban mis erectos pezones
con deseo. Yo gemía de placer una y otra vez. Se despojaron de sus pantalones
los tres, de los zapatos del resto hasta quedarse en los tres en slip. Cristian
atacó el lazo que ataba mi pareo y este cayó al suelo mientras sus manos
acercaban mi trasero a su sexo cubierto aún. Mis manos alcanzaron el sexo de Toni
y Ricardo que estaban delante de mí acariciando todo mi cuerpo. Tenían sus
penes duros, firmes, llenos de deseo contenido. Mi sexo se humedecía al sentir
su virilidad entre mis manos, sus gemidos rodeándome mientras mi mano se movía
acompasadamente incrementando sus ganas.
Cristian me desató el sujetador desde atrás y mis pechos
quedaron en libertad mientras las manos de Toni y Ricardo los acariciaban con
una y con la otra se deslizaban por mi cuerpo hambriento. Sentí como alguien me
despojaba de mis braguitas y cuando abrí los ojos estábamos los tres sin ropa
alguna. Cristian se acercó a mi trasero y lo penetró con deseo. Mis manos
seguían acariciando los sexos de los otros dos que gemían deseoso de adentrarse
en mí. Entre gemidos me incorporé hacia adelante y empecé a lamer de forma
alterna los sexos de Toni y Ricardo. Cristian seguía llevándome con sus
embestidas acompasadas al nirvana del orgasmo una y otra vez.
Me acerqué al sexo de Toni y empecé a lamerlo entero, chupando
el glande, deslizando mi lengua por cada centímetro de su virilidad creciente.
Mientras mis manos seguían poniendo a tono a Ricardo esperando que su sexo me
penetrara con deseo y fuerza. Sentí como la leche caliente de Cristian se
derramaba en mi trasero mientras Toni lo hacía en mi boca. Me incorporé y los
dos que se habían derramaron dejaron paso al que aún no.
Ricardo me cogió de la mano y se sentó en una de las sillas que
había. Su sexo estaba a punto de estallar cuando me puse a ahorcajadas sobre él
y sentí su sexo adentrarse en mío. Me movía como si mis caderas siguieran el
ritmo de una salsa, de un merengue, de un reggaeton. Él no paraba de gemir y
los otros dos, nos miraban con deseo creciente. Yo me derramaba en su virilidad
mientras el gemía más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más, y más,
y más, y más, y más, y más,… hasta que sentí su ambrosía ardiente desaguarse en
mi interior.
Toni se acercó a mí y me beso en los labios mientras Cristian y
él me ayudaban a levantarme de encima de Ricardo. Toni se puso tras de mi y
note su sexo firme, duro adentrándose entre mis nalgas. Cristian se acercó a mí
y penetró mi sexo húmedo, caliente, lleno de fuego. Los dos me penetraban
acompasadamente haciendo incrementar mis ganas con sus gemidos, con sus envestidas
certeras y sensualmente firmes. Me estaba poniendo cada vez más y más cachonda.
Mis gemidos, mis gritos ya no los podía contener. Ricardo se había recuperado y
se acercó a nosotros tres. Mis manos se deslizaron hacia su sexo firme otra vez
mientras Toni y Cristian seguían haciendo arder mis ganas con más leña. Los
tres gemían de forma desacompasada. Yo ya no gemía sino que gritaba como una
posesa poseída por tres penes hambrientos, dos envistiéndome cada vez con mas
fuerza, más rápido y otro duro, firme que recibía mis caricias con deseo que
creía más, más y más. Sentí como casi a la vez se derramaban los tres y yo
culminaba mis ganas con un grito sofocado de placer supremo. Los tres caímos
rendidos en la mesa redonda y nos quedamos allí un buen rato.
¡Fue algo increíble! No estaba aún al cien por cien de fuerzas y
no pensaba más que el volverlo a repetir con aquellos tres dioses del sexo.
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