Mi realidad era un vaso de cristal. A veces lo había pasado
de un lado al otro sin importarme que se rompiera. Otras veces, otros habían
intentado arrebatármelo en forma de juego. Pese a toda su fragilidad, jamás se
había roto hasta aquel día. Lo había envuelto aquel día entre decenas de
plásticos de burbujas, centenares de porexpan con formas indefinidas, miles de
cajas y más cajas para dejarla completamente protegida de todo. Pero jamás se
puede proteger la realidad de uno como si de un utensilio de cocina fuera.
Aquel día fue uno como cualquier otro. Me levanté, me
duché, me vestí, preparé el desayuno y me preparé para salir. Antes de que
alcanzara la puerta, sonó el timbre. ¡No era algo habitual! Normalmente nadie
llamaba a nuestra puerta y eso nos gustaba. La abrí con cierto recelo y me topé
de golpe con dos hombre uniformados con trajes oficiales de aquellos de estado
o de miliares. ¡Jamás los había visto! Insistieron en entrar y que me sentara.
En aquel momento me dí cuenta de que me iban a decirme algo que no me gustaría
(normalmente, cuando alguien insiste en que te sientes, es para dispararte un
tiro a bocajarro con un jarro frío de realidad).
Me senté y me sentí fría incluso antes de recibir la
noticia. El vaso, mi realidad francamente guardada entre mil cojines de plumas,
se rompió en millones de cristales rotos en un estallido mortal contra el
suelo.
Él, mi alma gemela, mi otro yo, había sido secuestrado en
una ciudad que no podían revelar. Sólo alcancé a decir que se habían equivocado,
que no podía ser él. ¡Mi pareja trabaja
de comercial! Viaja pero no va a países problemáticos. ¡Me equivoqué! Mi
pareja era un militar. Un militar que me había engañado por el bien de su país.
Entré en estado se shock. ¡Diez años de mentiras! Resonaba esa exclamación en mi cabeza una y
otra vez. ¡Diez años de mentiras! Se
repetían como un eco angustioso que invadía todo mi ser por completo. ¡Diez
años de mentiras! Sin nombre, sin apellido, sin vida,… Toda una farsa tan bien
montada que me la llegué a creer hasta yo. ¡Diez
años de mentiras! Y una vida, una realidad, despezada contra el suelo de
nuestro hogar. ¡Diez años de mentiras!
No podían responder a nada, ni aclarar mis dudas, ni
consolar mis angustias, ni nada. Ni siquiera sabían si podían rescatarlo de sus
captores. ¿Cómo empiezas una vida después de desvelar que todo era una gran
mentira? ¡Diez años de mentiras! Esa
era mi realidad…
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