Había
amistad. Yo la sentía. Las cartas para darle mi cariño, ese apoyo que todo el
mundo necesita cuando la vida te pone una y otra vez la zancadilla, le llegaban
cada semana sin remedio. Si tenía un mal día ella se presentaba con una rosa a alegrarme
pero yo no veía la rosa sino su gesto, su mirada sincera, su forma tan especial
de ver un mundo.
Había
afecto. Yo la vivía. En cada señal, con cada palabra, con cada movimiento de su
abrazo al apretarme fuerte contra su pecho (eso no se puede fingir,… eso se
sentía. En cuestión de amistad, la peor actriz, jamás podría aparentar algo tan
grande como lo que había entre ella y yo).
Había
cariño. Yo la creía. Me decía que era alguien especial. Le explicaba que era
una mujer digna de todo lo que el presente le negaba. Me hablaba como si fuera
algo más que una hermana para ella. Yo no necesitaba decírselo porque ella lo
sentía con mi ternura.
Cuando
el verdadero amor llamó por fin a su puerta, me dejó que pudiera compartir con
ella la alegría primitiva que centelleaba en sus ojos con inmenso respeto
(luego a solas, lloraba porque yo lo sabía desde ese instante,… ¡Mi niña iba a
ser una gran esposa (pues ese había siempre sido su deseo)! Había encontrado a
su alma gemela).
Caí
en un colosal desaliento vital y no deseaba ver a nadie. En mis profundidades
no necesitaba a nadie. ¡Ella no me dijo nada! Cogió su valentía de veinteañera primeriza, bajó a las
profundidades de los infiernos y me trajo con mucha fuerza, más de la que yo
hubiera esperando de nada, al mundo realmente doloroso con una fuerte bocanada
de aire fresco.
Me
tendió una mano enorme cuando el camino laboral se complicaba por completo.
Jamás creí que aquello pudiera ser una gran farsa. Nunca hubiera imaginado que
fuera eso el fin de todo o el principio de mi claridad ofuscada durante mucho
tiempo (cuatro años y ciento sesenta y siete días ciega por una amistad aparentada).
Quién sesgo lo nuestro estaba de mas (aún no se si
realmente existió ese alguien). Una lengua maldita, unos celos henchidos de
locura, una verdades mal expresadas, acabaron con aquello que parecía tan
sólido como la más grande de las montañas. La dinamita fue cimentada muy abajo
y con un chasquido de nada, lo convirtió todo en millones diminutos de
segmentos destrozados.
Algunos, los pocos que conocían nuestra triste
historia, dijeron que no se lo creían pese a ver la actitud, las pruebas, los
escritos malintencionados que surgieron de sus manos destrozándome por
completo.
¿Una maldición? Yo creía en ellas. No puedo negarlo.
Ella alargó unas tijeras con sus manos. Aquello seccionó para siempre lo
nuestro.
Muchas veces me pregunto si hubo algo real durante
aquellos más de cuatro años juntas. La respuesta nunca llega pero yo notaba que
había confianza. Yo percibía que éramos amigas. Si mi percepción fue ilusa eso
da igual. Yo sentí su amistad en algún momento. ¡Con eso me quedo! Pese a malo,
yo me quedo con eso.
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