Había
pasado mucho tiempo. Ese momento había sido extraño, diferente pero gratamente
recordado por mí. Fue una liberación. Recordaba su aroma. Recordaba su cuerpo.
Recordaba sus besos, su tacto, su fuerza, su impetuosa sonrisa malévola. Recordaba
una luna pintada de azul coronando el cielo, un cielo privado reservado para
nosotros.
La
excusa para no volver a vernos en meses fue su trabajo y mi imposibilidad de
viajar. Pasaron los días y los meses.
El
teléfono sonó un día porque sí. Una entrevista con posibilidad de trabajo. Pedí
prestado dinero y viajé para poder conseguir una oportunidad en un nuevo mundo
que no daba oportunidades.
Cuidé
cada detalle como si se tratara de algo único y excepcional. Llegué a la puerta
de la empresa con ilusión renovada. ¡Una oportunidad! Sólo eso importaba. Tener
una nueva oportunidad.
La
puerta se abrió y dos hombres me hicieron la entrevista. Todo fue correcto. Me
dejaron rellenando unos psicotécnicos y pruebas de agilidad mental. Pasó una
hora desde que me dejaron a solas hasta que la puerta se volvió a abrir.
Entregué toda la documentación debidamente rellenada junto con mi curriculum y
mis cartas de recomendación de empresas en las que anteriormente había
trabajado. Me había levantado para marcharme cuando me dijeron que me esperara
unos minutos. Al cabo de un rato, se abrió la puerta y era él. Me miraba con
superioridad y contento de verme. Yo creí que estaba viendo visiones. Cuando su
voz dijo,… “Ves como si que podías venir a verme” todo mis ser recibió un duro
golpe de realidad. ¡Todo había sido un engaño! Un estúpido y absurdo engaño que
el había tramado aún no sabía muy bien para que.
Salí
de aquella sala apresuradamente sin dirigirle la palabra. ¡Le odiaba! Le odiaba
profundamente por haberme dado esperanzas. Pero no quería hacerle daño o si.
Estaba demasiado indignada con él como para saber cual eran mis verdaderos
sentimientos de ira y en que grado de rencor oscilaban contra su persona.
Me
alcanzó y me cogió del brazo. Me zafé de su mano con un golpe seco. Deseaba
salir de allí y revertir mi rabia contra una puerta, contra una pared, contra
la nada que se mueve entre un punto y otro movida por el aire.
Me
agarró más fuerte y me dio la vuelta para frenarme y que le mirara. No grité
nada, no dije nada pero no dejé de luchar para soltarme de su prisión de
brazos. Conseguí soltar una mano y le abofetee su necia cara de niño travieso.
El me devolvió la bofetada. Intentó besarme y le mordí. Volvió a acercarme su
boca a mi boca y casi consigo morderle por segunda vez. ¡No iba a perdonar
aquella mala jugada!
Me
soltó y por fin escapé hacia la puerta. Faltaba un metro para escapar y me
apresó por la espalda con mucha fuerza. No podía ni siquiera moverme. Me
murmuró que me calmara. Me susurró que le perdonara. Me pidió que dejara de
hacerme daño. Me reclamó que no se lo tuviera en cuenta. Un dulce beso en el
cuello. No me volví ni para mirarle cuando me soltó.
Jamás
supe si fue deseo o perversión. No le he perdonado pues no hay nada que
perdonar. ¿Nos volveremos a ver? Sólo el destino lo sabe. Se que era maestro,
era perverso, era lascivia a la segunda potencia sublimemente cincelada en un
cuerpo prefecto de hombre. Hubo un error y lo reconoció. ¡Eso era lo mejor! Su
humildad, ese deseo callado del poder en sus manos.
¡Perversiones!
No son nada malas si son junto a él.
No hay comentarios:
Publicar un comentario