Volví
como vuelve la mala hierba a nacer después de mucho tiempo pese a que la tierra
fuera regada una y mil veces con agua salada. ¡Ese era yo! Una parte amarga de
una tierra de la que tuve que distanciarme sin razón y motivo (o quizás fue esa
parte desagradable de mi tierra la que me hizo distanciarme, la que me causo en
mi cuerpo ese rumor de “mala hierba renacida” que ahora sentía invadir cada
milésima de mi sangre).
Durante
mucho tiempo tuve envidia de todas aquellas personas que podían presumir de ser
de un sitio o de otro, que colgaban orgullosos en sus balcones una bandera
cuando ganaba su selección de futbol o que simplemente la ponían en días
señalados como era costumbre en su país. ¡Yo nunca pude hacerlo! Escapé como un
prófugo, como un delincuente cuyo único delito había sido, ser amigo del amigo
de un hombre que en el fondo,… no se portó bien con los suyos (tener que
escapar por eso de tu mundo, de donde naciste, de donde creciste y vivir para siempre
alejado de tus calles, de tu gente, de tu pasado,… es algo más duro que lo que
muchos piensan. ¡No deberían ser condenados los niños por delitos políticos de
los amigos de sus padres! Pero entonces yo era demasiado pequeño para
entenderlo y me limitaba a esconderme en el fondo de un camión de estiércol
para pasar a escondidas hacia el puerto y de allí, hacia un nuevo mundo, una
nueva vida. ¡Ese sería mi futuro mas tarde! Estar hasta el cuello de mierda por
no tener patria, ni bandera, ni pasado).
Mis
padres huyeron, yo simplemente fui arrastrado contra mi voluntad (no dejaron
heridas en mi cuerpo de ese forcejeo pero en mi alma, las llagas jamás
cicatrizaron del todo. Siempre hubo una herida purulenta que me recordaba una y
mil veces, lo ajeno que es un niño en un mundo de adultos). ¿Qué sabía yo de la
vida si apenas tenía siete años? Durante mucho tiempo consideré que mis padres
eran el enemigo pues había sido por su culpa, que había tenido que renunciar a
todo (crecer con ese rencor, con esa ira tan adentro de uno, no fue fácil. Lo
peor de todo es que jamás se lo perdoné y a mis dieciséis años, los abandoné
por sus “delitos antiguos” y me fui sólo a vivir bajo un cielo estrellado.
Cualquier vida, incluso la de indigente, era mejor que vivir con unos seres que
me habían amargado la infancia por sus influencias o ideas políticas. No podía
vivir con aquellos personajes que habían sido cómplices de mi desilusión
inicial del mundo. Si lo habían pagado por sus delitos en su tierra ahora
purgarían sus pecados, que los tenían y muy gordos a sus espaldas, por el daño
en mi infligido al alejarme de mi universo).
Ser
indigente no fue fácil pero con un poco de suerte, aprendí que volver estaba en
mis manos y a mis veinticinco años de vida, cogí el camino de vuelta a mi
hogar, a mi verdadera morada, donde provine y me críe hasta que todo cambió.
Nunca
hubiera pensado que se podía cambiar tanto un mundo en tan sólo dieciocho años.
Todo lo que vi a mí alrededor era tan familiar como desconocido. Había un mundo
mejor donde nací y había crecido,… pero yo ya no era capaz de verlo. Mis ojos
ya no eran de niño sino de un adulto que había renegado hasta de sus padres por
volver a una tierra que ya no existía.
La
lucha que nunca tuvo fin en mi interior aquel día, acabó con mi alma. Caí al
suelo, arrepentido, malherido, emborrachado de verdad. El aire se escapó por
última vez de mis labios y mi cuerpo, yació para siempre, en aquella tierra
regada por agua salada durante muchas primaveras. ¡Por fin algo había matado a
la mala hierba! Aunque, tener por seguro, que nunca fue el agua con sabor a
mar.
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