23 de marzo de 1937
Querida
madre,
Le
escribo una vez más desde las trincheras. Aquí o escribes desde el campo de
batalla o estas muerto. Lamento decirlo así de claro pero es la única verdad.
Así que no tema que siempre empiece mis cartas diciendo que escribo desde donde
estoy siendo atacado porque es cuando no esté aquí, cuando usted deje de
recibir cartas porque ya no me encuentre en este mundo.
¿Cómo
está padre? Se que sigue sin entender mi lucha pero no es un capricho de juventud.
No puedo pasarme toda la vida explicándole mis motivos. Yo no soy él, eso es lo
único que debe comprender y, cuando lo haga, al menos me respetará. ¡No pido
nada más que respeto por su parte! No todos los padres tienen que estar
orgullosos de sus hijos. Pero el respeto por alguien, sea de tu propia sangre o
no, no se le debería negar a nadie.
En
la batalla madre, te das cuenta de lo poco que somos por no decir que no somos
nada. Hace dos días conocí a Ramón, un muchacho de Senés, un pueblo de Almería.
Un hombre fuerte, de mi edad, moreno, con ojos marrones, piel morena, tostada
por el sol de Andalucía, recio, como mi hermano Santiago un poco más grande.
Estuvimos hablando, riendo, conversando y pasando un buen día (bueno,
entiéndame, todo lo bueno que puede ser un día en mitad de una guerra). Me
habló de su madre, de su padre, de sus hermanitos, de la muchacha que cortejaba
en el pueblo, Carmen. Pronto nos cogimos cariño (supongo que el ser del sur
ambos también tuvo mucho que ver). Ayer, cuando el sol empezaba a caer,
lanzaron un par de granadas. Una cayó a nuestro lado y él, como hermano mayor
que era, trato de protegerme empujándome para atrás. Cogió la granada para
devolvérsela pero,... fue tarde. Le explotó en la mano y murió. ¡Fue una locura
cogerla! Pero con ese acto me salvo la vida madre. En el bolsillo del uniforme
tenía una carta para su novia en la que le decía que deseaba poder volver al
pueblo para casarse con ella. ¡Me quedé destrozado cuando me la dieron a mí! Me
dijo nuestro capitán, que como yo era su amigo (amigo de dos días madre pero
amigos de verdad pese al tiempo), que cuando yo fuera a casa, suponía que me
gustaría llevársela en mano junto con sus pertenencias a su madre. Yo no sabia
que hacer y lo cogí todo para cumplir, como hermano
de batalla, con la última voluntad de Ramón.
Hoy
tengo un nuevo compañero de trinchera pero me asusta hasta hablarle. ¡Lo de
Ramón está muy reciente! Sé que a lo mejor mañana, o él o yo, nos pasa como al
almeriense y que me arrepentiré de no haber entablado conversación con él pero
ahora,… necesito llorar la perdida de mi hermano de otra madre. No se cuanto
durará este luto pero si hay que deseo más que se acabe este guerra es poder
volver a casa, poder darle un abrazo a usted, estrecharle la mano a padre y
coger mis cosas e ir al pueblo de Senés para poder presentarle los respetos a
la madre de mi hermano Ramón.
Siento
que esta carta sea tan triste madre. Aquí, como se puede imaginar, no hay
muchas cosas alegres que contar.
Le
mando un gran abrazo de su hijo que siempre la tiene en su mente,
MIGUEL
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