SILENCIADOS
Suenan las doce en un reloj cercano. El
aliento se contiene. Las miradas están en el cielo. La luna de Nissan, la
primera de la primavera, ilumina la noche. ¡Ha llegado la madruga!
Laten los corazones. Se aceleran y se paran
con un afecto tan grande, que para aliviar el sufrimiento, los ojos descargan
en llanto la emoción incontenida del que ama el amor, del que ama la religión,
del que no es fervoroso sólo un día al año sino los trescientos sesenta y cinco
días de este.
El aire huele a cirio, a vela quemada, a
flores, a terciopelo, a llanto, a verde, a reja, a balcón, a silencio,…
Huele inmensamente a añoranza, a ternura, a camino,
a belleza, a cariño, a pena, a grito comprendido,…
Huele grandiosamente a madre abatida, a dolor
por la pronta perdida de su hijo, a noche callada, a aplauso, a emoción, a
bordado, a capirote, a penitente, a nazareno, a costalero,…
Sevilla se llena con la fuerza de la ESPERANZA que es lo
único que no se pierde, que traspasa la distancia, que traspasa la infinidad de
una pantalla para hacer que el cariño, llegue desde lejos, desde cerca, a
reflejarse en cada pliegue de un manto tejido infinitamente por la pasión
devota del afecto.
Hay muchas personas que no lo entiende. ¡Es
respetable! Cuando el amor es tan grande hasta la falta de entendimiento es
comprensible. Nadie ve con mis ojos lo que yo veo. Nadie esta dentro de mi.
Nadie puede quedarse o detenerse en el momento exacto que mi alma se contagio
de este fervor tan grande que inunda todo mi ser pese a la distancia.
Un grito al unísono:
“¡AL CIELO CON ELLA!”
El trono sale. Las puertas se cierran. La
basílica se queda vacía, sola, sin madre.
Mi cara es un reguero infinito de océanos de
amor incontrolable. “¿Cuándo podré yo verte de cerca madre?”
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